martes, 6 de abril de 2021

ENEMIGAS HASTA LA MUERTE

 


 

 

Enemigas acérrimas desde siempre. No podía acordarse del motivo que las llevó a ese odio mutuo, durante tantos años. Ahora, ante su ataúd, a la espera de que lo bajaran a aquel hoyo cavado en la tierra, donde descansaría eternamente, se arrepentía de no haber hablado con ella sobre el tema y tratar de arreglarlo. Intuía que sus días en la tierra estaban contados, su salud se iba mermando poco a poco, a pasos agigantados. Cuando llegó a casa, acompañada de su nieta, se fue directa al salón, faltaba poco para que emitieran un nuevo capítulo de su novela favorita. Pero antes se cambiaría de ropa, el color negro la deprimía. Entró en su cuarto, se sentó en la cama para descalzarse cómodamente y entonces notó una mano sobre su hombro izquierdo. Se sobresaltó y asustada se giró. La mujer que acababan de enterrar estaba sentada en su cama, detrás de ella, llevaba puesta la ropa con la que la habían metido en el ataúd. Le sonreía, pero su sonrisa no la tranquilizó lo más mínimo, era macabra, siniestra. Entonces con voz ronca y agresiva le dijo, mientras la agarraba por el cuello: "hoy no verás la novela". La mujer gritó, pero su nieta, que estaba en el garaje con la música a todo volumen no la escuchó, seguía como si nada pasara, haciendo flexiones, ajena a lo que estaba pasando en el piso superior la casa.

La abuela se había quedado paralizada a causa del miedo que aquella visión le había provocado. En un primer momento pensó que aquello no era real, que era una alucinación provocada por su mente, ante la desazón que sentía por no haber arreglado las cosas con la difunta. Pero al mismo tiempo, le asustaba haber sentido la presión de aquella mano sobre su hombro, parecía tan real… Pero no podía ser, acababan de enterrarla. Aquella mujer estaba muerta. Logró mirarla fijamente. Sus ojos carecían de brillo y su tez era blanquecina. Pero lo que más le asustaba, era su sonrisa. Trató de irse, huir de allí. Notó unas manos huesudas en torno a su cuello, apretándolo más y más. La habitación empezó a dar vueltas en torno a ella, no podía respirar, notaba que la vida se le escapaba, poco a poco, en cada bocanada de aire que tan desesperadamente intentaba inhalar.

Cuando su nieta terminó su tabla de ejercicios, se encaminó al piso de arriba para darse una ducha. El baño estaba al fondo, tenía que pasar por la habitación de su abuela para acceder a él. Le extrañó no haberla visto en el salón viendo la televisión, era la hora de su novela preferida. Así que mientras iba subiendo las escaleras, gritaba su nombre, sin obtener respuesta alguna. Al llegar a la habitación, la vio tirada en el suelo a escasos centímetros de la puerta. Tenía la cara desencajada, vio miedo en sus ojos, abiertos de par en par. La ropa de la cama estaba esparcida por el suelo, como si allí, se hubiera desatado una pelea. El médico, que acudió a la llamada de la joven, le dijo que la causa de la muerte de su abuela había sido un infarto. Tenía sentido, tenía problemas de corazón desde hacía algún tiempo, y los acontecimientos de aquel día, no habían sido nada halagüeños.

 


domingo, 4 de abril de 2021

LA GATA

 




 

 

 

