lunes, 27 de junio de 2022

HASTA EL INFINITO

 

La causa de que abandonara su sueño (que iba por el camino de convertirse en eterno) fue el enorme dolor que sentía en su cuerpo entumecido de frio, que se manifestaba como si le estuvieran clavando miles de agujas en él. Abrió los ojos. Se miró. Iba vestida con algo parecido a un camisón largo. No podía ver el color. Estaba muy oscuro.  Intentó levantarse. Lo consiguió al cabo de unos interminables minutos con verdadero esfuerzo. Sentía las piernas dormidas, débiles, carentes de la fuerza necesaria para soportar su peso. Sintió una angustia como una pesada losa sobre ella a causa del miedo que empezaba a tomar posesión de su cuerpo a pasos agigantados. En un intento de calmarse inhaló y exhaló aire varias veces. Se calmó un poco, muy poco, para ser exactos, pero lo suficiente para atreverse a estirar los brazos y tantear con las manos lo que había a su alrededor. Se topó con una pared de acero a su derecha, otra a su izquierda y otra en la parte de atrás. Delante parecía ser más gruesa. Al tacto descubrió una rendija en el centro. A su derecha vio un panel de botones, iluminados tenuemente, con números en cada uno de ellos. Contó seis, si es que el 0 cuenta, claro.

Dedujo que estaba en un ascensor. Sonrió al descubrir que podía deducir cosas tan obvias a pesar el pánico que sentía. En un muy pequeño. Sintió que la claustrofobia se adueñaba de ella. Si no intentaba calmarse entraría en pánico y aquello no la ayudaría en la ardua tarea de pensar en una solución para salir de allí.

Había una luz en el botón 0 pero las puertas estaban cerradas. Probó marcando el 1. Aquella caja se movió con un ruido estridente. Subía. Se paró de golpe. Esperó. Las puertas se abrieron. La oscuridad era la misma dentro que fuera, pero había algo diferente. En el ambiente había un olor a chocolate caliente. Cerró los ojos y aspiró ese aroma.

Cuando los volvió a abrir se vio a si misma con 10 años en la cocina de su casa. Su madre le estaba sirviendo un tazón muy grande. Sobre la mesa había una bandeja con churros recién hechos, espolvoreados de azúcar. El corazón le dio un vuelco y no pudo contener las lágrimas.

Quiso gritar el nombre de su madre, pero de su garganta salió algo parecido a un carraspeo. Su madre, sin embargo, pareció oírla porque se dio la vuelta para mirarla con aquellos grandes ojos negros que tanto echaba de menos.

-Tienes que seguir adelante, hija –le dijo- sigue subiendo, no te pares.

Las puertas se cerraron de golpe y volvió a su mundo de tinieblas y oscuridad.

Visiblemente emocionada, las manos le temblaban cuando marcó el número 2

Las puertas se abrieron de nuevo.

Se escuchaba música muy alta, risas y movimiento de ir y venir de personas. Escuchó una voz que la llamaba.

-¡¡¡Elisa!!! Ya has llegado –le decía Juan- venga vamos a bailar, esta canción me encanta.

Era Juan su novio de la universidad.

Recordaba aquella noche. Era la fiesta de la graduación. Había sido un día perfecto. Feliz. Inolvidable.

Miró a su alrededor buscándolo. Preguntándose dónde estaba. Por qué no estaba con ella allí.

Los sonidos se fueron mitigando poco a poco. Las puertas del ascensor se cerraron de nuevo.

Otra vez se quedó sola envuelta en la negrura más profunda.

Lloró durante un buen rato. Miles de preguntas se agolpaban en su garganta. Sólo quería gritar. Lo peor no era la soledad que sentía en su alma. Lo peor es que no había nadie que le diera las respuestas ansiadas. Entonces se le ocurrió la idea, la única que tenía cabida en su cabeza en ese momento, estaba muerta y ese era e infierno. Porque, qué otra cosa podría ser si no.

El botón número tres del ascensor se iluminó. Se levantó lentamente para pulsarlo, porque sabía que si no lo hacía aquella caja metálica no se movería. ¿Qué sorpresa le esperaría cuando las puertas se abrieran? No quería saberlo. Pero algo le decía que si quería seguir adelante tenía que pulsarlo.

Así lo hizo.

Las puertas se abrieron, una vez más.

Oscuridad acompañada de una música que reconoció al instante. Era el son nupcial. Era el día de su boda.

Estaba radiante. Recordaba que se había enamorado de aquel vestido en el momento justo en que lo vio en el escaparate de aquella tienda.

Juan estaba radiante con su traje negro, irradiaba felicidad por cada poro de su piel. No pararon de reírse ni un segundo. Eran la viva imagen de la felicidad.

