martes, 20 de abril de 2021

LLAMAS

 




Colocó el trípode a una distancia prudencial, desde la cual, una vez colocado el telescopio tendría una perspectiva completa del lugar. Estaba en la azotea de una casa, situada en lo alto de la colina. Desde allí la vista del pueblo era impresionante. Vería aquello que, alguna gente, que lo había visto, lo describía como un demonio, un ser envuelto en llamas. Miró el reloj, las tres de la madrugada, la hora en que todos coincidían que se podían ver. Se puso en alerta. Nadie había sido muy específico en el lugar exacto donde los veían. Decían que eran varios y aparecían por todas partes. Miró el reloj, las tres y cuarto y no había visto nada todavía. Esa noche, hacía calor y la luna llena brillaba en todo su esplendor en la cúpula celeste. Se quitó la chaqueta, la dejó en el suelo, pero al hacerlo, por el rabillo del ojo, vio algo que no le agradó mucho. Había un ser, era oscuro, podía pasar por una sombra, sino no fuera por los ojos llameantes que lo delataban. Se miraron unos segundos.  De la nada surgieron unas llamas que envolvieron a aquel ser. Parecía no sentir dolor, no gritaba y no se movía. Duró unos minutos y luego se desvaneció. En el sitio en el que había estado, algo brillaba en el suelo, se acercó, era una perla. Sería una prueba de aquella locura.


NO DUERMAS

 



Marmota, le vino a la cabeza cuando pensó en un animal que dormía mucho. Ojalá fuera una y pudiera dormir. Sus padres lo llevaron a una psicóloga. Le caía bien, pero no tenía ganas de hablar, y como sólo tenía 8 años, lo ponían a hacer dibujos. Evitaba dibujar lo que quería aquella mujer, a su hermanita. Sus padres estaban pasando por un mal momento. La muerte de un hijo no es fácil y ellos habían perdido a su hija de un año, hacía menos de dos meses. A raíz de aquello, empezaron sus problemas con el sueño. Pero él sabía algo que los demás desconocían. La voz que le hablaba en su cabeza le prohibía contarlo. Era un secreto entre ellos dos. Pero él recreaba una y otra vez aquella fatídica noche. Una noche sus padres le dieron una pastilla que, según ellos, le ayudaría a dormir. Se la tomó sin rechistar. Se acostó y esperó a que llegara el sueño tan ansiado. Llegó, pero no venía solo, le acompañaban los llantos de su hermana, eran tan fuertes que lo iban a volver loco. Tenía que hacer algo. Sacó su caja de tebeos de debajo de la cama, cogió el cuchillo, que todavía tenía restos de sangre. Fue a la habitación de sus padres. Dormían. Descargó su ira sobre ellos. Los llantos cesaron. Luego fue hasta la cocina y se comió una manzana.


sábado, 17 de abril de 2021

VALERIA

 



 

 

 

La vida de aquella joven, de apenas 17 años se vio truncada de un día para otro. Todo comenzó una mañana en la que se despertó con un fuerte dolor de cabeza, se tomó un par de aspirinas y el dolor remitió. Pero al atardecer, volvió y esta vez con más fuerza. La llevaron de urgencias al hospital, le hicieron diversas pruebas. Determinaron que lo que le pasaba es que tenía migraña, le recetaron unos medicamentos que le aliviarían el dolor, e incluso con el paso del tiempo remitiría completamente. Durante la semana siguiente se sintió mejor, los dolores de cabeza ya no eran tan persistentes. Pero al cabo de esa semana, volvieron y esta vez con más intensidad, era tal el sufrimiento que padecía que llegaba a perder el conocimiento. Volvieron al médico. Decidieron hacerle una resonancia. Los resultados de la prueba eran fatídicos, tenía un tumor bastante grande en una parte del cerebro inoperable. Dos meses después, una madrugada, mientras dormía, después de haberle suministrado un fuerte sedante, la joven fallecía.