Una noche lluviosa de regreso a casa, un precioso gato blanco estaba sentado delante de mi puerta. Me dio la impresión de que me estaba esperando, porque en cuanto me acerqué a él, se puso maullar lastimeramente, y a restregarse contra mi pantalón. Abrí la puerta y entró antes de que le dijera nada. De eso hace ya un par de meses. Después de la revisión que le hizo el veterinario, informándome de que estaba bien de salud, y decirme que se trataba de una gata, le llamo nieve. Creamos un vínculo muy estrecho entre los dos. Incluso parecía que le caía bien mi novia cuando venía a mi casa. Así que todo perfecto. Durante las dos primeras semanas, se comportó como una gata digamos normal, no es que entienda mucho de gatos, pero dormía, comía y se tumbaba al sol siempre que podía. Pedía caricias cuando le apetecía a ella, que solía coincidir cuando estaba ocupado en cualquier tarea, pero bueno, no podía resistirme a sus cariñosos ronroneos. Entonces todo cambió. Una noche me desperté sobresaltado, había escuchado ruidos en la planta baja de la casa. La gata, que siempre dormía conmigo, no estaba. Confieso haberme sentido muy asustado pensando que alguien había entrado a robar o peor aún para matarme, una vez que ya había liquidado a mi gata. Bajé despacio las escaleras, en la mano llevaba la lamparita de la mesilla, no encontré otra cosa en esos momentos, no me juzguen. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí quién fue el causante del ruido. En este caso la causante. Mi gata. Había entrado por la gatera y volcado su comedero en la cocina, seguramente enfadada porque estaba vacío. Había pisadas de ella por todos lados, no sé dónde había estado, pero sus patas estaban llenas de barro. La cosa podía haber quedado ahí, como una mera anécdota, pero no fue así. Los días siguientes lo mismo. Cansado decidí seguirla la noche de un sábado y ver a donde iba. Me acosté como si tal cosa, ella hizo lo propio acurrucándose a mi lado. Esperé una hora completa en la cual tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para no quedarme dormido. Escuché un maullido en el jardín. Estaba claro que alguien la llamaba. Saltó de la cama y yo hizo lo mismo. Estaba empezando a bajar las escaleras cuando la vi desaparecer por la gatera. En el camino de acceso a mi casa la estaban esperando otro gato, éste era de color negro. Los seguí, llevaban prisa, sus carreras me llevaron hasta un sendero del bosque, el cual era el camino más rápido para llegar al hospital. Al salir del sendero, no vi a los gatos por ningún lado. Miré a ambos lados, lamentándome por no haber corrido más, ahora los había perdido de vista. En la puerta de entrada al hospital vi a dos chicas. Entraron. Entonces una idea descabellada pasó por mi cabeza y si aquellas chicas eran…. Decidí esconderme y esperar entre unos setos del jardín desde donde podía ver quien entraba y salía por aquella puerta. Al cabo de media hora salieron las dos chicas, y se internaron en el bosque que había detrás del hospital. Las seguí de cerca, esperando no pisar ninguna rama que pudiera alertarlas de mi presencia. Las sombras y los árboles se convirtieron en mis aliados en aquella aventura. Podía escuchar retazos de la conversación que tenían entre ellas. “Espero que después de esto estemos más cerca de lograr nuestra libertad” logré escuchar. Llegaron a un claro del bosque, había una hoguera encendida y un hombre con una capa negra que le cubría el cuerpo de pies a cabeza. Se giró al verlas llegar, no pude verle la cara, aunque presentía que era lo mejor. Ellas se arrodillaron ante él. Aquel ser les tocó la cabeza, sus manos no eran tales, eran garras con unas uñas muy largas. Luego se levantaron, se acercaron al fuego y de sus bocas salió algo parecido a humo. Pero no era humo porque el humo no grita y aquello gritaba, aullaba con una mezcla de dolor y desesperación. Entonces entre el fuego pude apreciar cómo se formaban siluetas, hombres y mujeres. Entonces lo entendí, robaban el alma de la gente a punto de fallecer para entregársela a aquel ser oscuro, tal vez con la promesa de quedar liberadas del hechizo que les había lanzado.

 


sábado, 3 de abril de 2021

ANIVERSARIO

 

 

 

 

 

Un día como hoy de hace diez años, Antonio era feliz, era el día de su boda. Se celebraría en la enorme casa de campo que tenían los padres de su novia Clara. Después de una semana de lluvias intensas y fuertes vientos, ese día amaneció soleado, luminoso, como un ave Fénix resurgiendo de sus cenizas. El tiempo desapacible dio paso a un día radiante en consonancia con el ánimo de los presentes. Pero a día de hoy su recuerdo, no tiene nada de feliz. Año tras año deseaba con todas sus fuerzas que no apareciera en el calendario.