Esta vez trató de hacer algo que no había intentado en los otros dos pisos. Traspasar las puertas del ascensor.

Levantó un pie para salir de él. Su sorpresa fue mayúscula cuando se topó con un muro invisible que como si de una cama elástica se tratara, rebotó contra ella terminando contra la pared del fondo.

Perdió el equilibrio y terminó en el suelo.

No podía salir de allí. Le había quedado más que claro. Estaba a merced de aquel infernal sitio.

El botón número 4 se iluminó.

Lo pulsó.

Se abrieron las puertas. Oscuridad otra vez, como no. Pero reconoció una voz.

-Cariño ya estoy en casa –era la voz de Juan, su marido

Ella estaba en la cocina ultimando los últimos preparativos de la cena sorpresa que le había preparado. Tenía un sobrado motivo para hacerlo. Estaba embarazada.

Fueron pasando ante ella las imágenes del crecimiento de su barriga. Los preparativos para la llegada del bebé. La decoración de la habitación. Elegir un nombre. Querían que fuera una sorpresa el sexo del bebé que venía de camino. Pasaban las noches hablando sobre él. Felices. La familia crecía.

El día del parto había llegado. Sus padres habían pasado el fin de semana con ellos. Los dolores comenzaron un lunes a media mañana. Juan había salido a trabajar. Sus padres se ofrecieron a llevarla al hospital, las contracciones eran cada vez más fuertes. De camino al hospital llamarían a Juan.

Pero nunca llegaron. Un camión sesgó sus vidas. Excepto la de ella.

- ¿POR QUÉ? –le preguntó a la nada con un grito desgarrador.

Aquello era un juego macabro. No podían estar haciéndole eso. No…. Eran tan dolorosos esos recuerdos. Miles de dagas clavadas por su cuerpo no le provocarían ni la milésima parte del dolor que sentía. Un dolor que la corroía por dentro rompiéndole el corazón en mil pedazos.

Pero parecía que no le querían dar tregua. El botón número 5 se iluminó.

Estuvo tentada de no levantarse. Para qué, pensó. Pero al mismo tiempo una voz interior le decía que podría ser el último piso, el de la libertad, el de poder salir de allí, el que acabara con la tortura a la que le estaban sometiendo. No perdía nada por comprobarlo. Porque lo había perdido todo. No le quedaba nada.

Pulsó el ultimo botón y esperó.

Las puertas tardaron más de lo normal en abrirse.

Cuando lo hicieron una intensa luz que se proyectó sobre el pequeño cubículo en el que estaba llenándolo de claridad.

Dos figuras avanzaban hacia ella al compás de la melodía de un saxofón. Eran sus padres. Su madre llevaba un bebé en brazos. Supo que era su bebé. Le sonreían. El bebé dormía plácidamente. Ella, sin importarle nada, corrió hacia ellos. Esta vez no encontró impedimento para hacerlo. Los abrazó con fuerza. Cogió a su bebé entre sus brazos, mientras lo mecía con ternura y lo colmaba de besos. Le prometieron que cuidarían de él. Tenía que regresar. Tenía toda una vida por delante. Tenía que aprender a vivir con aquel dolor. Ellos siempre velarían por ella.

 

El sonido del móvil lo despertó. Desorientado miró el despertador. Marcaba las 4 de la mañana. Juan se irguió de golpe en la cama. Sabía que una llamada esas horas no pronosticaba nada bueno. Las manos le temblaban cuando cogió el móvil y miró el número que había en la pantalla.

Lo había arrancado de un sueño. Elisa estaba junto a él en la cama. Su mirada cargada de amor le sonreía mientras le hablaba de modo extraño, como si le estuviera recitando una poesía:

La oscuridad del mundo,

Lo sabes, no osará jamás,

Apagar la llama… ya no.

Pues nuestro amor se escribió con un do sostenido…

Hasta el infinito.

 

Respondió la llamada. La voz que escuchó al otro lado del teléfono le era familiar. Enseguida supo quién era.

-Su esposa está consciente y pregunta por usted –le dijo el médico de Elisa en tono amable y a la vez apremiante.

Rompió a llorar. Era la mejor noticia que le podían dar. Ya había perdido la esperanza después de tres meses en que su esposa había caído en el estado llamado de “Mínima conciencia” tras el shock sufrido por la pérdida, en aquel fatídico accidente, de sus padres y su bebé. Los médicos habían sido claros con él. El porcentaje de que volviera a reaccionar, exceptuando un milagro, eran escasos.

