sábado, 23 de enero de 2021

CARTA

 




Gran parte de nuestra vida nos la pasamos diciendo o pensando, odio cuando, mis padres me dicen lo que tengo que hacer, odio cuando, el profesor me castiga o me suspende, a veces puede que injustamente y otras no, odio cuando mi jefe me exige más de lo que puedo o debo hacer, pidiéndome horas extras que luego no me va a pagar, odio cuando… y así una larga lista de cosas que odiamos, que, sin darnos cuenta, son el pan nuestro de cada día. No estamos conformes con nada. Bueno generalizando claro, habrá quien no se sienta reflejado ante estas reflexiones.

Bueno no sé quién va a leer esta carta, la policía tal vez, o los sanitarios, no lo sé. Cuando alguien lo haga yo ya estaré muerta y la verdad creo que me va a dar igual quien la lea, el caso es que lo hagan, por lo menos para ayudar a otras personas, que sé que las hay, que están en mi situación.

Me voy a matar, a quitar la vida, a suicidarme o como queráis llamarlo, porque ya estoy harta del odio cuando. Pero no del odio cuando que mencioné anteriormente, ojalá fuera ese, por dios que daría lo que fuera por que fuera ese, no, no es ese.

Odio cuando no tengo el control de mi cuerpo, ni de mi mente, ni de mis actos.

Odio cuando estoy relegada al fondo del abismo cuando otros “yo” toman el control.

Odio cuando exponen mi cuerpo a situaciones peligrosas, que no suelen salir bien y acaba mal parado.

Odio cuando la locura invade mi mente y pensamientos oscuros afloran en ella.

Odio cuando no soy yo y el resto del mundo no lo ve.

Tengo que convivir con cinco “yo” diferentes. Créanme es una tortura. Porque yo siento, veo y no puedo hacer nada.

Escribo esta carta en un momento de lucidez, soy yo, he logrado salir, porque los otros no están activos en este momento, están, en pausa, dormidos, tal vez sea la hora de la siesta para ellos (una broma para distender un poco el ambiente). No lo sé. Apagados o fuera de cobertura. Ahora mi verdadero yo tiene el control. Aunque sea por un breve espacio de tiempo. Y que bien sienta, por dios. Por eso es ahora o nunca porque tal vez pase mucho tiempo, y muchas desgracias más, hasta que pueda volver a tener el pleno control de mis facultades físicas y mentales.

Pido perdón por lo que he hecho, aunque no pudiera evitarlo al no ser yo, lo he visto todo desde la oscuridad donde estoy inmersa, las atrocidades que han hecho, las mentiras que han dicho, los engaños y todo lo inimaginable que puede hacer un ser humano, lo han hecho ellos.

No quiero que nadie sufra más por todo ello. Entonces mientras no despierten me quitaré la vida, así no podrán hacer más daño. Saben aquel dicho “muerto el perro, muerta la rabia”, no sé si está bien que diga esto, pobre perro, pero no se me ocurría otro, lo siento.

Quiero que mi familia sepa que los quiero mucho, que siento todo el daño que les he causado, quiero que sepan que no era mi “yo”, ellos me conocen y saben que no mataría ni una mosca. Les perdono sus dudas, porque sé que las hubo. Y sobre todo espero de corazón que me perdonen y que me recuerden como la madre y esposa que adora a su familia y que intenté siempre hacer lo correcto.

Bueno, me despido ya, creo que la siesta ha llegado a su fin. No me queda mucho tiempo. Por favor, perdonadme, pero esto es lo mejor que puedo hacer por mí y por todos.

Siempre quise volar, como un pájaro, como un alma libre. Ahora lo haré, aunque sólo sea por unos segundos.

 


viernes, 22 de enero de 2021

SORPRESA EN EL METRO

 


Radio despertador, sonando en la mesilla de noche con un tema de Queen que estaban pinchando en la emisora de los cuarenta principales. Junto a él un libro de autoayuda, que le había regalado una amiga, que según ella era mano de santo y que tras leerlo te cambiaría la vida. A ella no le había convencido mucho aquel libro, tras leer las diez primeras páginas, creía que aquel autor era un timador de tres al cuarto que se quería forrar vendiendo aquellas tonterías que contaba, pero bueno, tal vez esta noche le diera otra oportunidad, luego ya vería.