Era tal la consternación, la impotencia y el dolor de aquellos padres que el pueblo entero se volcó con ellos, ayudando en todo lo que pudieran para hacer más llevadero aquel día tan fatídico. Se hicieron los preparativos para el entierro. A la joven se la vistió con un vestido blanco. Le pusieron un ramo de rosas rojas entre sus manos, sus flores preferidas. Colocaron el ataúd abierto en la iglesia y toda la gente del pueblo pasó a despedirse de ella. El comentario, entre los allí presentes era siempre el mismo, parecía un ángel. Daba la impresión de que estaba durmiendo. No mostraba ningún signo del sufrimiento que había padecido los últimos días antes de su muerte. El oficio se prolongó hacia bien entrada la tarde, porque todos querían hablar sobre ella, lo buena persona que había sido y lo que la iban a echar de menos.

Cuatro compañeros del instituto portaron su féretro hasta el cementerio, seguidos por los padres y la gente del pueblo. El sacerdote, estaba visiblemente emocionado. Había visto crecer a aquella chiquilla, la había bautizado y le había dado el sacramento de la comunión y ahora la tenía que enterrar. Terminó el oficio y el cementerio se fue quedando, poco a poco vacío, los cientos de flores y ramos, que habían dejado en su tumba, eran los únicos acompañantes en su primera noche en el camposanto.

Pasaron los meses y llegó el verano. La vida siguió para todos. Sus amigos intentaban reponerse de aquella dolorosa pérdida. Decidieron hacerle un homenaje al finalizar el curso. Celebrarían una fiesta en su honor. A ella le encantaban las fiestas cuando estaba viva. Los profesores estuvieron de acuerdo y decidieron que se celebraría en el pabellón de deportes el día de San Juan. Todos colaboraron en los preparativos. Una orquesta se ofreció a tocar gratis para ellos ese día, aportando así, su granito de arena en aquel homenaje póstumo. Antes de la fiesta habría un partido de fútbol amistoso entre el equipo local y otro que invitaron de un pueblo cercano.

Llegó el gran día. Se celebró el partido de fútbol. La victoria la llevó el equipo del pueblo. Al atardecer comenzó la fiesta.

 Llegó un joven en una moto, aparcó delante del pabellón, fuera se escuchaba la música y alboroto de la gente que estaba dentro. La fiesta estaba en pleno apogeo. Entró. A lo lejos vio a algunos amigos suyos y se acercó a saludarlos. Entonces la vio. Era la chica más guapa que había visto nunca. Y lo estaba mirando. Antes de decidirse a ir a hablarle, los pies ya avanzaban en su dirección. De cerca era todavía más guapa. Tenía una sonrisa adorable. Parecía un ángel con aquel vestido corto, de color blanco que dejaba ver sus largas piernas bronceadas. Sus ojos eran azules como el cielo. Congeniaron desde el primer momento, charlaron, bebieron, bailaron y el mundo se paró para ellos, en aquel pabellón solo existían ellos dos. Él supo, en ese instante, que se había enamorado de ella. Ella le pidió que la acompañara a casa porque se estaba haciendo tarde. Salieron al exterior. Fuera hacía fresco, él le ofreció su cazadora de cuero, para que se abrigara, ella aceptó. Se subieron a la moto y la dejó delante de su casa. Le peguntó cuando la volvería a ver. Recibió una sonrisa por toda respuesta. Esperó a que entrara en casa antes de irse. Cuando regresó a la fiesta, se dio cuenta de que aquella chica, Valeria, no le había devuelto la cazadora, se alegró por aquello, sería una buena excusa para volver a verla. Iría por la mañana a buscarla.

A la mañana siguiente, fue hasta la casa de la chica, llamó a la puerta. Una señora de mediana edad le abrió la puerta. Él, muy amablemente le explicó que venía a recoger la cazadora que le había prestado a la chica que vivía allí, la noche anterior.