 

 

 

 

miércoles, 22 de junio de 2022

SENTENCIA

 

Un recinto circular. Antorchas colocadas estratégicamente entre los muros de piedra para que cada rincón estuviera iluminado. Siete tronos elaborados a través de la madera de ginkgo, árbol inmortal. Siete arcontes, gobernantes del reino de las tinieblas. Siete dictaminarán por unanimidad la sentencia a aplicar. Eso es lo pactado, pero hoy, tan solo seis están presentes. Viento, tierra, naturaleza, agua, fuego y hielo. En el centro un ángel portando una espada con restos visibles de sangre en ella. Sus alas han dejado atrás su esplendor y su pureza. El ángel había sido derrotado, tras herir de muerte al arconte de la electricidad cuya divinidad era la eternidad. Pero falló en su empresa. El arconte seguía con vida. Entró en el recinto cuando la sentencia a aplicar estaba a punto de hacerse pública. Los seis habían decidió aceptar a aquel ángel entre los suyos, de todos era sabido que su vuelta al paraíso era impensable. También conocían la crueldad y malicia con la que actuaba el arconte al que había intentado matar. Su gran poder y su gran ira eran desmesurados.

El maquiavélico arconte juzgó a aquel ángel. Su decisión era inapelable, hecha bajo la coacción y las amenazas hacia sus compañeros presentes. Lo condenó a vagar eternamente entre los dos mundos, nunca volvería al paraíso y nunca sería aceptado entre ellos. Aquella, era la peor condena porque durante su sueño eterno estaría condenado a recrear, una y otra vez, su acto y su juicio.


lunes, 20 de junio de 2022

CARTA DESDE LA OSCURIDAD

 

Mi querida Elisa:

El tiempo a lomos de un caballo blanco pasa trotando por nuestras vidas a la velocidad de un rayo. Sólo nos queda guardar en nuestra memoria retazos de momentos vividos que, aunque fugaces, logramos atrapar en nuestra retina y guardar, cual tesoro, en nuestros corazones. Momentos vividos que nos causaron felicidad y otros que nos provocaron pena y dolor.

Lo demás, lo insignificante, el viento ya se encarga de barrerlo con su escoba eterna cual hoja caída de un árbol, efímera y liviana como una pluma.

Pero anclado en mi memoria permanecerá impertérrito al paso de los días, meses y años, tu recuerdo.

El dolor no se desvanece, se alimenta de mi añoranza y mis deseos de volver a verte. Se hace más fuerte, si cabe, y sucumbe a mis ganas de vivir. Porque sin ti no soy nada, ni nadie, tan solo una mota de polvo más, un aliento exhalado, un suspiro anhelado, un grito desesperado. Ese dolor tan profundo y doloroso corroe mis entrañas, traspasa mi corazón como miles de puñales rompiendo la piedra que lo rodea.

Y aquí me hayo, tumbado en mi cama mirando el techo sin mirar, esperando sin esperar, suspirando sin suspirar. El arrepentimiento me mece entre sus brazos esperando el sueño eterno.

¡Oh, mi querida Elisa! Mis palabras no tienen sentido, lo sé, y más sabiendo que yo te arrebaté la vida con mis manos. No fue la ira, ni los celos, ni el odio lo que me llevó a hacerlo, no. La causa fue mi amor por ti. Un amor desmesurado que me volvió loco. Mi locura mató a la razón que me gritaba desesperada que no lo hiciera, pero ya era tarde mi amor, era muy tarde.

Ahora soy preso de la culpa que me embarga y que me lleva al borde de la muerte, fruto de la cruel demencia que alimenta mi alma y mi espíritu.

Puedo oler tu fragancia a mi alrededor, sentir tus labios en los míos, el roce de tu piel contra mi cuerpo desnudo, tu aliento susurrándome palabras al oído. No te has ido. Sé que estás aquí.

Tiemblo pensando en tu venganza.

Eres el espejismo de mis silencios gritados y de mis gritos callados.

Pronto me reuniré contigo. Al fin y al cabo, ese era el plan que había urdido sumergido en el pozo donde no tiene cabida ni la cordura ni el perdón.

Cierro los ojos esperando verte de nuevo. Cogernos de la mano y caminar juntos por el sendero del para siempre.

Ya queda poco mi querida Elisa. La eternidad nos espera.

Nada, ni nadie, se interpondrá en nuestro camino. Te lo juro.

Caigo en las redes del silencio sepulcral, en el vacío de la nada, en la ausencia de luz de la oscuridad. Palpo las tinieblas caminando a ciegas. Te busco. No te encuentro. ¿Dónde estás mi amor? La desesperación llega con la ausencia de luz. Quiero gritar. Pero mi garganta enmudeció. Mis sentidos están anulados. No puedo oler tu fragancia, no veo tu rostro, no puedo saborear tu nombre, ni tocar tu piel.

Escucho algo…. Unas carcajadas lejanas. Se acercan. Cada vez son más nítidas. Es tu risa la que llega como una suave brisa y se cuela en mis oídos. No está todo perdido ¿o sí?

