domingo, 31 de enero de 2021

YO, TE MALDIGO

 

Había salido a tomar unas copas con la gente de la oficina, para celebrar mi recién estrenado ascenso. La noche transcurrió sin novedad. Allí estaban casi todos mis compañeros, alegres por mi merecido logro, esperado durante muchos años.

Al día siguiente era sábado, no había que trabajar, pero decidí retirarme en una hora que consideré prudencial, porque aquellas copas me habían dejado un poco tocado y tenía un largo trayecto hasta casa, intuía que a esas horas de la madrugada se presentaría tranquilo, sin mucho tráfico por la carretera que conducía a mi casa. Craso error.

Me despedí de cada uno de ellos, con la promesa de volver a vernos en la oficina el lunes por la mañana y salí al aparcamiento del restaurante donde estábamos, en busca de mi coche.

Como ya me había imaginado, el regreso a casa, por lo menos los primeros kilómetros, se presentaron tranquilos, pocos coches circulando por aquella carretera.

Aquello hizo que me relajara y decidí cambiar la emisora de la radio que tenía sintonizada, a una con música variada, para mantenerme despierto y no adormecerme ante el volante. No estaba borracho, pero si algo mareado. No circulaba a gran velocidad, aunque también he de confesar que alguna que otra vez, sobre todo en alguna recta, hundía bastante el pie en el acelerador.

Dejé de mirar la carretera durante unos instantes, mientras cambiaba de emisora, cuando levanté la mirada pude ver una figura cruzaba corriendo, delante del coche, era pequeña, parecía un animal, tal vez un conejo, una comadreja….

No me dio tiempo de frenar y sentí como impactaba en el coche. Frené a escasos metros, nervioso, confuso, mirando por el retrovisor, pude ver que allí postrado en medio de la carretera había un bulto, estaba inmóvil.

Desabroché el cinturón de seguridad que llevaba puesto y me bajé del coche. Las piernas me temblaban a causa del nerviosismo que me embargaba.

Me acerqué despacio hacia aquel bulto en medio de la carretera y comprobé que se trataba de un perro, no muy grande, no entendía mucho de razas de perros, pero creía que se trataba de un cocker de pelaje marrón y blanco. Me arrodillé en el suelo junto a él, mis sospechas se hicieron realidad al comprobar que no respiraba. El atropello había sido mortal.

Lo aparté de la carretera y lo puse en la cuneta, no se me pasó la idea de que su dueño lo pudiera estar buscando, aunque a simple vista se veía que no estaba abandonado, estaba limpio y parecía que lo cepillaban bastante a menudo. Pensé que ya no podía hacer ya nada por él, así que lo aparté, regresé a mi coche y me fui.

Cuando llegué a casa me había olvidado por completo de aquel perro. Me metí en la cama y me quedé dormido casi al instante.

Un par de horas después de haberme dormido noté que la cama se inclinaba levemente hacia un lado, como si alguien se hubiera sentado en ella, estiré mi brazo derecho y comprobé que a mi lado estaba mi mujer, así que no podía ser ella. Me desperté somnoliento pensando que eran imaginaciones mías. Pero allí a un palmo de mi cara, mirándome fijamente, había una anciana, con la cara surcada de miles de arrugas como si se tratara de un mapa de carreteras. Llevaba un pañuelo en la cabeza, era de color negro igual que el resto de sus ropas. Se inclinó hacia a mí y me susurró algo al oído.

“Has matado a mi perro, yo te maldigo”. Y desapareció.

Por la mañana oí gritar a mi mujer, me desperté sobresaltado y quise levantarme para ver qué le pasaba, pero mi cuerpo estaba rígido y no podía moverme. Mis ojos abiertos miraban al techo y a la lámpara que colgada de él. No podía girar la cabeza. Escuché como hablaba por teléfono llamando una ambulancia. Los gritos de mi hija pequeña en el pasillo, se metieron en mi cabeza como si fueran afilados cuchillos.

Gente entrando y saliendo en mi habitación y yo seguía allí postrado sin poder mover siquiera un dedo. Oí lo que los sanitarios le decían a mi esposa, me había dado un infarto mientras dormía, causándome la muerte. Se equivocaban, quise gritarles, sin conseguirlo, claro, de que estaba vivo, que podía escuchar todo lo que decían.