La mujer lo apagó, en su mirada se veía que no había pasado una buena noche. Una pesadilla había enturbiado su descanso. En ella se veía caminando por la calle, distraída mirando el móvil, no vio que faltaba la tapa que cubría aquella alcantarilla, se dio cuenta de ello cuando notó que bajo sus pies se había hecho el vacío, se caía y una rápida mirada había abajo, le hizo comprobar que aquello no tenía un final muy prometedor, en ese momento se despertó, sobresaltada y bañada en sudor.

Tras una buena taza de café salió de casa para ir a trabajar. En el metro un violinista madrugador, hacia más amena la mañana, con temas de Beethoven y Mozart. Tras la desescalada su empresa tuvo que subrogar a gente, entre ellas estaba ella.  A partir de ese momento la carga de trabajo se hizo insufrible. Pero tenía a mano su frasco de pastillas de isoflavona, que le había recetado su médico de cabecera, y que tras probarlas su vida ya no era la misma si no las tenía.

Al metro le faltaban diez minutos, se sentó en un banco. Se sentía cansada, sin ánimos, decidió tomarse dos pastillas más de aquel frasco. Lo estaba sacando del bolso cuando notó una ola de vapor a sus espaldas, como si alguien hubiera abierto la puerta de una sauna. Giró la cabeza para averiguar de dónde provenía aquello. Vio en la pared a sus espaldas un meme sobre el ex presidente de Estados Unidos, era muy original y sonrió ante tal ocurrencia. Pero, aunque aquello la hizo olvidar unos segundos para que había girado la cabeza, pronto lo volvió a recordar y recorrió con la mirada el resto de pared. Aquella ola de vapor se estaba propagando por todas partes, ya casi era imposible distinguir la pared y lo que la rodeaba. Una figura oscura emergió de aquel vapor acercándose a ella. Le pareció distinguir a alguien conocido. A medida que se fue acercando a ella, aquel rostro se convirtió en el de su padre, fallecido diez años atrás. La sorpresa y el miedo la paralizaron de tal manera que no podía moverse, y cualquier intento de gritar fue en vano, ningún sonido salía de su garganta. Lo último que vio fue a una pareja joven que, a cierta distancia, estaban viendo lo que estaba pasando, pensando que tal vez se trataba de una broma o una filmación cinematográfica estaban haciendo un selfi.


miércoles, 20 de enero de 2021

EL APARTAMENTO

 


          Isoflavona, ponía la etiqueta del frasco que había sobre la mesilla de noche. El inspector la leyó con detenimiento. Habían acudido a aquel apartamento por una llamada recibida, alertando de la desaparición de la mujer que vivía allí. Pero la mujer no había desaparecido, la habían encontrado muerta en la cama. La llamada la habían hecho desde su trabajo, ella trabajaba como contable de la empresa. Su jefe la había llamado reiteradamente al móvil sin suerte, llevaba dos días haciéndolo, el tiempo que hacía que no se presentaba a trabajar.

          El inspector abrió el frasco, dentro había un par de píldoras de color azul. La causa de la muerte de la mujer, según la autopsia realizada, era una ingesta masiva de ansiolíticos. Aquello no cuadraba, la isoflavona no era un ansiolítico, alguien había sustituido las pastillas, eso estaba claro. Ahora había que descubrir quien lo había hecho. Siguió registrando el apartamento de la fallecida. Estaba todo revuelto como si hubieran estado buscando algo.

          Habían vaciado cajones y tirado su contenido por el suelo, el que había hecho aquello tenía mucha prisa por encontrar lo que fuera que estaba buscando. Estuvo rebuscando entre las cosas tiradas por allí, pero nada llamó su atención. Sólo le quedaba un sitio para registrar. Fue al baño, echó un vistazo a su alrededor y levantó la tapa de la cisterna. Era un buen escondrijo para guardar algo que no quieres que encuentren. Había algo envuelto en una bolsa de plástico. Lo sacó con cuidado, lo desenvolvió y descubrió que era un libro de contabilidad. Tal vez eso fuera lo que estaban buscando, pensó el inspector. Y fue más allá, tal vez aquella mujer descubriera un desfalco y amenazara con denunciar a la empresa. Todo cobraba sentido en su cabeza. Lo estaba abriendo cuando un policía entró, estaba agitado, y no era para menos, habían encontrado una cámara oculta en una figura de porcelana en forma de perro, que la mujer tenía enfrente de la cama, encima de la cómoda, donde descansaba una televisión. Salió de allí, él no lo supo entonces pero aquel compañero le había salvado la vida, de momento.