Para mantener la mente ocupada y no pensar, sintonizó la televisión en un canal que emitían todas las mañanas, para hacer deporte desde casa. Hoy las flexiones eran las protagonistas y el verbo sudar, en todas sus conjugaciones parecía el favorito de aquel tipo musculoso que aparecía en pantalla. El susodicho tenía un lema “como un guerrero tenemos que luchar contra la grasa”. Pero, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, el día que era no se iba de su cabeza.

 A veces pensaba que lo sucedido había sido parte de un complot en contra de ellos dos. Conspiradores que no querían verlos juntos, tal vez pensando que él iba detrás del dinero del padre de su novia. No sabían que realmente estaban enamorados.

Había una chica algo siniestra, llena de tatuajes y piercings, vestía de negro y parecía que siempre estaba enfadada. A él nunca le había caído bien, pero estaba presente porque era parte de la familia de Clara, aunque ella le confesó, tiempo atrás, que no la aguantaba, de hecho, eran enemigas acérrimas desde pequeñas, su novia le había quitado el novio a aquella muchacha. Nunca se lo perdonó y siempre que podía le hacía la vida imposible. Y si…. Desechó la cabeza. No tenía sentido volver atrás y recordar hechos que la policía ya había dado por aclarados. Caso cerrado.

En la habitación hacía mucho calor, a pesar de que las ventanas estaban abiertas y había puesto el ventilador. Apagó la televisión, ya se había cansado de verle la cara a aquel tipo y estaba cansado de hacer flexiones. Se iba a dar una ducha cuando llamaron a la puerta. En el umbral, un empleado de correos tenía una carta para él. La cogió, le dio las gracias y cerró la puerta. No había remitente en el sobre. La abrió. Leyó lo que ponía: “en el desván hay un baúl”

jueves, 1 de abril de 2021

AMARILLO


 

 

 


Mandatar al ejército, pensaba que era la decisión más acertada. Hacía un par de semanas algo inusual estaba sucediendo. Empezaron con pequeños casos, hasta convertirse en un problema a nivel mundial. Las cabezas pensantes se pusieron a trabajar, buscando los posibles factores que causaban aquello y así poner en práctica las posibles soluciones. Mientras tanto el caos fue inevitable. La gente tenía miedo. Y la incertidumbre unida al pánico puede hacer muchos estragos. Permítanme ponerlos en situación. Las anomalías en cuestión, se producían en una franja de edad comprendida entre los 20 y 30 años, hombres y mujeres. Al resto no les perjudicaba. Ahora viene lo mejor. La sola visión del color amarillo, hacía que se desencadenaran en ellos unas ganas incontrolables de matar al que estuviera a su lado o en las inmediaciones. Una flor, una prenda de ropa, un cartel publicitario, un coche, una fruta, en fin, cualquier cosa que tuviese ese color, provocaba en ellos esas ansias. Daba igual quien estuviera a su lado, o en las inmediaciones, no se libraban de una muerte segura. Como poseídos, actúan con una saña y una fuerza descomunal. Este es el panorama, todavía no se sabe la causa, así que no hay vacuna, pastillas, ni nada que los cure. Pensar en cómo acabará esto me produce escalofríos. Menos mal que tengo a mano un jersey. Los mandamases de las superpotencias tomaron una decisión, mientras no se conocieran las causas de aquel suceso anómalo, eliminar ese color. Pero señores, ¿ustedes creen que es posible eliminar de un plumazo el color amarillo de todas partes? Creo que la respuesta es simple: no. Entonces llegaron unos expertos que habían estado trabajando en el tema desde que salió a la luz. Dieron una solución (posible), para salir del paso. Inventaron unas gafas que, al llevarlas puestas, anulaban ese color que se había convertido en maldito de la noche a la mañana. Pero ¿y si no las ponían? Entonces empezaron a hablar de un determinado nervio en el ojo que alterándolo podría funcionar. No soy experto en la materia y no me enteré mucho del tipo de nervio ni de los pormenores científicos de todo aquello. Requirieron voluntarios y se experimentó con ellos. Funcionó la idea y parecía que la solución era ya un hecho palpable, pero esta solución no venía sola, traía consigo un precio que pagar por ello. Aquellos jóvenes, pasarían de ser, y perdonen por el ejemplo, una televisión en color, a una en blanco y negro, se les vetaría por siempre la visión de los colores.