 

 

miércoles, 15 de junio de 2022

ASILO OSCURO

 

Samuel, un joven de dieciocho años, entró en urgencias en estado muy grave tras una paliza que le habían propiciado unos desconocidos cuando se dirigía a su casa.  Tras varias horas en quirófano el doctor Granados consiguió que el joven no entrara en el sueño eterno del que no saldría jamás. Durante días Samuel sólo recibía la visita del doctor.  Su evolución era favorable, pero detectaron que algo no iba bien en su cerebro tras las múltiples pruebas que le hicieron. Pero el detonante fue cuando los padres tuvieron el permiso para visitarlo. El joven entró en pánico, gritando y suplicando que no les dejara a solas con esa gente que no conocía de nada. Las lesiones físicas curaban rápidamente mientras que las mentales se agravaban día a día. La única presencia que aceptaba en su habitación era la de su médico, el doctor Granados, hasta que un día dejó de reconocerlo como tal, tildándolo de impostor. Lo agarró de la bata blanca, con una fuerza sobrenatural, al tiempo que le preguntaba, una y otra vez, quién era él y que había hecho con el médico.

Lo llevaron al Asilo de Enfermos Mentales. El doctor pidió su traslado para seguir de cerca la evolución del muchacho. En ese lugar estaban las personas con los trastornos mentales y psicológicos más extraños del mundo.

Al día siguiente de su ingreso la sorpresa del doctor fue mayúscula cuando el muchacho parecía dar muestras de reconocerlo sin pensar que era otra persona que lo suplantaba.

Lo acompañó a la sala común donde los demás internos estaban viendo la televisión en esos momentos. Le provocó una gran ternura al ver su aspecto frágil y tímido cuando entró allí. Le susurró que no le dejara solo, como si fuera un niño pequeño en su primer día de escuela. El doctor le explicó que tenía que interactuar con los demás pacientes, le vendría bien para su recuperación y se quedó un rato con él.

Los días pasaron y su integración estaba siendo más que satisfactoria. Se relacionaba con todos los residentes, era amable con los enfermeros y tomaba su medicación sin rechistar. Se había hecho muy amigo de una chica que no paraba de arrancarse el pelo y la de un hombre que no pronunciaba una sola palabra. Sólo bufaba y mugía. Se consideraba un toro.

Los dos meses que siguieron a su internamiento en el Asilo parecía que iba evolucionando bien.  Una noche en que el doctor Granados estaba a punto de irse, recibió la visita del director del centro en su despacho. Se veía consternado. Todos los días hacían una limpieza exhaustiva de las celdas de los internos buscando pastillas que no tomaban mientras éstos estaban en el comedor cenando. Le mostró tres bolsitas de plástico llenas de píldoras de varios colores y tamaños. Correspondían a tres internos, el que se creía un toro, la chica que se arrancaba el cabello y Samuel.

Unos gritos desgarradores les alertaron de que algo malo estaba pasando. Provenían de la zona del comedor. Cuando llegaron vieron a los dos enfermeros del turno de la noche tirados en el suelo en medio de sendos charcos de sangre. Mientras los demás internos seguían cenando tranquilamente, ajenos a todo, los causantes de aquello se reían danzando alrededor de los dos cuerpos sin vida. El hombre-toro bufaba mientras arañaba con sus uñas las frías baldosas del comedor, la chica se había arrancado casi toda su larga cabellera rubia como el oro. Había trenzado los largos mechones agitándolos al aire mientras bailaba y Samuel, con los ojos inyectados en sangre, gritaba que había que acabar con los impostores, acusando a aquellos dos hombres de matar al director y al doctor Granados y hacerse pasar por ellos para torturarlos.

Fue la última noche en el Asilo.

lunes, 13 de junio de 2022

PLATO ÚNICO: VENGANZA

 

Manuel Martínez, de unos cuarenta años, cuerpo moldeado de gimnasio, bien parecido, desprendía miradas seductoras y algún que otro suspiro cuando alguna fémina pasaba a su lado. De gran carisma y dotado de un gran don de gentes eran algunas de las cualidades que le habían llevado a ser el presentador de un programa en una conocida y renombrada cadena nacional llamado FANTASMAS Y OTROS PERSONAJES desde hace más de un año. Se presentó un día de primavera, un viernes 13 en concreto, con un espectacular currículo bajo el brazo en aquella pequeña ciudad pidiendo trabajo. El director de la cadena, conocedor de su fama en todo el país, no cuestionó que un gran locutor como aquel que había trabajado hasta entonces como presentador de las noticias del mediodía quisiera trabajar allí. No lo dudó ni un instante y le dio lo que pedía. Un programa de madrugada que hablara sobre lo sobrenatural y que los oyentes pudieran interactuar haciendo llamadas en directo.