La cara de la señora demudó de color. Se puso lívida y comenzó a llorar. El joven desconcertado le preguntó qué pasaba. Ella lo dejó pasar a la casa, lo llevo hasta el salón y le señaló un retrato que había colgado de la pared, le preguntó si reconocía a la chica. Él le dijo que sí, esa chica es Valeria. Lo que le dijo la señora lo dejó en shock, la joven llevaba muerta unos seis meses. Fueron hasta el cementerio, la madre quería mostrarle a aquel joven la tumba donde estaba enterrada su hija. La cazadora que le había dejado la noche anterior, estaba sobre la lápida.

 

 

 

 


viernes, 16 de abril de 2021

MISIÓN EN LA PLAYA

 


 

 

El timbre del teléfono lo despertó. Lo sacó de un sueño donde estaba con aquel monumento de mujer, que se parecía a su compañera, tal vez fuera ella, quién sabe, y que lo único que le decía era una y otra vez: neles. Miró el reloj, eran las tres de la madrugada. Al descolgar un hombre le habló al otro lado de la línea, reconoció su voz al momento, era la de su jefe.

 - ¿Sabe dónde está su compañera? - le preguntó sin preámbulos.

Tardó unos segundos en responder, el tiempo que le llevó a su cerebro procesar la pregunta. La tarde anterior la había dejado en casa pronto, le dijo que necesitaba descansar porque tenían que coger un avión, a primera hora de la mañana, que los llevaría a la playa. Era todo lo que recordaba. Le había contado una milonga en toda regla, estaba claro. En ningún momento le había mencionado que se iba a ausentar durante la noche. Así se lo hizo saber.

 -Entonces está claro que no sabe dónde está –le respondió su superior. Apreció en su tono de voz que algo no iba bien. De hecho, escuchaban martillazos, al otro lado de la línea, como si su jefe estuviera en una herrería o algo similar. Se estremeció pensando que podría ser algún tipo de tortura que estuvieran infringiendo a alguien.

-No, no lo sé. -le respondió casi en un susurro.

-Yo se lo diré entonces –le respondió de malas maneras- su compañera lleva dos horas en su destino.

Se va a armar la de Troya pensó mientras se levantaba de la cama.

Mientras tanto, ese viernes, Valeria, ya se había registrado en el hotel, con una de sus muchas identificaciones falsas que tenía. Después de desayunar (un pastel de merengue y un café) se puso el bikini y bajó a la playa. Hacía un día espléndido. Pero antes de hacerlo investigó un poco. Sabía ya la habitación donde se hospedaba el objetivo. Tampoco le había costado mucho averiguar su rutina, los horarios a los que iba al comedor, mesa en la que se sentaba, y mesa donde se sentaban sus guardaespaldas. Horas de tomar el sol y horas de reuniones. Le resultó fácil, sabía cómo sobornar y aprovechar su atractivo para con los hombres. Era una tentación para ellos. Nunca fallaba, un buen fajo de billetes y un minúsculo bikini en un cuerpo bonito. Esperaba terminar el trabajo antes de la hora de comer.

Colocó la tumbona mirando hacia la puerta del hotel, en un sitio estratégico sabiendo que el hombre tendría que pasar por su lado. Mientras tanto disfrutaría del sol. Una sonrisa afloró a sus labios pensando en la cara que se le pondría a su compañero cuando viera que ella ya se había ido. Pero tenía que hacerlo y demostrarles a todos que, por ser mujer, no era ni mejor ni peor, tenían que empezar a valorarla y no compararla, quería pertenecer al grupo, ser una más.

A la hora en punto los guardaespaldas bajaron a la playa. Después de una rápida verificación de que no había nada sospechoso por allí, apareció el objetivo. De cerca, era todavía más repulsivo que en las fotos. Había perdido casi todo el pelo, y tenía una barriga de un tamaño considerable. Se le veía bastante fofo, calculó que debía de pesar unos 130 kilos. Llevaba puesto un albornoz blanco.