           Pusieron las grabaciones y pudieron apreciar como alguien estaba encañonando a aquella mujer, visiblemente aterrada, para que tragara unas pastillas, que le iba dando junto con un vaso de agua. Querían que aquello pareciera un suicidio.

          Las luces se apagaron, el inspector y los dos policías que estaban con él, desenfundaron sus armas. Mientras miraban las grabaciones no se percataron de que la puerta del baño se abría. Habían bajado la guardia pensando que no habría nadie en el apartamento, aquel error les iba a costar muy caro. Se escuchó un disparo, y luego le siguieron más. Los vecinos alertados por el ruido proveniente del apartamento se acercaron hasta allí, encendieron las luces que, incomprensiblemente estaban apagadas. Un grito de terror salió de sus gargantas, aquello era una masacre en toda regla, en el suelo había cuatro cuerpos, bañados en su propia sangre. Llegó más policía al lugar del crimen, pero aparte de los cuerpos, no encontraron las grabaciones, ni el libro de contabilidad y por supuesto tampoco el frasco de isoflavona.

             Ante la confusión de lo allí acaecido, un hombre vestido con un traje negro y un maletín del mismo color, salió del apartamento sin que nadie sospechara de él.

          


martes, 19 de enero de 2021

EL DOMINGO ES PARA IR A MISA

 


              Ya había comenzado el oficio religioso en la iglesia de San Miguel, situada en el pueblo de Talos. Una mujer joven estaba subiendo las escaleras que daban a la puerta de entrada, fuera se oían a los feligreses allí congregados, cantando un salmo, pero ella no aceleró el paso. Abrió la puerta y entró. En el momento en que puso un pie en la iglesia todos giraron la cabeza para mirarla, todos menos uno, Tomás, un octogenario medio sordo y medio ciego.

              El sacerdote que oficiaba la misa, levantó la mirada y la contempló por encima de las gafas de leer, sin poder disimular su desconcierto ante lo que estaban viendo sus viejos y cansados ojos.

             La joven, vestía una minifalda negra y una blusa blanca ajustada que llevaba abierta hasta el nacimiento de sus pechos. Tenía una larga melena pelirroja y sus caderas se contoneaban al andar, en parte, por sus altos zapatos de tacón. Caminó como si fuera una estrella de cine sobre una alfombra roja, por el pasillo de la iglesia, bajo la atenta mirada de los allí reunidos, hasta los asientos de delante. Los hombres se habían quedado sin palabras, boquiabiertos ante el contoneo de la mujer, las mujeres enfurruñadas murmuraban entre ellas y les daban codazos a sus maridos para que dejaran de mirar. Los niños, inocentes, preguntaban a sus mamás quien era aquella mujer.

             Se sentó al lado de un hombretón entrado en carnes, sesentón, dueño del único concesionario de coches que había en el pueblo, el señor Andrés García. El sacerdote carraspeó dando a entender de que el oficio tenía que continuar. El señor García estaba visiblemente nervioso ante los atributos que mostraba aquella mujer sentada a su lado, la falda se había subido al sentarse, mostrando más de lo que debería mostrar en una iglesia, pero aquello lejos de molestarle, le agradaba. Aquel domingo iba a ser diferente a todos los vividos en la iglesia hasta ese momento. Sonrió.

              Faltaban escasos cinco minutos para que terminara la misa, cuando la policía entró en la iglesia. Fuera se escuchaba mucho ruido, pero sólo entraron dos. Todos se sorprendieron y se asustaron al verlos, y pensaron que algo muy gordo tendría que haber pasado para que irrumpieran allí de aquella manera.