Durante el primer año de emisión los índices de audiencia habían sobrepasado las expectativas con creces a pesar de que otra emisora emitía en la misma franja horaria un programa muy similar. Digamos que FANTASMAS Y OTROS PERSONAJES era un plagio de él en letras mayúsculas. Pero la voz acompasada, seductora, casi susurrante, tenía encandiladas a la audiencia femenina. Aunque la presentadora del otro programa no se quedaba atrás, es más, su profesionalidad era muy superior a la de Manuel, éste jugaba con los sentimientos de su audiencia, invitando a cenar a alguna que otra oyente y haciendo adulaciones que arañaban la línea de lo moralmente correcto al realizar diversas preguntas, a su audiencia femenina, basadas en la ropa que llevaban para dormir en esas cálidas noches de verano, entre otras preguntas, a cada cual más subida de tono.

Hay un dicho que dice que quien juega con fuego se acaba quemando y Manuel comprobó su veracidad en sus propias carnes. Una de aquellas citas había sido ni más ni menos que con la nieta de su jefe. Una adolescente con la mayoría de edad recién cumplida. Salieron a cenar y a bailar. Ella era muy guapa. Lucía una larga melena rubia y un cuerpazo que sacaba el hipo. Todo aquello quedaba en segundo plano cuando abría la boca. Digamos que, carecía de luces, su nivel cultural ni siquiera se acercaba al aprobado. Tenía una risa acompañada de algo parecido a un rebuzno que hacía que el que estuviera a su lado sintiera vergüenza ajena. No lo dudó ni un segundo, le dio una excusa y la acompañó a casa dándole largas de cuando se volverían a ver. Pasaron las semanas y al no tener noticias de él comenzó el calvario para Manuel.

Ella, despechada comenzó a difamarlo por las redes sociales. Tenía muchos “amigos” y pronto la audiencia comenzó a descender en picado. Su jefe sabiendo como era su nieta trató de disuadirla en lo que estaba haciendo. A los pocos días apareció muerta. La habían violado y estrangulado. Su cuerpo apareció flotando en un río.

Unos días después Manuel pidió a su jefe poder ausentarse unos días por motivos personales. Su madre estaba gravemente enferma. Cuando retomó su programa una semana después, lo hizo recitando unos versos desgarradores donde plasmaban el dolor que sentía por la muerte de la mujer que lo había traído al mundo. El teléfono comenzó a sonar, llamadas para darle el pésame colapsaban la línea. En unos días la audiencia volvió a subir. Su plan había funcionado.

Tras el entierro de su madre, invitó a su hermana pequeña a pasar unos días en su casa. Una noche cuando regresaba de la emisora la encontró despierta esperándolo. No le gustó lo que vio reflejado en su cara, era una mezcla de desconfianza, miedo y mucha rabia.

Ella lo acusó de matar a su madre. No concebía que muriera de un ataque al corazón sabiendo de la buena salud que gozaba. No creía para nada en que la causa de la muerte fuese aquella. La discusión subió de tono en un determinado momento. Él empujó a su hermana y ésta perdió el equilibrio golpeándose la cabeza contra el suelo. Perdió el conocimiento.

Una hora después él llamó a la policía. Encontraron a la mujer en la bañera con las venas cortadas.  Todo indicaba que estaban ante un suicidio.

No hace falta decir que, tras unos versos de sublime dolor, una voz entrecortada en antena y cientos de llamadas, la audiencia superó lo nunca visto en un programa de radio. A todo esto, hay que añadir que escritores reconocidos del género de terror, querían que promocionara sus obras.

Esa noche promocionaría la nueva novela de un gran escritor. Una novela llena de intrigas, humor negro y calabazas.

 

INTRIGANTE COMO PLATO ENTRANTE,

DE RAZA Y SIN MORDAZAS

¡LEAN CREMA DE CALABAZA!

 

Las cosas no le podían ir mejor. La audiencia crecía cada día. Todos los ojos de los medios de comunicación estaban posados en él.

Una noche que en un principio parecía una como otra cualquiera, aprovechó una pausa del programa en el que había puesto un par de bandas sonoras de películas muy conocidas de terror, para ir al baño.

A la vuelta se encontró sentado en su sitio a un hombre de media edad, con el pelo muy corto salpicado de canas. Vestía una camiseta donde se veían inscritas dos palabras verdad o mentira y unos vaqueros desteñidos. Sonreía.

-Hola –le saludó- veo que me recuerdas.

El pánico se había adueñado del cuerpo de Manuel. La visión de aquel hombre, que creía muerto, lo había dejado en shock.