Su compañero no había conseguido un vuelo. Así que hizo el trayecto en coche. Todavía le quedaban más de dos horas de viaje y rezaba para que Valeria no cometiera ninguna tontería. La conocía muy bien y sabía que si hacía aquello ella sola era para demostrar su valía, lo que ella no sabía es que todos eran conocedores del aplome, entereza y maestría de aquella mujer. No tenía que demostrar nada a nadie.

El objetivo clavó su mirada en ella, como no hacerlo, el cuerpo de aquella mujer quitaba el hipo a cualquiera. Se paró delante. La joven se estaba echando crema solar por las piernas. Se acercó y le preguntó si podía ayudarle. Ella lo miró incrédula y le dijo que no había falta que ella sola podía hacerlo. A lo que él le replicó que le echaría crema con gusto en la espalda sin ningún problema. Ella, dudó unos segundos y luego accedió. El hizo un ademán con la mano y los guardaespaldas desaparecieron.

Apareció un camarero con unos refrescos. Ella se presentó como Elizabeth. Estuvieron charlando y riéndose durante un rato. Entonces él le propuso ir al jacuzzi que tenía en su habitación, estarían más cómodos y sin miradas chismosas a su alrededor.

La cosa estaba saliendo mejor de lo que ella se esperaba.

 Un coche entraba en el aparcamiento del hotel, en el mismo momento que una monja salía por la puerta. La monja al verlo esbozó una sonrisa picarona al verlo, con aquel traje negro bastante arrugado. Estaba ojeroso y visiblemente enfadado, no sabía decir el motivo, pero le recordó a un samurái procedente de una guerra de la que no había salido bien parado. Él le abrió la puerta del coche y ella entró. Antes de arrancar el hombre pudo ver en la mirada de la mujer que la misión se había llevado a cabo con éxito. El presidente de la República había muerto. Sonaron sus teléfonos móviles al unísono. Sólo podía significar una cosa: una nueva misión. Y así era. En los móviles apareció un mensaje: Trabajo realizado. Se procede a una nueva actualización.

 

 

 


CUIDADO CON LO QUE CUENTAS

 



 

 

Aquel hombre de constitución más bien fuerte, alto, con el pelo cortado al cero, con unos ojos azules como el mar, fue ingresado en el ala psiquiátrica del hospital. Motivo: intento de suicidio. Su primer día andaba perdido por todas partes. Su idea era la de no salir de la habitación, pero si quería ver la tele y comer tendría que hacerlo en las zonas comunes con los demás internos. Así que no le quedó otra que salir. El comedor estaba bastante concurrido. “la de locos que hay por aquí”, pensó y sonrió ante tal ocurrencia. Luego se arrepintió, él era uno de ellos, o eso le querían hacer creer. Se sentó solo en una mesa, no conocía a nadie y no se le daba bien lo de hacer amigos.

Por la tarde salió al jardín a que le diera el aire, era un día soleado y hacía calor. El pronóstico era que el verano transcurriría con más días calurosos como aquel. No le apetecía mucho caminar así que se sentó en uno de los bancos de madera que había a lo largo y ancho del jardín. A pocos metros de él, había un hombre ya mayor, calcularía sobre setenta años, más o menos, podría ser su padre tranquilamente. Estaba inmóvil mirando a la nada. Decidió acercarse a él y hablarle, ¿qué podía perder? No mucho, pensó. Y así lo hizo. El hombre era parco en palabras y aparte que algún que otro monosílabo no decía nada más. Así que él empezó a contarle, largo y tendido, el motivo por el cual estaba ahí. Lo hizo durante casi una hora, hasta que los llamaron para cenar. Los días siguientes hizo lo mismo, no paraba de parlotear con aquel hombre, aunque ese no le contestase nunca, ni le diera parecer alguno sobre lo que le contaba. Le gustaba aquella situación, nadie le escuchaba como él quería y la verdad era que tenía mucho que decir. Le habló de su mujer que lo había encerrado allí y a la cual la odiaba por aquello, a sus suegros por incitarla a hacerlo. De sus padres que no lo iban a visitar y que tampoco habían hecho nada por impedir su ingreso y así durante días y horas. Siempre el mismo repertorio.