martes, 30 de marzo de 2021

LA JOVEN DEL PARQUE

 [-(8-2) +(3+6)], terminó de escribir la profesora en la pizarra, recordándoles que tenían que hacer esa ecuación y dos más para el día siguiente. Sonó el timbre. Había sido un día agotador para aquella mujer. Era su primer día como sustituta de la profesora de matemáticas. Casi no había ni tenido tiempo de colocar sus cosas que todavía seguían dentro de las cajas apiladas en el garaje. Le gustó el colegio y sus compañeros, los otros profesores eran muy atentos con ella. Presentía que se sentiría a gusto allí y eso la animó bastante. Después de preparar la clase del día siguiente, decidió salir a dar un paseo por el parque que no distaba mucho de su nueva casa. Hacía una noche cálida y apacible. En el parque encontró más gente caminando como ella, en grupos y también sola, otros paseaban con sus perros y alguna que otra pareja besuqueándose amparadas por las sombras. A lo lejos, sentada en un banco, vio a una joven, estaba sola y tenía la mirada perdida y triste. Tuvo el impulso de acercarse y hablarle, le entraron unas ganas enormes de abrazarla y decirle que todo iba a salir bien, pero rehusó pensando que la tildaría de loca o algo así. Contuvo las ganas y siguió caminando. Al día siguiente al despertarse la imagen de aquella joven le volvió a la mente y decidió volver al parque esa noche. La encontró en el mismo lugar. Esta vez le hablaría. Se estaba acercando, cuando escuchó que la llamaban por su nombre, era su vecina. Estuvo un rato charlando con ella, y para cuando la mujer se fue, y la profesora dirigió la mirada hacia aquel banco, la joven ya no estaba. La noche siguiente tenía invitados a cenar, hizo la compra y ante de irse a casa para preparar la cena, decidió volver al parque y echar un vistazo, por si la volvía a ver Allí estaba. Ni se lo pensó. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle. Al principio, la muchacha parecía asustada, pero poco a poco, se fue soltando. Su hermana y su cuñado, al comprobar que no estaba en casa, salieron a buscarla. La encontraron en el parque, sentada en un banco. Su hermana se acercó a ella, preocupada. La profesora se excusó con la joven y se levantó. La hermana le preguntó con quien hablaba. Allí no había nadie. Desconcertada, soltó la bolsa que llevaba en la mano, sin darse cuenta, desparramándose por el suelo, los ingredientes con los cuales iba a preparar el adobo para la carne. Aquella noche le costó conciliar el sueño. No podía creer que aquella muchacha fuera un fantasma. No estaba loca por mucho que su hermana se lo insinuara. Decidió hacer algunas averiguaciones por su cuenta. Calculaba que tendría unos 16 años, y seguramente estudiaría en el único instituto que había y donde ella daba clases. Sabía su nombre: María González porque ella se lo había dicho. Así que aquella mañana cuando tuvo un descanso, buscó su nombre en la lista de los alumnos del centro. No encontró nada. Lejos de rendirse fue a hablar con el director, pensó que sería la persona más adecuada para preguntarle al llevar allí muchos años dirigiendo el centro. En cuanto le mencionó su nombre, el color de la cara de aquel hombre desapareció, dando paso a una lividez cadavérica. Carraspeó y le preguntó quién le había dado ese nombre. Ella no iba a contarle la verdad, estaba claro, así que le dijo que lo había oído mencionar por los pasillos del centro a los alumnos. El hombre, sin mediar palabra, abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó una carpeta, poniéndola delante de la profesora. Ella lo miró de manera interrogante, él le hizo un ademán de que la abriera. Así lo hizo. En ella había una hoja con el emblema de la policía y una palabra subrayada varias veces: SUICIDIO. La fecha era de hacía un año. Esa noche la profesora volvió al parque con la esperanza de encontrarla de nuevo y pedirle que le contara qué había pasado, qué le llevó a quitarse la vida. Pero la joven no estaba, el banco donde solía sentarse, estaba vacío. Pero había algo…. Se acercó casi corriendo, y encontró una hoja de papel doblada varias veces. Se sentó mientras lo desdoblaba con el pulso tembloroso. Había algo escrito, lo leyó en voz alta: “En la taquilla número 101 pegada con cinta adhesiva en la parte de abajo de la estantería metálica, está lo que necesitas saber”.