Creo que me desmayé porque cuando volví en mí, sabía que ya no estaba en mi cama, ni en mi habitación y por supuesto no estaba en mi cama. Me habían cerrado los ojos, así que no podía ver donde me encontraba. Oía los llantos de mi mujer, y murmullos a cierta distancia de gente, como si estuviera rezando. Supe con certeza que estaba en la iglesia posiblemente metido en un ataúd. Entré en pánico, me iban a enterrar y no se daban cuenta de que estaba vivo. Quise gritar, llorar, pero seguía sin poder mover ni un ápice de mi cuerpo. Noté sobre mi cara el aliento de alguien que me estaba observando muy de cerca. Si pudiera mover los ojos, aunque fuera un segundo se daría cuenta de que estaba vivo. Pero mis pocas esperanzas de que alguien me salvara, se esfumaron cuando escuché aquella voz que ya la había oído. Era la de aquella anciana, la dueña del perro que había atropellado. Esta vez volvió a susurrarme algo al oído.

“Sentirás como tu cuerpo se va descomponiendo poco a poco, minuto a minuto, hora a hora, día a día, semana tras semana y así durante meses y años. Tu alma permanecerá atrapada en él hasta que te conviertas en polvo, luego podrá emprender su último viaje, libre de esta maldición”.

No sé cuánto tiempo llevo aquí metido, porque no tengo manera de medirlo. Siento nostalgia del sol, del aire, de la lluvia, de la cálida sonrisa de mi mujer, de sus besos, de los abrazos de mi hija, de los pájaros, del amanecer. Nostalgia de la vida, desde la tumba oscura, fría y húmeda donde me encuentro.

 

 

 

 


sábado, 30 de enero de 2021

QUIERO QUE SEPAS

 



El padre Matías estaba sentado en su despacho iluminado únicamente con una lamparilla que había sobre la mesa. Esperaba una visita. Llegaría en menos de una hora. Hacía algo más de una década que era el sacerdote titular de la iglesia de San miguel. Era respetado y querido por sus feligreses. Era un hombre sencillo, amable, amigo de sus amigos y siempre dispuesto a ayudar a aquel que más lo necesitaba. Pero hacia unos días que no se encontraba muy bien. Los dolores de cabeza cada vez eran más frecuentes, tenía náuseas, apenas comía y la luz le molestaba soberanamente. Sabía que debía acudir al médico, pero no era que no confiara en él, al contrario, les unía una buena amistad, pero tenía fobia a los hospitales, tal vez fuera un trauma de pequeño, por las largas horas que había pasado en ellos, acompañando a su madre enferma que finalmente falleció en una cama de hospital.

Terminó su tarea y abrió el segundo cajón de su escritorio, que siempre lo tenía cerrado con llave, sacó la botella de whisky que tenía allí guardada y se sirvió un generoso trago. Aquello era lo único que le mitigaba el dolor de cabeza desde hacía…. lo pensó detenidamente, si desde hacía una semana. Concretamente desde que aquella madre desesperada había llamado a su puerta pidiéndole que ayudara a su hija enferma. Los ojos de aquella mujer eran el claro reflejo del miedo y la desesperación. Él le dijo que la ayudaría y lo hizo. Le llevó tres días exorcizar a aquella joven. El demonio que habitaba en ella abandonó su cuerpo, su nombre, Amudiel. La joven murió. Él conocía bien aquel demonio, nunca abandonaba un cuerpo que siguiera con vida, sólo lo abandonaba si moría la persona que había poseído.

Dormía mal por las noches y cuando se levantaba por la mañana había pisadas de barro por la casa y la puerta de la calle siempre estaba abierta. Vivía en una casa pequeña, al lado de la iglesia, en la parte de atrás del camposanto.

No recordaba abrirla, ni recordaba salir a la calle, pero sus pies, cuando se levantaba a la mañana siguiente, estaban sucios, llenos de barro. Un día, a parte del barro en sus pies, su pijama y sus manos aparecieron ensangrentadas.

Estaba asustado y sabía que necesitaba ayuda, pero no quería que lo viera un médico, le mandaría hacer un montón de pruebas que no aportarían nada, sabía que su mal no estaba en su cuerpo, sino en su alma. La idea de que aquel demonio hubiera tomado su cuerpo le rondaba por la cabeza, era lo más probable, por eso lo había llamado, él se lo confirmaría.

Miró el reloj de péndulo que colgaba de la pared, faltaban cinco minutos para la hora concertada. Unos golpes de nudillo en la puerta lo sobresaltaron.