Un día un celador le comentó que, a su amigo, “el mudo” como lo llamaban, le darían el alta al día siguiente. Él contento por aquella grata noticia, le escribió una nota donde figuraba su teléfono y su dirección para que fuera a visitarlo en cualquier momento. Sabía que en dos o tres días él también se iría de allí. El hombre lo miró y por primera vez le sonrió.

Tres días después, le dieron el alta, como estaba previsto. Cuando estaba saliendo del hospital vio su coche aparcado fuera. Su preciado monovolumen de color negro. Le pareció extraño que su mujer le fuera a buscar, porque él no había llamado a nadie. Pensó, enfadado, que el hospital se habría puesto en contacto con ella para informarle de su alta. Ese era sin duda alguna, el motivo de que estuviera allí, esperándolo.

Se encaminó hacia su coche, tranquilamente, pensando que tal vez ella estuviera arrepentida de haberlo encerrado allí y que le pediría perdón por la decisión que había tomado. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que al volante no estaba su mujer sino aquel hombre, el amigo que había hecho en el hospital. Le saludó, el hombre le hizo un ademán para que se sentara en el asiento del copiloto. Al entrar comprobó que en la parte de atrás del coche había cuatro maletas grandes de color negro.  Le preguntó si se iba de viaje. El hombre negó con la cabeza. Metió la mano en uno de los bolsillos de su abrigo y le entregó una nota que decía: “ya puedes estar tranquilo, me he encargado de tus problemas”.

Rápida como un rayo, una idea terrorífica pasó por su cabeza. Abrió una de las puertas traseras. Sobre cada maleta, había pegada una nota. En una ponía SUEGRO. Espantado y temeroso de lo que podía haber en las otras maletas siguió leyendo. En otra, SUEGRA, en la otra, PADRE y en la otra MADRE. Las piernas le flaqueaban, le faltaba el aire, no podía respirar. Salió de allí asustado, fue hasta la parte trasera del coche. Abrió el maletero. Había otra maleta, en ésta la nota rezaba ESPOSA. Con manos temblorosas abrió la maleta. Dentro yacía el cuerpo de su esposa descuartizado. Horrorizado ante tal visión se apartó de él. No supo, hasta que fue demasiado tarde, que aquel que creía su amigo, estaba detrás de él. Llevaba una barra de hierro en la mano. Antes de que la descargara sobre su cabeza, ya sabía que aquel era su final.


jueves, 15 de abril de 2021

VISIÓN

 


 

 

 

 

Fulguraba como no se había visto antes. Allí sentado contemplando el so, veía llamas cubriendo, consumiendo todo el astro rey. Eran gigantescas. Había seres oscuros a su alrededor avivándolas, mientras sus carcajadas llegaban a sus oídos, terroríficas, malvadas, cargadas de odio e ira hacia la humanidad al completo. Lo había vaticinado, nadie le creyó, estaba en aquel psiquiátrico porque lo tildaban de loco, sólo porque a ellos le estaba vetado ver más allá de lo cotidiano. Pero sabía que lo que veía era real y que el sol explotaría de un momento a otro, tan cierto, como que estaba sentado sobre la hierba en aquellos momentos. ¿O no lo estaba? tal vez estuviera en su habitación soñando, le costaba distinguir si lo que veía era lo "correcto" o no. Casi no podía seguir mirando aquella aberración y a aquellos monstruos siniestros con colmillos afilados, amarillentos, podridos y aquellas garras acabadas en uñas largas y sucias. Le dolían los ojos. Pero no se movió. El calor, minuto a minuto, se hacía cada vez más insoportable, las aves caían del cielo, al llegar al suelo su carne estaba carbonizada. El sol se resquebrajaba, pequeños trozos caían sobre la tierra. Le daba igual morir. Estaba en paz. Había sufrido mucho, su vida estuvo regida por la discriminación y el acaso. Siempre había sido invisible para todos. Ahora sería distinto.