              Se encaminaron hacia donde estaba aquella joven sentada, le pidieron por favor que se levantara e hicieron lo mismo con el señor García, una vez en el pasillo de la iglesia, lo esposaron y le leyeron sus derechos, bajo la mirada incrédula de los presentes.  El hombre que se resistía a ser llevado a comisaria, quería saber por qué lo arrestaban. Por secuestro, le dijeron. Tenía a su mujer encerrada en el sótano de su casa, desde hacía años, presentaba un grave cuadro de desnutrición y deshidratación y estaba al borde de la locura. Todos quedaron asombrados, él les había dicho que su mujer se había ido con otro, que lo había abandonado.

                Durante la semana siguiente no hubo otra cosa más de que hablar que sobre lo que había pasado ese día en la iglesia. Hasta que llegó el siguiente domingo.

                El oficio ya había comenzado cuando una mujer joven subía las escaleras que conducían hasta la puerta de la iglesia. Fuera se escuchaban, a los feligreses allí congregados, cantar un salmo. La mujer entró. Todos giraron la cabeza y se hizo un silencio total. La joven llevaba un ceñido vestido rojo, que resaltaba el color rojizo de su melena. Caminó hasta los asientos del centro, contoneándose, en parte por los altos zapatos de tacón que llevaba. Se sentó al lado de Bruno Sanz, un adolescente, rubio, estrella del equipo de fútbol del instituto, con un gran futuro por delante, o quizá no.

                 Poco antes de terminar el oficio, dos agentes uniformados entraron en la iglesia, y se llevaban a Bruno detenido, lo habían cogido por sorpresa, no había dejado de mirar de soslayo, ni un solo momento, hacia aquella mujer tan atractiva que tenía a su lado, se pasó el oficio imaginando miles de maneras de hacerla suya. Delito cometido: una paliza brutal a su novia, que había tenido que ser hospitalizada y a consecuencia de ello había perdido al bebé que esperaba.

                El domingo siguiente, el oficio ya había comenzado cuando una mujer joven subía las escaleras que conducían hasta la puerta de la iglesia. Fuera se escuchaban a los feligreses allí congregados, cantar un salmo. La mujer entró, llevaba un vestido negro ceñido, y unos zapatos de tacón. Se quedó en los bancos de atrás, se sentó al lado de María Dávila, la directora del único banco que había en el pueblo. Ésta se sobresaltó cuando aquella mujer se sentó a su lado. Quería irse de allí, pero notaba una presión enorme sobre sus hombros que le hacían imposible levantarse. La policía también apareció aquel día para llevársela detenida. Delito: Malversación, fraude, tenía el coche fuera aparcado, con las maletas hechas en el maletero y un maletín lleno de dinero bajo el asiento del conductor.

                  La gente se asustó, y el miedo es muy mal compañero cuando no lo puedes controlar. Comenzaron a gritarle a la policía y a aquella joven misteriosa que nadie sabía quién era, ni de donde había salido, pero ya sabían que su presencia no traía nada bueno, y que si sentaba a tu lado lo mejor que podías hacer era empezar a rezar.

                  Alguien hizo un disparo, la bala, que indiscutiblemente era para ella, erró y le dio en la espalda a uno de los policías. El otro, llamó por la radio, a sus compañeros que estaban fuera, pidiendo refuerzos, mientras la gente se agachaba entre los bancos de la iglesia.

                Entró más policía, el de la pistola seguía disparando sin control, cobrando ya varias vidas, la iglesia se convirtió en un campo de batalla. La gente intentaba huir atropelladamente para salvar sus vidas, algunos murieron en la huida al ser pisoteados, el sacerdote intentó salir por la sacristía, pero no se libró de una bala perdida que le dio directamente en la cabeza, fulminándolo.

                Ese domingo fue el peor en la historia del pueblo de Talos Habían muerto más de 30 personas entre mujeres y hombres. Los niños milagrosamente se habían salvado todos. La mujer joven salió de la iglesia por su propio pie, caminando por el pasillo contoneándose, en parte por sus altos zapatos de tacón, sin un solo rasguño.