El hombre lanzó una gran carcajada al aire. Se levantó lentamente sin apartar su mirada de la aterrada de Manuel y le hizo un ademán de que se sentara. La última canción estaba a punto de terminar. Pronto tendría que continuar con el programa. El hombre leyendo sus pensamientos le dijo que no se preocupara que la emisión del programa de esa noche se iba a poner más interesante a partir de ahora.

-No entiendo –logró decir Manuel

-Lo sé, pero no tardarás en comprenderlo todo –le respondió todavía sonriendo.

La canción se terminó. Manuel cogió entre sus manos el guion que tenía escrito para continuar la emisión donde lo había dejado hacía unos minutos. Pero para su sorpresa aquel hombre hizo una negación con la cabeza, le arrebató las hojas de sus manos, entregándole otras.

Manuel leyó los primeros renglones y su tez mudó de color, volviéndose blanca como la leche, como si hubiera visto un fantasma. Pulso el botón de silencio para no ser oído en antena. El hombre que en ese momento estaba situado a su espalda, lo volvió a encender.

-La gente tiene que saber la verdad –sentenció –comienza a leer.

- ¡No quiero! –le gritó- ¡esto es una blasfemia, no puedo leer esta sarta de mentiras!

- ¿Estás seguro? –le preguntó el hombre mostrándole una pistola que había sacado de la nada.

Visiblemente nervioso comenzó a leer lo que había escrito en aquella hoja.

-Mi nombre no es Manuel Martínez, ni tampoco Antonio García, ni Javier González, mi nombre verdadero es Jesús Martín. No soy periodista, he falsificado mi título para conseguir trabajo en distintas cadenas a lo largo de todo el país. Una tapadera para hacer lo que realmente me gusta: violar y matar a mujeres.

Llegado a este punto Manuel se levantó tirando la silla esperando tomar desprevenido a aquel hombre y poder huir. Pero no fue así. El hombre más corpulento que él y actuando con rapidez, le golpeó en la cara rompiéndole la nariz. A continuación, le gritó, le exigió, que continuara leyendo apoyando la pistola contra su cabeza.

-Bajo el nombre de Javier González he estrangulado a dos mujeres después de violarlas

Bajo el nombre de Antonio García, he matado a una mujer que se negó a entregarme el coche cuando huía de la policía después de intentar secuestrar a una chica que dio el grito de alarma.

Bajo el nombre de Manuel Martínez he matado a una chica de quince años y a su madre cuando entré en su casa, después de violarlas. Su marido entró cuando yo estaba a punto de marcharme. Forcejeamos y le disparé.

Aquella confesión lo desmoronó totalmente, comenzó a llorar suplicando que lo dejara en paz.

El hombre haciendo caso omiso a sus súplicas le dijo que siguiera leyendo.

-Lo que no sabía es que el padre de aquella chica no murió. Lo que tampoco sabía es que me estuvo siguiendo desde entonces controlando cada paso que daba. No tiene nada que perder perdió a su familia y luego a causa de la obsesión por pillarme también su trabajo. Él es el verdadero Manuel Martínez.

He matado a mi madre asfixiándola con una almohada para conseguir mayor audiencia en mi programa. También he matado a mi hermana. La drogué y la metí en la bañera donde le corté las venas para que pareciera que había sido un suicidio provocado por el dolor que la embargaba debido a la pérdida de nuestra madre.

Hay un sobre amarillo sobre la mesa donde estoy, dentro están las pruebas sacadas de unas cámaras colocadas en mi casa y en la de mi madre. Así como la llave de una caja de seguridad de un banco donde guardo los objetos personales de las chicas que he matado, así como fotos que les saqueé en el momento de su muerte. También encontrarán mis otras identidades.

Al terminar el silencio que reinaba en la sala pesaba sobre ellos como una losa. El teléfono no había sonado en todo ese tiempo.

Entonces el hombre, sin mediar palabra, le disparó en la sien derecha.

A continuación, colocó la pistola en la mano derecha de Manuel.

El teléfono comenzó a sonar.

Las sirenas de la policía sonaban cada vez más cerca.

El hombre salió del edificio perdiéndose entre las sombras de la noche.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 8 de junio de 2022

LA DECISIÓN

 

Hace mucho tiempo había tomado una decisión, pasar de ser Lucifer “portador de luz” el preferido de Dios a ser lo que era ahora, Satanás, su gran adversario. Y aunque en aquellos momentos no le resultó difícil ahora estaba en una situación, aunque no similar a aquella, sí decisiva en su liderazgo.

Su círculo más íntimo lo formaban las peores almas que habían paseado por la faz de la tierra y aunque aquello lo enorgullecía de gran manera, necesitaba más como éstas a su lado para el plan que se cocía en su perversa mente.

