viernes, 25 de junio de 2021

SOLO

 

Llegó a casa después de una dura jornada de trabajo, se preparó un bocadillo y se sentó en el sofá a ver un rato la televisión. Después de no encontrar nada que le interesara en ninguno de los canales, (no le apetecía ver como un grupo de personas jugaban a la tómbola, ni un trío de música, ni mucho menos un documental sobre cómo se formaba la nieve), optó por ver una película. Se decidió por una de zombis. Adoraba esas películas en que un virus terminaba con la vida en la tierra y daba a los muertos vida atemorizando a los supervivientes. Así que dio buena cuenta de su bocadillo, se tumbó en el sofá se tapó con una manta y empezó a ver la película. Pero a los diez minutos había sucumbido al sueño más profundo. Le despertó un fuerte dolor en el cuello. Fue al baño y optó por irse a la cama, durmiendo hasta bien entrada la mañana. Se levantó, preparó un café y mientras se lo tomaba se asomó al balcón. Hacía un rato que no escuchaba ningún ruido, ni procedente de la calle, ni de sus vecinos de al lado que tenían un bebé de pocos meses y siempre lo escuchaba llorar, sobre todo por las mañanas y al anochecer. Pero hoy nada, silencio absoluto. Eran las once de la mañana de un viernes, día laborable, y como tal tendría que haber coches por la calle y gente caminando. Las tiendas, frente a su casa todavía no habían abierto, algo inusual a esas horas. Él tenía el turno de tarde, se lo había cambiado a un compañero que tenía una boda el fin de semana y quería emprender el viaje esa tarde. Se duchó, se vistió y bajó al portal. Abrió el buzón por si había correspondencia, nada, el cartero no había pasado todavía. Salió a la calle. Era un precioso día de verano, con el cielo despejado y la temperatura subiendo a cada minuto que pasaba. Comenzó a caminar por la acera, a dos portales de su casa, la tienda del Señor Gustavo estaba abierta. En el escaparte había un surtido de frutos secos, cebollas y una ristra de ajos formando una trenza. Entró, estaba vacía, gritó su nombre, sin obtener respuesta. Se estaba empezando a poner nervioso. Gotas de sudor le cubrían la frente y le costaba respirar. Estaba sufriendo un ataque de pánico. Echó a correr por la calle gritando con la esperanza de que alguien lo escuchara. Sólo recibió por respuesta su propio eco. Vio una sombra al final de la calle que desaparecía tras doblar la esquina de una casa de ladrillos. Corrió como no lo había hecho nunca, mientras una inmensa alegría recorría todo su cuerpo. Había alguien más, no estaba solo. Pero al girar aquella esquina casi se lleva por delante al perro que se había sentado a esperarle. Un pastor alemán que lo miraba con verdadera fascinación moviendo el rabo efusivamente. No era lo que esperaba. Lo abrazó con todas sus fuerzas, mientras el perro le lamía la cara indicándole que también se alegraba de encontrar un humano. A partir de ese momento se hicieron inseparables. Recorrieron la ciudad en busca de alguien con vida, sin mucho éxito. Al atardecer cansados de tanto caminar se sentaron en un banco de un parque. Frente a ellos había un enorme cartel con la foto de una chica muy guapa al lado de un caballo negro con una brida de color rojo intenso, el cartel rezaba que eran las mejores del mercado. Estuvo un rato contemplándolo ensimismado, pensando si los caballos y otros animales también habrían desaparecido. Entonces el perro, que hasta ese momento estaba tumbado a su lado, empezó a gruñir. Frente a ellos una veintena de canes los estaban mirando fijamente mientras gruñían enseñando los dientes.  Les tiró unas botellas de plástico que había tiradas en el suelo para ahuyentarlos. Los animales se enfurecieron más. Aquello no tenía buena pinta. Se levantó muy despacio del banco, bajo la atenta mirada de los perros y echó a correr. Éstos hicieron lo mismo tras él. En su alocada carrera por salvar su vida, tropezó y se cayó al suelo. Ya no pudo levantarse. Los canes se le echaron encima. Empezó a gritar con todas sus fuerzas cubriéndose la cara.

El hombre postrado en la cama de la habitación número dos había empezado a gritar y a convulsionar de manera preocupante. El monitor mostraba que sufría fuertes ramalazos en la zona lumbar. Un médico que lo estaba viendo en el monitor desde la sala de control, fue corriendo a la habitación para inyectarle un tranquilizante. El ataque de los perros había sido el detonante de aquel ataque. La manada prevalece ante un animal solo. El instinto de supervivencia se incrementa ante las adversidades. Sonrió.

En aquel laboratorio se estaban realizando unos experimentos con una serie de personas que se habían presentado voluntarias y a las cuales se les retribuiría con una gran cantidad de dinero por aceptar formar parte de aquel proyecto gubernamental sobre el comportamiento humano ante adversidades de origen tanto medioambiental, como el provocado por el hombre.