              

 

            

 

lunes, 18 de enero de 2021

EL ZOPILOTE

 

    El zopilote llevaba un rato volando sobre las colinas en busca de una presa fácil. Un hombre llevaba horas deambulando, desorientado, por aquellos pasajes. Había perdido sus zapatos, los pies le sangraban y tenía la ropa hecha jirones. Estaba exhausto, sediento, sabía que la muerte lo estaba acechando y pronto le daría caza. Llevaba días perdido, había sufrido un accidente con el coche que conducía. Un ciervo se había cruzado en su camino haciendo que se saliera de la carrera. El coche dio un par de vueltas de campana hasta quedar boca abajo en una zanja. Repuesto, a medias, del susto inicial y con una gran brecha en la frente de la que manaba mucha sangre, decidió pedir ayuda. Pero el móvil no funcionaba, no había cobertura. Estaba confuso, estuvo esperando horas a que pasara algún coche, pero no pasó nadie. Decidió caminar por la carretera hasta encontrar a alguien que le pudiera ayudar.  

     El día era soleado, sin una sola nube que lo enturbiara, hacía calor y nada de aire, haciendo que le costara respirar. Llevaba un rato caminando, le dolían los pies y no se escuchaba ningún ruido salvo el de sus pisadas y el de algún que otro pájaro y otros animales del bosque. Se había bebido ya una botella de agua que había encontrado en el coche y empezaba a tener sed de nuevo. Iba absorto en sus propios pensamientos cuando notó que se levantaba una brisa que fue incrementándose poco a poco, los árboles comenzaron a moverse, levantó la mirada al cielo por si se acercaba una tormenta, pero seguía igual azul y sin ninguna nube. Entonces escuchó un sonido, parecía un grito que le puso los pelos como escarpias, sonaba aterrador, maléfico. Entonces entre los árboles vio una figura que pasaba corriendo como una exhalación, no podía decir de que se trataba, parecía una persona, pero se movía demasiado deprisa para estar seguro de ello.  Le gritó, tal vez aquella fuera su única oportunidad de encontrar a alguien por aquel sitio y se notaba cansado, las piernas le flaqueaban, necesitaba comer algo y sobre todo beber, sentía la boca y la garganta secas. Pero por más que gritaba nadie le respondía. Tal vez fuera una alucinación, pensó el hombre. Pero entonces, como salido de la nada, vio a alguien parado en medio de la carretera a pocos metros de donde estaba. Era muy alto, calculó que mediría unos dos metros y delgado, muy delgado. Vestía una túnica con capucha de color blanco que le cubría la cabeza en su totalidad no dejándole ver la cara. Llevaba algo en la mano derecha, no llegaba a ver de qué se trataba, pero parecía un cayado. Y ahí empezó todo, sus sentidos se pusieron alerta, le decían que aquello que estaba viendo no era nada bueno, que tenía que huir para salvar su vida. Así que tras dudar unos segundos se adentró en el bosque, corriendo como nunca lo había hecho nunca.

      Llevaba horas huyendo, y cuando creía que ya había despistado a aquel ser, fuera lo que fuese, sentía su presencia. Sabía que no tenía escapatoria.

      Se cayó de bruces contra el suelo, en la caída la cabeza chocó contra una piedra. Sabía que aquel era su final. El zopilote lo estaba observando, el hombre, antes de perder el conocimiento, levantó la mirada, vio como aquel pájaro descendía y empezaba a dar vueltas sobre él. Una sombra lo cubrió por completo, el encapuchado había levantado el cayado en actitud amenazadora, sintió un dolor punzante en la cabeza, luego oscuridad.

 

 

¡¡HA SIDO TERRIBLE!!

 

             ¡Ha sido terrible! Rezaba la portada del periódico aquella mañana. La ciudad entera estaba conmocionada ante los hechos acaecidos la noche anterior. No había otro tema de conversación entre los vecinos. La policía había acordonado el instituto. Se habían retirado los cuerpos que descansaban en la morgue donde se les haría la autopsia, con la esperanza de obtener los datos necesarios para un total esclarecimiento de los hechos, que todavía estaban confusos.

               Había una testigo, una de las profesoras que se había escondido debajo de una mesa. Pero estaba demasiado asustada y confusa, por lo que el interrogatorio no iba tan bien como se esperaba.