Puso a funcionar su gran astucia e inteligencia. Los humanos evolucionaban a pasos agigantados. La tecnología había llegado a sus vidas para quedarse, sin embargo, los pecados capitales no habían desaparecido, no, incluso podía ir un paso más adelante al afirmar que estaban arraigados más que nunca en las mentes humanas. Había que sacar partido de ello. El boom de los asesinos seriales de los años 70 había quedado atrás. Aquellos hombres y mujeres capaces de hacer las vilezas más crueles y macabras a sus semejantes parecían haber desaparecido debido a los grandes avances en las investigaciones policiales.

Eso era un problema, claro está, pero uno que no pudiera solventar.

Era fácil convencer a un humano adulto que hiciera lo que fuera por conseguir fama, dinero, mujeres, poder. También estaban los que no sucumbían a la tentación, pero constituían un porcentaje menor que no alteraba para nada su plan.

Había una franja de humanos que eran más vulnerables y a los que no les costaba mucho esfuerzo amoldar a sus deseos. Los niños.

Tenía que entrar en un lugar pantanoso para él, porque los niños son el regalo de Dios, lo más preciado que tiene, inocentes desde su nacimiento son esenciales para su propósito, de que seres humanos obedientes pueblen la tierra.

Lucifer tuvo que decidir si…. conquistar aquella tierra prohibida, aquellos corazones puros.

Pero no le costó tomar una decisión. Lo haría en forma de ángeles de la guarda que los llevarían por el camino de la envidia, la ira, la violencia…. Uno por niño nacido. Pero no cualquier niño, sino los que estaban destinados a formar parte, cuando crecieran, de ser los humanos más brillantes sobre la faz de la tierra aquellos que harían grandes descubrimientos y progresos y los que llegarían a ser muy poderosos cuyas decisiones llevaría a la desaparición total del ser humano. Expuso su plan a sus más allegados que lo recibieron entre vítores de alegría y comenzó a llevarse a cabo, aun sabiendo que desataría la ira de Dios. Pensarlo, lo llenaba de un gran placer.

 

 

lunes, 6 de junio de 2022

EL ÚLTIMO TREN

 

Le extrañó ver que la casa estaba a oscuras cuando aparcó su coche en la entrada. Era más tarde de lo habitual, se había retrasado un poco en salir de la oficina, pero aun así ella siempre lo esperaba. Cuando escuchaba llegar su coche salía a la puerta a recibirlo con aquella sonrisa que lo había enamorado años atrás cuando todavía eran unos alocados adolescentes que se querían comer el mundo, sonrisa que todavía le hacía vibrar cuando la veía. Luego sus labios se juntaban y se fundían en un largo y reconfortante abrazo. Pero hoy...

Tenía que reconocer que estaba nervioso. Las manos le temblaban cuando introdujo la llave en la cerradura de la puerta. Encendió las luces y gritó su nombre. Recibió silencio a su llamada. Su mirada preocupada se fijó en la foto del recibidor que descansaba sobre una pequeña mesa circular al lado de la maqueta de un tren a vapor, tomada hacía dos veranos cuando habían ido de vacaciones a Francia. La cogió entre sus manos y la observó. Se les veía sonrientes y muy felices, porque lo eran, siempre lo habían sido, a pesar de los altibajos de la vida como la pérdida de su único hijo hacía 5 años a causa de un cáncer, que intentaban superar día tras día. El dolor nunca se va, se queda para siempre como un okupa en tu corazón, lo único que tienes que hacer es convivir con él y continuar mirando siempre al frente sin echar la vista atrás. A ella le costaba más. Tenía días buenos y días en los que apenas se levantaba de la cama. Últimamente parecía que su estado de ánimo había mejorado bastante y él se enorgullecía de ella, de su fuerza, de sus ganas de vivir, porque si ella estaba bien, él era feliz.

Fue hasta la cocina. Abrió la nevera para coger una lata de refresco. Al cerrar la puerta la vio. La nota. Sujeta con un imán en forma de pera. Reconoció la letra de su mujer. La cogió y comenzó a leer.

“Hoy vuelvo a vestir de intenso negro el magullado corazón,

No será porque no te quiero,

Más bien porque no me quiero yo”

Tuvo que sentarse porque las piernas comenzaron a temblarle. La releyó dos, tres veces y siempre llegaba a misma conclusión, no le gustaba, no presagiaba nada bueno.

Le dio un largo trago a la lata de refresco. Cogió el móvil e hizo una llamada.

Le respondieron al segundo tono. Sólo dijo tres palabras: «Pili ha desaparecido”

Media hora después el timbre de la puerta lo devolvía a la realidad.

Al abrirla vio a tres mujeres, las reconoció al instante, eran María, Alicia y María José, las amigas de su mujer, amigas hechas en la infancia. Una amistad que había perdurado en el tiempo.

Preparó café para todos al tiempo que les explicaba la situación y les mostraba la nota que había encontrado en la nevera.