En la habitación número uno había una mujer, monitorizada y con un proyector de retina en forma de pantalla en su cabeza, donde estaba siendo parte de una catástrofe natural, vivida en tiempo real, para estudiar con detenimiento el comportamiento del ser humano ante tales sucesos.

En la habitación número tres, un hombre se enfrentaba a una invasión alienígena.

Y en la habitación número dos, estaba nuestro hombre. Ahora más relajado tras el sedante que le habían inyectado. Esperarían un par de horas para continuar con la experimentación. Esta vez volvería a empezar de nuevo, despertándose en su casa tras una larga jornada de trabajo.

 

jueves, 24 de junio de 2021

EL JUEGO DEL AMOR

 

Botellas de vino sobre la enorme mesa de madera, que ocupaba casi todo el salón. Junto a ellas, habían servido un verdadero festín. Los comensales comenzaron a comer con voraz apetito. Habían sido invitados por el conde, señor del castillo, para festejar su regreso que, por motivos reales, lo había tenido ausente muchos meses. Aún lejos del castillo, era conocedor de todo acontecía allí.  Supo de la infidelidad de su esposa y el nombre del amante. Uno de sus hombres de confianza y un gran erudito. Aquella fiesta formaba parte de un plan que había ideado y que sólo una mente perversa y malvada, como la suya, podría urdir. Cuando sus invitados hubieron calmado su apetito y saciado su sed, les propuso un juego. Haría una serie de preguntas que versarían sobre temas variados, entre ellos religión, arte, música, literatura. El que mayor número de respuestas acertara sería proclamado rey hasta el amanecer. Coronándolo con tal y sentándose en su trono. Todos aplaudieron la idea con entusiasmo y el juego sin más preámbulos, comenzó. A pocos minutos de la media noche quedaban dos ganadores. El amante de su esposa era uno de ellos. Hizo una última pregunta. Pidió que tradujeran un texto al latín. Sólo uno supo hacerlo, el abad. Como ganador se sentó en el trono, entre aplausos y vítores de los presentes. El rey, fiel a su palabra, le colocó en la cabeza una corona de hierro al rojo vivo acabando con su vida. 

sábado, 19 de junio de 2021

SAN JUAN

 

 

El día anterior de la festividad de San Juan un grupo de muchachos comenzaron a primera hora de la mañana, la ardua tarea de llevar fardos de leña a la playa con la intención de apilarla y hacer una gran hoguera esa noche. Al atardecer, encendieron un fuego y se sentaron a su alrededor. Comenzaron a contar historias que habían escuchado sobre esa noche, mientras daban cuenta de unas sardinas asadas y papas. Uno de ellos contó que la hoguera se encendía porque el fuego purificaba tanto a hombres, como animales y campos y ahuyentaba los malos espíritus que, en esa noche, la más corta del año, campaban a sus anchas por nuestro mundo y atraer a los buenos. Otro relató que su padre le había contado que la primera vez que se encendió una hoguera fue por orden de Zacarías para anunciar a sus familiares y vecinos el nacimiento de su hijo, Juan Bautista, que coincidía con el solsticio de verano. Contaban también que el fuego, no sólo se encendía con la idea de rendir tributo al sol, sino también como purificador de los pecados. Se arrojaba sobre él ropas viejas, papeles y cualquier objeto que significaban un mal recuerdo durante ese año que había pasado. A media noche, decía otro, había que saltar la hoguera un número impar de veces para purificarse y alejar así a malos espíritus y brujas. Todas estas historias se relataban en un ambiente festivo, alegre y distendido.

Faltaba poco para las 12 de la noche, la hora mágica. Los muchachos se preparan para saltar la hoguera entre risas y bromas. Entonces se dan cuenta de la ausencia de alguien del grupo. Concretamente una chica, Lucía. Le preguntaron a su amiga Ana, que había estado sentada a su lado todo el tiempo, si sabía dónde estaba. La amiga negó con la cabeza, visiblemente preocupada.

A unos metros de donde estaban los muchachos, había una campiña, donde había una multitud de gente sentada sobre la hierba, contemplaban las hogueras, mientras charlaban y cantaban. Había una higuera enorme no muy lejos de allí. Vieron a su amiga sentada bajo ella. Parecía tranquila y relajada. Un detalle en aquella visión les llamó la atención. A medida que se iban acercando, Lucía parecía estar hablando con alguien, que desde donde estaban no podían ver de quién, sólo podían vislumbrar una sombra sentada a su lado.