La incertidumbre la estaba matando, decidió ir hasta el instituto, sabía que a esas horas el servicio de limpieza estaba allí, daría cualquier excusa para que la dejaran entrar y encontrar aquello de lo que hablaba aquella chica en esa nota. No le costó entrar, se dirigió hacia la taquilla 101, no le costó abrirla porque tenía la cerradura forzada, palpó debajo de la estantería y encontró algo. Efectivamente estaba pegada, quitó la cinta adhesiva con cuidado y encontró un pendrive, lo guardó en el bolso y salió de allí. Cuando llegó a su casa y lo puso en su portátil, las imágenes allí grabadas la dejaron sin palabras. Había sido víctima de abusos sexuales por parte del director del instituto. Era hora de que la policía interviniera y tomara medidas al respecto.

domingo, 28 de marzo de 2021

LA NIÑA DE LA CAPA ROJA

 



 

 

Había una vez una niña que vivía en una casa al lado del bosque. Su madre le había hecho una capa roja con capucha que ella, odiaba. Pero para no hacerle el feo, se la ponía. Con 11 años ya no era una niña pequeña, pensaba, para ir así vestida. Su madre era costurera y hacía la ropa que la gente del pueblo le encargaba. A ella le gustaba el abrigo que le había confeccionado a su mejor amiga. Eso sí que era elegante. Como una modelo de las revistas de moda que tenía su madre.