              Las cámaras instaladas en el instituto mostraban a las cuatro profesoras ese día. Actuaban como de costumbre, nada de lo que se veía en las grabaciones hacía sospechar que aquella tragedia se iba a cernir sobre ellas.

              “¿Qué ocurrió aquella noche en el instituto? Intentaremos recrear los hechos, basándonos en el informe realizado por la policía, después de investigar durante horas el lugar de la tragedia, basándose en lo allí encontrado y sobre todo en las grabaciones recuperadas del móvil de la única superviviente, éstas fueron de vital importancia para esclarecer lo que había sucedido esa fatídica noche. No se lo pierdan esta noche a las diez en nuestro canal noticias.”

                Estaba sentado en aquel bar, viendo la tele, en todos los canales no hablaban de otra cosa. Seguramente ellos tendrán una versión de lo que ocurrió allí.

               Pero los que os voy a relatar es exactamente lo que pasó allí, aunque la policía se pueda acercar bastante a la realidad hay detalles que no se mencionarán, porque dichos detalles, los sé yo y lo saben ellas, porque los cinco estábamos presentes.

                También he de añadir que lo que voy a contar a continuación no es apto para los escépticos, los que reniegan de lo paranormal y fuerzas oscuras.

                Lo que os relataré a continuación es exactamente lo que pasó allí, aunque la policía se pueda acercar bastante a la realidad hay detalles que no se mencionarán, porque dichos detalles, los sé yo y lo saben ellas, porque los cinco estábamos presentes.

               ¿Quién soy yo? Pronto lo averiguarán. Paciencia.

                Clara había discutido con su marido, Raúl, hacia una semana, él se había ido a un hotel a vivir, hasta que las cosas se aclararan.  Trabajaban juntos, ambos eran profesores del instituto. Las malas lenguas hablaban de una infidelidad por parte del marido, se rumoreaba de que se había acostado con una alumna.

                  Había tres compañeras con las que se llevaba muy bien y a las cuales le había hablado de sus problemas de pareja. Una de ellas, gran conocedora de temas esotéricos le propuso hacer un ritual para recuperar a su marido. Al principio Clara estuvo reticente ante tal idea. Pero después de darle vueltas y más vueltas en su cabeza a la mañana siguiente le dijo que sí.

                  Así que lo hablaron entre las cuatro y se pusieron de acuerdo, se quedarían escondidas en el instituto hasta que éste cerrara y el sitio más adecuado para no levantar sospechas era el sótano, que lo utilizaban de almacén y casi nunca bajaba nadie allí, el único que podría hacerlo sería el conserje. Pero era más que improbable.

                   Azucena, la que se encargaría de hacer el ritual, llevó todo lo necesario para llevarlo a cabo, esa tarde al instituto. Cuando finalizaron las clases se encaminaron al sótano, esperando que el instituto cerrara. Para salir no tendrían problemas, cada una de ellas tenía una llave de la puerta de entrada.

                   Así que las tres mujeres despejaron una parte del sótano, apartando y apilando mesas, sillas viejas y otros enseres varios, para dejar espacio. Tenían que trazar un circulo de sal en el suelo, ellas permanecerían en el interior. Salir de allí podría significar el fracaso total del ritual e incluso desatar alguna fuerza oscura, dejaron claro que bajo ninguna circunstancia abandonarían el circulo trazado.

                   Encendieron unas velas blancas. Se sentaron en el suelo cruzando las piernas en posición de loto y cerraron los ojos, mientras Azucena pasaba a leer el ritual que estaba escrito en una hoja de papel. Cuando finalizó la lectura, lo dejó a su lado y se dieron las manos. Al cabo de un rato una ráfaga de aire apagó las velas e también hizo volar el papel. Una de ellas Marta, abrió los ojos asustada al notar como su pelo se movía por acción de aquel viento, estaba asustada.

                 De su garganta salió un grito aterrador que hizo que las demás mujeres también abrieran los ojos. Sara que estaba a su lado se levantó de un salto y con las prisas le dio una patada a su móvil que había colocado a su lado con la grabadora puesta. No creía mucho en esas cosas y pensó que si grababa toda aquella parafernalia que no llevaría a ningún lado, acabarían dándole la razón.