En el umbral de la puerta apareció una figura alta, delgada, morena con el pelo muy corto, vestido con un traje negro y un abrigo del mismo color. Sin mediar palabra se sentó en la única silla que había frente a la mesa del sacerdote, desabrochó su abrigo y de un bolsillo del interior sacó un periódico y lo puso delante de Matías. En la portada había la foto de dos chicas que habían aparecido asesinadas, hacia un par de noches en el bosque. Matías se puso lívido al comprender que él había sido el autor de aquellos asesinatos.

Aquel hombre después de mirarlo durante unos minutos le habló:

-Hola Matías ¿Cuánto tiempo hace que no nos vemos?, veamos, unos treinta años más o menos, desde aquel día en el hospital, cuando eras apenas un chiquillo y llorabas, desesperado, porque tu madre estaba enferma.

Matías asintió con la cabeza, sabía que, si abría la boca, ningún sonido saldría de su garganta. Aquel día que había evitado durante mucho tiempo había llegado y ya no tenía escapatoria.

-Quiero que sepas que me alegro de volver a verte. Y no es nada personal mi presencia hoy aquí, al fin y al cabo, fuiste tú quien me llamó, creo que, con un poco de retraso, pero lo has hecho y aquí estoy.

Matías abrió la boca para decir algo, pero aquel hombre hizo un ademán con la mano para que no hablara.

-Has tenido una buena vida, la vida que querías. Te acuerdas cuando te pregunté en el hospital si podía hacer algo por ti. Tú me dijiste que curara a tu madre. Yo te di a elegir, o curar a tu madre o ver cumplidos tus sueños. Ya tenías clara tu vocación por entonces, querías ser sacerdote. No lo dudaste mucho y escogiste lo segundo. También te dije que algún día te pediría un favor a cambio, y aceptaste. Tú mataste a esas chicas, bueno en realidad ayudado por Amudiel, que habita en ti, como tú mismo sospechabas. Esas muertes digamos son un daño colateral. Son para demostrarte que ya no tienes el control de tu cuerpo, y menos de tus acciones, ahora las riendas las lleva él.

-Quiero que sepas que llegó el momento de que me devuelvas ese favor.

Matías lo escuchó atentamente. El arzobispo visitaría su parroquia en el plazo de una semana, el plan era el siguiente. El demonio que habitaba en él tenía que pasar al cuerpo del arzobispo, pero para ello él tenía que quitarse la vida en su presencia. Y aquello condenaría su alma eternamente.

 

 

 


viernes, 29 de enero de 2021

EXTINCIÓN

 




“Una extinción inminente pone en marcha un plan global para salvar solo a las personas que son importantes, relevantes y saludables para asegurar la continuidad de la especie humana. Tú, no eres una de ellas”.

Lívido se quedó al escuchar aquella voz hueca, al otro lado del teléfono, parecía salida del averno, portando un mensaje profético y poco esperanzador. El lapicero que tenía en la mano, en ese momento, se rompió por la presión que ejerció sobre él.

Estaba solo en la comisaria. Aquella llamada lo había dejado desconcertado, confuso, y su mirada se perdió en sus propios pensamientos. Sonó el teléfono que tenía sobre la mesa, le pareció que lo hacía de manera insistente, sacudió la cabeza como queriendo ahuyentar malos pensamientos y contestó al segundo tono. Al otro lado un compañero le pedía ayuda, necesitaban otro alcoholímetro, el último que lo usó lo había estampado contra la carretera haciéndolo añicos.

En esos momentos lo que más deseaba, por encima de todas las cosas, era irse a casa. Aquella llamada lo había dejado tocado. En su casa le esperaba su tablero de ajedrez, era su mayor afición, la única que le hacía no deschavarse, sobre todo en los días más duros de su trabajo. A veces se sorprendía de su propia resiliencia, la rapidez de su recuperación, como si sus sentimientos le abandonaran y su corazón se hubiera vuelto frio como el hielo. Alguna que otra vez se vio inmerso en alguna situación berlanguiana, meras anécdotas de su trabajo.

Pero ahora tenía que salir a la carretera. Se puso la chaqueta, cogió su arma y se encaminó hacia el aparcamiento. Estaba anocheciendo. Una vez en el coche patrulla su mente, que pocas veces se olvidaba de las cosas, volvió a recordar aquella llamada y se preguntó cuánta gente la había recibido también o si por lo contrario él había sido el único. Pero entonces un pensamiento empezó a tomar forma en su cabeza ¿y si aquello había sido una broma macabra fruto de una mente enfermiza de algún sinvergüenza que quería asustarlo? “Me cago en la p***” gritó mientras daba repetidos golpes al volante del coche, haciendo que éste se desviara peligrosamente hacia la derecha. Pensó que si descubría que estaba en lo cierto golpearía a aquel personaje hasta matarlo.