ALGO PASA EN LOS BAÑOS

 


 

 

 

 

¡Pasancalla! -gritó la niña a su mamá, señalando con el dedo una bandeja que había en el mostrador de la cafetería. Entraron. Hacía calor, les vendría bien un refresco. Una joven, entró detrás de ellas, se sentó en una mesa y pidió un café. Mientras no se lo servían aprovechó para ir al baño. La niña, le gritó a su madre que quería hacer pis, y salió corriendo antes de que ésta le pudiera contestar. Cuando la joven llegó a la zona de los aseos se encontró con dos puertas exactamente iguales pintadas de color rojo, pero en ninguna de ellas vio el indicador que diferenciaba el baño de las mujeres del baño de los hombres, así que se aventuró y abrió la primera puerta. Su sorpresa fue mayúscula, cuando como si se tratara de un mini huracán, una niña se coló delante de ella. La joven logró mantener el equilibrio para no caer. Lejos de enfadarse, no pudo menos que reírse ante la inocencia de aquella pequeña. Entró. Al hacerlo escuchó unos llantos al fondo. La puerta se cerró de golpe tras ella. Trató de abrirla, pero no pudo. Estaba oscuro. Tanteó la pared en busca del interruptor de la luz. Cuando se encendió vio a la niña, tiritando de frío y algo más que no le gustó. Aquello no era un baño, estaban en una calle cubierta de hielo. Miró a su alrededor desconcertada esperando ver algo, un cartel, una tienda, cualquier cosa que le fuera familiar. Nada le resultó conocido. Nadie caminaba por la calle, tampoco era de extrañar con el frío que hacía. Intentó consolar a la niña, que se había puesto a llorar, la agarró en brazos y se dispuso a buscar ayuda. Caminaron un rato, al final de la calle decidió girar a la derecha. Otra calle igual que la anterior. Ni un coche, ni una persona, nada que indicara que había vida en aquel lugar. Volvió a girar a la derecha de nuevo. Tras caminar unos doscientos metros vio algo que ya había visto antes, era el cartel de la cafetería en la que había entrado hacia escasa media hora. Parecía que había alguien dentro, las luces estaban encendidas. Entraron. No había ningún cliente. La cafetería no era como la recordaba, ésta se veía sucia, papeles y colillas esparcidos por el suelo, mesas y sillas de madera ajadas con el paso del tiempo, las cristaleras estaban tan sucias que casi no se veía la calle. El tipo de detrás de la barra con un cigarrillo entre los labios las miró con desdén. La joven tenía claro que quería quedarse allí lo menos posible. Pero tenía que averiguar dónde estaban. Así que se lo preguntó directamente al hombre aquel. El hombre por toda respuesta soltó una carcajada y siguió limpiando los vasos con aquel trapo que alguna vez, hacía mucho tiempo, había estado limpio. La niña estaba tan asustada que no paraba de murmurar el nombre de su mamá, mientras se agarraba con todas sus fuerzas al cuello de la joven, temiendo que la soltara. Entonces tuvo una idea. Se encaminó hacia los baños. Al llegar allí se encontró con aquellas dos puertas rojas, que ya conocía. Tampoco mostraban cual era de chicos y cual de chicas. Entró en la primera como había hecho antes. Encendió la luz, era un baño. La puerta se cerró tras ella. Al instante, apareció otra al frente, del mismo color. Con el corazón desbocado en su pecho y manos temblorosas, la abrió. Fuera estaba la madre de la niña, con el puño levantado para llamar a la puerta. La niña se lanzó a sus brazos y ella le pidió disculpas por el mal comportamiento de su hija y le dio las gracias por cuidarla. La mujer se quedó petrificada. No sabía muy bien lo que había pasado. Parecía que el tiempo que habían estado fuera, allí habían sido unos minutos.


LA ESCRITORA

  Marta llevaba tres días encerrada en su casa, concretamente en su despacho. La muerte de su marido la había hundido en un pozo de pena y d...