A la salida de la escuela, quedó con su mejor amiga para ir a su casa. Pero, para su sorpresa y gran enfado, al llegar a casa, su madre tenía otros planes para ella, tenía que ir a casa de la abuela, a llevarle una compra que le había hecho porque estaba enferma y no podía salir de casa. ¡Vaya faena! Pensó la niña. Ya no podría ir con sus amigas. Y por encima el camino más corto para ir hasta el otro lado del bosque, donde vivía su abuela, era un sendero que lo atravesaba, y ese sendero pasaba justo al lado de la casa de su mejor amiga y no soportaría verla a ella y a las demás niñas jugando, mientras ella tenía que hacer aquel recado. Y la cosa no terminó ahí, para colmo, su madre le pidió que se pusiera la capa roja. Cuando se dispuso a salir de casa estaba realmente enfadada, con su madre, con ella misma, por no decirle a su madre que no le gustaba nada aquella capa y por supuesto, con el mundo entero. Entonces se acordó de que se olvidaba de algo, así que antes de irse, subió a su cuarto, cogió una cosa que tenía guardada en el último cajón de su mesilla de noche, se lo guardó en uno de los bolsillos de la capa y salió sonriendo, llevaba tal prisa, que casi se olvida de la bolsa para la abuela. Su madre le había dicho que si regresaba pronto podría ir a jugar. Pasó por delante de la casa de su amiga, estaban todas allí, la saludaron alegremente.  Ella les explicó a dónde iba y éstas le dijeron que se diera prisa en volver, que la estarían esperando. La niña apretó el paso para llegar antes a su destino. En su loca carrera, se le cayeron las naranjas que llevaba en la bolsa, se paró para recogerlas. Cuando levantó la vista vio alguien acercándose a ella. No le gustó mucho la pinta de aquel personaje, así que dio media vuelta, bufando y continuó su camino sin mirar atrás y sin hacerle el mínimo caso. Aquel personaje le empezó a hablar, con voz dulce y zalamera, hasta se ofreció a llevarle la bolsa, que, según él, tenía pinta de pesar mucho. Cada vez se iba acercando más y más. La niña no estaba asustada, estaba más bien harta de gente como aquella, que tanto había oído hablar: los pesados de turno. Además, no tenía el día para cuentos, estaba desando llegar pronto a casa de su abuela, darle la bolsa y reunirse con sus amigas. No tenía tiempo que perder. Cansada de la cháchara de aquel individuo, se plantó en medio del camino. Dejó la bolsa en el suelo, hurgó en el bolsillo de su capa y sacó el tirachinas que había guardado allí antes de salir de casa. Por el camino había ido recogiendo piedras, había que ser precavida. El personaje detuvo sus pasos y se la quedó mirando fijamente. Por un instante, ella pudo ver miedo en sus ojos. Luego burla y mofa. Se estaba riendo de ella. Le decía que no tendría puntería para acertarle, las chicas no sabían disparar. Ella no titubeó. Tampoco perdió la calma. Sacó una piedra, la colocó en el tirachinas apuntó y le dio directamente en un ojo. El hombre se puso a chillar como un loco de dolor, mientras le gritaba que la iba a matar por aquello. Como se temía, era un lobo disfrazado de corderito. La niña, cogió la bolsa del suelo y siguió su camino. Un poco más adelante se encontró con un cazador. La saludó amablemente. Había visto lo que había pasado y sabía que aquella niña no necesitaba ayuda. Sabía defenderse por sí misma. La niña lo saludó y continuó su camino. Nadie la volvió a molestar. Estuvo un rato con su abuela y luego se fue hasta la casa de su amiga. Jugaron un rato hasta que oscureció, después regresó a su casa. Había sido un día muy productivo.


FOBIAS

 


 

 