Siguió conduciendo hasta que a lo lejos vislumbró unas luces azules en la carretera, sus compañeros lo estaban esperando. La oscuridad y las sombras se cernían sobre ellos a pasos agigantados, la luna llena los observaba impasible, como una mera espectadora en una representación teatral, desde un lugar privilegiado.

Paró el coche a escasos metros de los otros y se disponía a bajarse cuando vio en el cielo unas luces, contó unas seis, que se acercaban hacia ellos a una gran velocidad. No supo ver qué era, esas luces le cegaron durante unos instantes. Se bajó del coche, en un intento de averiguar de qué se trataba. Lo que vio lo dejó sin palabras y su mente se quedó en blanco. Aquello era un coroto, no podía ser real. Unas grandes bolas de fuego iban a impactar contra la tierra, destruyendo y asolando toda vida a su paso, irremediablemente.

El hombre se despertó, estaba aturdido, confuso y desorientado. Se incorporó del suelo, poco a poco, hasta quedarse sentado. Un panorama desolador y apocalíptico lo recibió como una puñalada en el corazón. Una sombra se proyectó ante él. Y aquella voz gutural, que le había hablado por teléfono, sonó a sus espaldas, ¿café?

 

 


jueves, 28 de enero de 2021

APARICIÓN

 



APARICIÓN

 

 

                - ¿Café? -le ofreció el policía a aquel joven sentado frente a él. El joven rehusó y le pidió un vaso de agua. Las manos le temblaban, tenía la mirada perdida. El policía trató de calmarlo con palabras amables y tranquilizadoras, consiguiendo que el joven se calmara en parte. Luego le pidió que le contara lo que le había pasado. El joven tenía los ojos inyectados en sangre, a causa de la falta de sueño y comenzó su relato:

                -Había terminado mi turno, eran las doce de la noche y me dirigía a casa en el coche. Llevaba una media hora de camino cuando vi una figura blanca en medio de la carretera, aminoré la marcha hasta que la pude ver mejor, era una chica joven, llevaba un vestido blanco que le llegaba hasta los pies, estaba cubierto de sangre. Paré y me bajé para socorrerla, pensando que había sufrido un accidente y necesitaba ayuda, pero la chica ya no estaba. Eché un vistazo a mi alrededor, pero no había rastro de ella. Me volví a meter en el coche desconcertado, intenté llamar pidiendo ayuda, pero no tenía cobertura. Arranqué el coche, mi idea era llegar a la primera comisaría que encontrara para que me ayudaran a buscarla, y al mirar por el espejo retrovisor, la vi sentada en la parte de atrás del coche. Giré la cabeza, asustado, pero aquella mujer ya no estaba, pero el asiento estaba cubierto de sangre.

         El policía tomaba notas, asintiendo con la cabeza, de vez en cuando, a lo que le decía el joven. Un compañero se acercó hasta la mesa donde estaban los dos hombres, le entregó una carpeta y se fue.

         El policía la abrió, dentro había un informe detallado del coche de aquel joven, en él se veían fotos del asiento de atrás cubierto de sangre. También decía aquel informe, que rastrearon la zona en busca de la mujer, sin resultado alguno, ni siquiera pudieron encontrar un rastro de sangre que les pudiera llevar hasta ella.


miércoles, 27 de enero de 2021

MUERTO EN VIDA

 



          Pensé que mi carne se pudría, eso fue al principio, cuando me trajeron a casa desde el hospital. Ahora sé con certeza que se está pudriendo, irremediablemente y a pasos agigantados. Me dijeron que sufrí un accidente de moto. No lo recuerdo. Creo que mienten.               Me tienen aquí postrado, no quieren llevarme al lugar donde debería estar; el cementerio. Me estoy pudriendo, siento como los gusanos se comen mis piernas, como mi hígado y mi estómago dejaron de funcionar, al igual que mi corazón. Esto es una agonía, puedo oler la putrefacción de mi cuerpo y ellos sólo me dejan aquí postrado dándome pastillas y más pastillas que me dejan adormecido y me hacen ver cosas. Esta noche me desperté, el olor a muerte era insufrible, me quise levantar y huir porque sentía náuseas, pero mis piernas carcomidas no se movían y no pude escapar. Estaba tumbado boca arriba, mi mirada se cruzó con la lámpara que cuelga del techo de mi habitación, tiene seis brazos de bronce y una bombilla en cada uno de ellos. Había un cuervo posado en uno de ellos, haciendo que se balanceara peligrosamente, a causa de su peso. Me observaba atentamente, sus intenciones no eran buenas, lo intuía, estaba seguro de que esperaba a que me durmiera para picotear mis ojos podridos y dejarme ciego. Quise gritar pero mi garganta putrefacta ya no emite sonido alguno. Creo que me volví a morir. Y esta mañana he vuelto, otra vez, cuando mi mujer vino a mi habitación a traerme la comida. Quieren que coma, pero un cadáver no lo hace, no necesita alimentar un cuerpo podrido. Me amenazan con entubarme, como si me importara. No puedo hacer nada para pararlos, porque mis brazos están en descomposición, se deshacen y al mínimo movimiento mi carne se caería a trozos por toda la cama. Se enfadan porque no hablo, pero para qué hacerlo, no me pueden escuchar, estoy muerto. 