                  Entonces presa del pánico salió del circulo y se escondió debajo de una mesa. El móvil que había salido disparado a causa de la patada que le había propinado, estaba a pocos centímetros de ella, logró cogerlo y se acurrucó lo más que pudo esperando que aquella cosa no la viera.

                    Frente a ellas, apareció un ser encorvado, de gran tamaño, con garras en vez de manos, con unos dientes afilados que sobresalían de la boca, sin pelo, la tez de un color amarillento, en vez de piernas tenía patas semejantes a las de una cabra. De la boca salía una sustancia verdosa, que se deslizaba por su pecho hasta terminar en el suelo, allí donde se posaba lo quemaba.

                    Se acercó a las tres mujeres que todavía seguían allí sentadas, no podían moverse, estaban petrificadas, aquel ser se iba acercando a ellas mientras las miraba con unos ojos impregnados en sangre. De su boca, aquella sustancia verdosa salía a raudales, como si estuviera salivando ante una comida apetitosa.

                      Se abalanzó sobre ellas, a tal velocidad que aquellas mujeres ni se dieron cuenta de lo que pasaba.

                       Sara seguía escondida entre las mesas, pero ante tal visión su cerebro no lo pudo soportar y se desmayó.

                        Aquel ser les chupó toda la sangre, hasta la última gota. Lo que el móvil no grabó fue la transformación que ocurrió a continuación. Una vez bebida toda la sangre, el aspecto de aquella cosa infrahumana, cambió totalmente dando paso a un joven alto y apuesto.

                         Si señores aquel hombre apuesto soy yo. Aquellas mujeres me trajeron de vuelta del infierno. Y soy testigo de primera mano. ¿Por qué no maté a la mujer escondida? No necesitaba alimentarme más, estaba saciado, además la pobre no se enteró de mucho y lo poco que vio está relegado al fondo de su mente encerrado bajo llave.            

 

EQUIVOCADO

 

 

          -¡¡Fantoche!! Eso es lo que eres, le recriminé a aquel tipo que no paraba de parlotear sobre aquellos temas versados en brujería y magia negra que tanto le gustaban.

          Entonces aquel hombre me miró, en su mirada vi cansancio, me recordó a un profesor mirando a su alumno intentando que comprendiera aquella ecuación que era tan simple pero que el chaval no lograba entender. Me retó a ir con él a un ritual de magia negra que se estaba celebrando no muy lejos de allí. Acepté sin dudarlo, no sé muy bien que me llevó a aquello, tal vez fuera su mirada o tal vez mi cabezonería.

           Así que quedamos aquella noche, iríamos en su coche, me recomendó llevar algo de abrigo, porque las noches ya empezaban a ser frescas.

         Nos adentramos por el bosque, durante un buen rato, por un camino de tierra, que nos condujo hasta un claro.

         Una vez parado el coche observé que el sendero por el que habíamos venido no era el único que llevaba hasta allí. Había más.

         Había mucha gente allí congregada, casi todos estaban alrededor de una hoguera humeante, el ritual ya había comenzado.

          Nos sentamos con ellos. Un hombre vestido con una túnica negra se nos acercó y nos ofreció un vaso de madera, dentro había un líquido de color verde, el hombre que estaba a mi lado se lo bebió de un trago, yo hice lo mismo, ¡sabía a demonios!

         Las llamas de la hoguera me hipnotizaban, por un momento, hasta podía jurar que había una mujer que danzaba en su interior. Algo poco probable. Aparté la mirada de las llamas y miré a mi derredor. Todos estaban sentados, parecían en trance y con la vista fija en la misma dirección: la hoguera.

        Volví a mirarla, y quise gritar, pero ningún sonido salió de mi garganta, quise levantarme, pero mis piernas se habían convertido en un par de bloques de cemento y no respondían a mis impulsos, me quedé quieto con el corazón desbocado y el sudor empapando mi frente, ahora había alguien con aquella mujer entre las llamas, lo había visto en dibujos que hacían referencia al maligno, al príncipe de las tinieblas, a Satán, era un macho cabrío el que bailaba con aquella joven entre las llamas.

LA ESCRITORA

  Marta llevaba tres días encerrada en su casa, concretamente en su despacho. La muerte de su marido la había hundido en un pozo de pena y d...