Me cuesta mucho recordar aquel día, a pesar de los años que han pasado. Hablar de ello es sinónimo de sufrimiento e impotencia. Mi terapeuta me dice que escribirlo, plasmarlo en una hoja de papel, me hará más bien que mal. Así que lo voy a intentar. Lo he perdido todo, ya no me queda nada. Me casé joven, enamorada y muy ilusionada. Queríamos formar una gran familia, pero los niños no venían. Pero después de un par de años de tratamiento, por fin, me quedé embarazada y tuve a mi pequeño Juan. A partir de ahí una obsesión empezó a rondar por mi cabeza, tenía miedo de perderle, no sólo que lo apartaran de mi lado, sino también de que se muriera. Reconozco que me volví muy protectora y sufría de ansiedad si se iba a pasar la noche a casa de algún amiguito. Sentía una verdadera fobia. A raíz de mi obsesión por estar siempre con él y no perderlo de vista, mi pequeño empezó a crear una propia. Nos dimos cuenta de ello, un día en que tuve que salir y quedó con su padre en casa, nuestro hijo ya tenía 9 años. Nuestro vecino le pidió si podía ayudarle a mover unos muebles porque quería pintar, mi marido fue, no sin antes avisar a Juan de que no iba a tardar mucho. Al final se demoró un poco más de lo acordado y los gritos del niño se escucharon por toda la calle, cuando llegó mi marido, nuestro hijo estaba en un rincón de su habitación en posición fetal llorando y chupándose un dedo como si fuera un bebé. Le compramos un peluche, un osito, parecía que aquello funcionaba, dormía con él todas las noches y lo llevaba consigo a todas partes. Eso y que ya nunca más lo dejamos solo. Pero para quedarnos más tranquilo, le pusimos una cámara en su habitación, gracias a ello, nos dimos cuenta que, gracias a aquel regalo se sentía protegido. Un día recibimos una llamada, a mi marido le iban a hacer un homenaje en reconocimiento a sus muchos años de trabajo y los muchos éxitos de su carrera. Teníamos que ir el sábado a aquella cena, era muy importante para él. Pero el problema era nuestro hijo, no lo podíamos llevar y no podía quedarse solo. Así que después de darle vueltas al tema, decidimos dejarlo con una chica adolescente que vivía en nuestra misma calle y conocíamos desde siempre. Le gustaban los niños y conocía al nuestro y se llevaba muy bien. Así que llegó el día. La canguro llegó y nosotros nos fuimos. A Juan lo dejamos durmiendo, abrazado a su osito y la niñera sólo tenía que ir a verlo de vez en cuando para cerciorarse de que no se despertaba. No sabíamos que la joven tenía miedo a la oscuridad. En cuanto nos fuimos encendió todas las luces de la casa, incluida la de la habitación de nuestro hijo. La joven se fue al salón a ver la tele y cada diez o quince minutos iba al cuarto del niño para ver que todo seguía igual. Estaba tranquilamente viendo una película cuando las luces se apagaron, todas, sin excepción, quedando toda la casa, totalmente a oscuras. Entró en pánico. Con la linterna del móvil, fue hasta la caja de fusibles, dándose cuenta de que allí no estaba el fallo. Escuchó llorar a Juan en su habitación. Subió corriendo. El pequeño estaba sentado en la cama y al verla le señaló con un dedo hacia una esquina de la habitación. Ella iluminó esa parte, pero no vio nada. Juan ya no tenía el peluche consigo. Lo cogió en brazos para calmarlo. Quería salir de allí. La puerta del cuarto del niño se cerró de golpe como si hubiera un golpe de aire. Retrocedió hasta la cama, asustada, dejó al niño en el suelo y se dispuso a llamarnos. De repente, sintió algo punzante en la espalda, se giró, pero no logró ver nada, sólo sombras. Nuestro hijo se puso a gritar y se escondió debajo de la cama. Ella notó algo húmedo en su espalda se la tocó, comprobando desconcertada, que era sangre. Se asustó mucho, corrió hacia la puerta. Una figura apareció reflejada en ella. Tenía la forma del peluche de Juan, pero algo no iba bien, su altura era de unos dos metros. Se giró con el corazón desbocado y lo vio frente a ella. Aquel peluche se había convertido en un ser maquiavélico, tenía los ojos de color rojo, dientes afilados y sus manos y sus pies eran garras. Aquello se abalanzó sobre ella. Antes de morir vio el cuerpo de Juan inerte, en medio de un gran charco de sangre. Aquel monstruo lo había matado. Desde el móvil de la joven, se escuchaba mi voz, desesperada, desgarrada. Cuando llegamos a la casa subimos corriendo al cuarto de Juan. Ante nuestros ojos vimos una auténtica masacre. Nuestro hijo y su niñera estaban muertos. Pero parecía que quien los hubiera matado, se habían ensañado con la chica, estaba destripada y las vísceras las habían colgado de la lámpara del techo. Mi marido, desesperado cogió en brazos el cuerpo de nuestro hijo, detrás de él estaba el armario. Las puertas se abrieron y aquel monstruo se abalanzó sobre él, lo cogió por sorpresa y no pudo hacer nada por salvar su vida. Yo logré huir. Salí a la calle gritando desesperadamente, pidiendo ayuda. El resto es historia, creé otra fobia, la de salir a la calle. Estoy internada en un hospital psiquiátrico, intenté suicidarme varias veces. Creen en mí, no me dan por perdida. Pero en cuando acabe de escribir, sé lo que debo hacer. Me reuniré con ellos.  Esta vez no fallaré.


LA ESCRITORA

  Marta llevaba tres días encerrada en su casa, concretamente en su despacho. La muerte de su marido la había hundido en un pozo de pena y d...