             Se acaba de ir otro médico, uno más de la larga lista de los que me vinieron a ver hasta el momento, como si fuera un bicho raro o un muñeco de feria, me estuvo examinando durante mucho tiempo, mucho más que los anteriores, que se iban al cabo de unos minutos, creo que mi aspecto les impresionaba y no podían soportarlo. Este médico habló algo de un tal Cotard. No se quién es, ni me importa lo más mínimo. Lo único que realmente me importa es que me descompongo y nadie parece darse cuenta. ¿Soy el único cuerdo en esta historia?

            Ayer me hice con un cuchillo que trajo mi mujer con la comida y que no se llevó. No sé por qué no lo hizo, tal vez quiere que haga algo. Lo estuve pensando durante un rato y he tomado una decisión, acabaré con este sufrimiento. Me lo clavaré en la cabeza, en un ojo, que el filo llegue hasta el cerebro, creo que así se mata a un muerto viviente y por fin mi agonía se acabará de una vez por todas.


LA CENA

 



          Coroto en la cocina, la más grande, puesta al fuego. Esa noche tenía diez invitados para cenar. Gente importante y amigos íntimos. Lo tenía todo organizado sobre la mesa para hacer aquel estofado que le salía tan rico y que tanto aclamaban sus comensales más fieles. Las verduras perfectamente troceadas sobre un plato, que iría añadiendo poco a poco para que estuvieran en su punto. Pero… faltaba algo. El ingrediente más importante, la carne. Utilizaría aguja, para él, la mejor para que el estofado estuviera sublime. Tendría que ir al sótano, allí tenía una cámara frigorífica, enorme, como la de los restaurantes, le gustaba tener mucha carne siempre a mano, porque era muy amigo de invitar a sus amigos, y no quería quedarse sin provisiones. Era un hombre meticuloso y organizado y un desliz como aquel sería poco menos que una aberración

         Nadie rehusaba sus invitaciones a comer o a cenar, era un cocinero excelente, aunque no estaba nada bien que él mismo lo dijera. Abrió la puerta, un aire gélido le golpeó en la cara como una bofetada. Entró, había tres piezas colgadas, cada una de un gancho. Estuvo mirando un rato dudando cual escogería, tenía que sorprender al alcalde, que esa noche le honraría con su presencia, y sabía por experiencia que, con el estómago bien lleno, y el gran dominio de la palabra, el cual era otra de sus muchas cualidades, un favor que le pidiera, pasaría a ser algo banal. Tenía pensado hacer unas obras en una casa que tenía en la montaña, ampliar y arreglar el sótano, la caza en la ciudad era fácil, tan fácil como salir a comprar el pan, pero había muchos ojos curiosos vigilando tras los visillos, a la espera de que algún vecino cometiera algún acto ilícito y aunque trabajase, la mayor parte del tiempo, de noche, quería reducir los riesgos de ser observado. Vivir en la montaña le daba aquella intimidad que tanto anhelaba, pero para eso el arreglo del sótano era crucial, y ahí entraba el alcalde, necesitaba un permiso de obra lo antes posible.

       Se decantó por la pieza del final, tendría que comerla cuanto antes, hacia una semana que le había dado caza y no quería que la carne se pasara, sería una gran pérdida, teniendo en cuanta la buena calidad de la misma.