Tras más de una hora debatiendo, intentando descifrar lo que había oculto entre líneas en aquella nota, llegaron a dos conclusiones cada cual más macabra y escalofriante.

O se había ido, abandonando la vida que había llevado hasta ahora para buscar la paz anhelada en otro lugar, o… se había suicidado.

La última opción, la más dolorosa, era la que más pesaba sobre ellos como una gran losa en sus conciencias.

Si bien ninguno de los cuatro, habían visto un comportamiento inusual o diferente en los últimos días y semanas, estaba claro que no lo quisieron ver o ella había escondido tanto sus sentimientos que pasaron desapercibidos para todos.

Los llantos y lamentaciones pensando en un trágico final afloraron en ellos en forma de culpabilidad. Pero estar allí sentados ante una taza de café no ayudaba para nada en que la verdad saliera a la luz. Así que decidieron hacer algo. Tenían que buscarla. Que estuviera muerta sería la última opción a tener en cuenta.

Decidieron que el marido fuera a comisaría a denunciar la desaparición de su mujer.

Y ella tres irían a buscarla. Preguntarían en el aeropuerto, en la estación de autobuses y en la estación de trenes. Removerían cielo y tierra hasta que no les quedara un solo sitio donde buscar.

La última en salir de la casa fue María. Se había detenido, como había hecho el marido al llegar a casa, junto a la pequeña mesa del vestíbulo, pero ella no se fijó en la foto como había hecho él, no, ella se fijó en la maqueta del tren y entonces se acordó de algo que le había dicho su amiga. Había sido en el entierro de su hijo. Destrozada y rota por dentro a punto de desmayarse por el dolor que embargaba su alma le había susurrado al oído: “mi pequeño se subió al último tren que lo llevará a la luz y a la felicidad eterna”.

Era conocido por su círculo más cercano su pasión por los trenes. Cuando se sentía deprimida se sentaba en uno de los bancos de la estación y se pasaba horas viendo pasar, un tren tras otro con la mirada perdida y ensoñadora. Como si de una revelación se tratara supo donde tenían que ir.

Se subieron en el coche de Alicia, en el que habían venido, dejaron al desconsolado marido en la comisaría y por petición de María se dirigieron hacia la estación de trenes. María José y Alicia aun creyendo que no era buena idea comenzar por allí no se opusieron, aunque pensaban que lo más lógico, si quería meter kilómetros por medio, sería coger un vuelo que la llevara lo más rápido y lejos posible.

La luna reinaba en la cúpula celestial cubriendo la ciudad con un manto oscuro donde las sombras se escondían en los rincones más inhóspitos, expectantes y observando con ávida curiosidad la vida nocturna que iba despertando poco a poco.

Llegaron a la estación. A esas horas estaba casi vacía. Sólo había un tren. Sin embargo, en la pantalla de salida no mencionaban ninguna partida inminente.

Varias personas caminaban hacia él por el andén. No llevaban equipaje. Su caminar era lento. Sin embargo, había algo en sus rostros diferente a lo que habían visto hasta ese momento. Sonreían y sus facciones denotaban paz y tranquilidad.

Vieron a una mujer sentada en uno de los bancos. Llevaba un abrigo negro y su negra y larga melena estaba recogida en una coleta. La reconocieron. Era ella. Era Pili.

Gritaron su nombre mientras apuraban el paso a su encuentro.

Ella parecía no oírlas.

Se levantó y comenzó a caminar hacia aquel tren, entremezclándose con los otros pasajeros. La perdieron de vista.

Las tres gritaron al unísono su nombre. Era tal el barullo que estaban armando que un revisor se acercó a ellas cortándoles el paso con una mirada cargada de reproche y visiblemente enfadado. Les preguntó a dónde se dirigían.

Hablaron las tres a la vez rápida y atropelladamente, rogándole, implorándole que las dejara pasar para hablar con su amiga que se iba a subir a aquel tren.

El hombre las miró de hito en hito. Impasible ante sus ruegos les pidió que se calmaran.

Tardaron unos minutos en hacerlo. Mientras tanto el andén se había quedado vacío. Todos los pasajeros se habían subido ya a aquel tren y éste comenzaba a deslizarse lentamente por la vía, hacia un destino desconocido.

El móvil de María sonó insistente al recibir un mensaje.

Era del marido. Tenía noticias de su mujer.

Mientras tanto el revisor les recriminaba enérgicamente:

-Señoritas, no puedo dejarlas subir a ese tren.

- ¿Por qué? –preguntaron ellas.

-Porque ustedes no están muertas –les respondió.

Lo miraron sin comprender.

María les enseñó el mensaje que había recibido.

Habían encontrado el cuerpo de su amiga. Se había cortado las venas sobre la tumba de su hijo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

REBELIÓN

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