       Contempló aquel cuerpo sin vida que pronto seria devorado por sus invitados. Le había costado mucho trabajo matarlo. Quién le iba a decir que aquel gordito se moviera con tanta rapidez. Vino a arreglarle la tele, sin sospechar que no saldría vivo de allí. Había sido muy eficiente, incluso le había añadido canales sin coste alguno porque él lo había tratado muy bien, le había ofrecido algo de picar y un refresco, y con aquello se lo había ganado totalmente. Mientras hacia su trabajo le hablaba sin parar de su trabajo, su novia y del fútbol. Él lo escuchaba aparentando interés. Esperó a que terminara para matarlo. Pero había cometido un error, cuando se iba a abalanzar sobre él blandiendo un cuchillo, el muchacho vio el reflejo en el televisor y supo reaccionar a tiempo. Luego empezó la persecución por la casa, aquel joven no paraba de gritar, pero lo arregló subiendo el volumen de la tele que había dejado puesta. Le sorprendió su agilidad, pero al final sucumbió y pudo matarlo. Tras lo cual lo llevó al sótano y allí estaba ante él. Tal vez tuviera un exceso de grasa, pero aquello le daba una jugosidad añadida a la carne. Sabía con certeza que sus invitados quedarían plenamente satisfechos con su elección. Le gustaba cazar, la adrenalina que invadía su cuerpo lo llevaba al éxtasis, ver el terror en los ojos de su presa, suplicándoles por su vida, lo elevaba a un nivel superior, de poder y excitación. Se sentía como si fuera el mismísimo Dios. Matar era su mayor afición.


martes, 26 de enero de 2021

UN GRAN PASO

 



          Resiliencia ¿sabes lo que significa verdad? Le preguntó la psiquiatra a aquella chiquilla, de no más de dieciséis años, que estaba sentada en el sofá frente a ella.

               -Sí, creo que sí - le respondió.

               -Pues de eso, tú tienes a raudales -le dijo la mujer- Has comprendido, en los pocos días que llevamos hablando, que la muerte de tu padre no fue por tu culpa.

          La chiquilla asintió.

               -Pero ahora tienes que dar un paso más, lo sabes ¿verdad?

               -Creo que sí -le respondió- pero me duele dejar a mi madre, se pasa el día llorando y apenas sale de casa.

               -Lo sé, pero ella lo superará con el tiempo, la cicatriz que en estos momentos tiene en su corazón se irá cerrando poco a poco. Pero tú... no puedes quedarte aquí, este no es tu sitio.

La muchacha lo sabía, igual que sabía que aquella mujer que tenía enfrente podía ver lo que al resto de la gente le estaba vetado.

              -Sí, lo sé -le dijo mientras lentamente se ponía en pie y se acercaba a ella- sé que éste no es mi sitio, no puedo estar entre los vivos -hizo una pausa y prosiguió- pero tú tampoco, porque al igual que yo tú también estás muerta, aunque no lo quieras ver.

          La psiquiatra se puso lívida. No le gustó la actitud amenazadora con la que le estaban hablando aquella muchacha. Se levantó de la silla en la que había estado sentada hasta entonces y la miró a los ojos.

          La chiquilla la mirada de la chiquilla era desafiante, la mujer a lo largo de su carrera, se había encontrado con situaciones similares y sabía cómo enfrentarse a ellas.

Primero le pidió que se calmara y volviera a sentarse. Su tono de voz no daba pie a una negativa. La muchacha lo hizo sin protestar. Ella se volvió a sentar.

                 -Sé que son momentos confusos para ti. Tienes que emprender un viaje, no puedes quedarte aquí, tu alma está libre de toda culpa de lo que os pasó a tu padre y a ti.

Aquel coche se saltó un stop y os embistió, no importa si estabais discutiendo en ese momento o no, no fue culpa tuya que aquel hombre no parara, eso ya lo has entendido.

Yo te ayudaré a cruzar la puerta que separa ambos mundos, porque éste es mi trabajo.

Sé que estoy muerta, hace mucho de eso yo. Yo soy quien calma las almas afligidas, las almas torturadas por la culpa, atormentadas por algo que no hicieron. Les doy esa paz que necesitan para cruzar el umbral. No todas aceptan mi ayuda, algunas se pierden y vagan eternamente por la tierra en busca de esa paz. Pero tú eres diferente, tú has visto tu interior y te has exonerado de toda culpa. Tu padre te está esperando. No lo hagas esperar.

           La mujer le tendió una mano a aquella chiquilla que se la agarró con fuerza. La idea de ver a su padre le dio las fuerzas suficientes para levantarse y dejarse ayudar por aquella mujer. Una puerta roja apareció de la nada, delante de ellas, la psiquiatra la abrió, el padre de la chiquilla estaba en el umbral, sonriendo.

 


MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...