Lucía había abandonado el círculo en torno a la hoguera donde se había sentado con sus amigos al escuchar que la llamaban por su nombre. Pareció reconocer aquella voz como la de su amiga Lara. Se levantó y acudió a su encuentro, sin pararse a pensar por un momento, que no podía tratarse de su amiga, era imposible, Lara llevaba muerta más de un año. La vio sentada bajo una higuera. Se sentó a su lado. Tocaba una canción con una guitarra. La reconoció de inmediato y la transportó a la infancia que habían compartido juntas. Lucía escuchaba unas voces lejanas. Sus amigos la llamaban. Quiso levantarse, pero una mano le agarró el brazo impidiéndoselo. Se giró sin comprender qué estaba pasando. En ese preciso momento supo que algo no iba bien, aquello que la miraba no era de este mundo. Ese ser, no era su amiga. Frente a ella había una mujer, una anciana, con la cara surcada por profundas arrugas. Sus ojos carecían de brillo y su sonrisa era malvada, terrorífica, mostrando una boca desdentada. Gritó, pero aquel grito quedó ahogado en su garganta mientras unas manos huesudas le apretaban el cuello con la única intención de ahogarla. Cuando creyó que su vida se acabaría en ese momento, sintió como la presión sobre su cuello disminuía poco a poco hasta desaparecer por completo. Eran las doce de la noche, las hogueras se habían encendido y las brujas eran ahuyentadas por el poder purificador del fuego.


viernes, 18 de junio de 2021

LA ENTREVISTA

 

 

 

Después del gran éxito de su última novela decidió tomarse un descanso alejándose de todo y de todos. Había tomado el último vuelo disponible aquella noche ante la insistencia de la editorial (incluso le habían pagado el vuelo). Tenía que acudir al día siguiente, a un restaurante muy famoso del centro de la cuidad, donde almorzaría con una importante periodista que le haría una entrevista informal, pero vital para su carrera. (de la cual le habían informado hacía meses y de la que se había olvidado.). En ella, se pretendía que sus lectores conocieran su lado más humano, sus gustos, inquietudes, aficiones, relegando a un segundo lugar su faceta como escritor de éxito. Durante casi toda su vida, su parte más íntima había sido un secreto, salvando dos o tres noticias puntuales, como el nacimiento de su hijo, la muerte de su mujer y haber logrado un premio nobel, nada más se conocía sobre él. Aquello creó un aura de misterio a su alrededor, beneficiando la venta masiva de sus novelas. No había fotos recientes de él, las pocas que se podían conseguir eran de su época de instituto, la universidad y por supuesto la del día que recogió aquel vanagloriado y merecido premio a su carrera. La editorial creía que ya había llegado ese momento. Y él, a sus setenta y cinco años, se sentía preparado. Aquella entrevista le serviría para abrir camino hacia su autografía que había comenzado a escribir durante sus vacaciones y de la cual la editorial todavía no tenía noticia. Durante el trayecto en el avión se empezó a sentir un poco indispuesto. Lo achacó a las turbulencias que no cesaron durante todo el trayecto. Al llegar a su casa, el malestar y el cansancio se habían incrementado notablemente. Decidió tomarse una ducha y acostarse, pensando que al día siguiente estaría totalmente recuperado.

La periodista que iba a realizar la entrevista era una veterana en el mundo de la comunicación, 30 años de carrera continuados, la avalaban. Ahora era la directora de una importante cadena de televisión y por supuesto, una gran admiradora de aquel escritor desde los inicios de su carrera. Por eso, a medida que se acercaba la hora no podía dejar de sentirse cada vez más nerviosa. Nada habitual en ella, poseedora de unos nervios de acero en momentos decisivos. Pero esta vez era diferente. Durante muchos años había ansiado realizar esa entrevista. Para ella iba más allá de lo meramente profesional, entrando más bien en el terreno personal. Conocía bastante bien a aquel hombre. Sabía de la relación cordial y afectuosa que mantenía con su hijo, un respetado juez del tribunal constitucional. Tenía en su poder los informes médicos de la enfermedad de su mujer. Sabía que tenía una cicatriz en su cuerpo a causa de un accidente de tráfico cuando era joven. Conocía esos detalles y otros muchos porque…. Su mente dejó de vagar cuando una figura alta, delgada, vestida con un caro trajo negro, complementado con un sombrero del mismo color, entró en el comedor con ayuda de un bastón, su compañero en el camino en los últimos cinco años. Se sonrojó al verlo entrar, pero a medida que el escritor se iba acercando a ella, su semblante fue demudando de color hasta quedar blanco como la cera.

 

Cuando se despertó a la mañana siguiente el cansancio y el malestar de su cuerpo no había cesado, todo lo contrario, se había incrementado considerablemente. Se levantó con verdadero esfuerzo de la cama y lentamente se dirigió al baño. Se miró en el espejo. La imagen que vio en ella era tan terrible que un grito de terror salió de su garganta. Tenía la cara llena de pústulas, no necesitaba un viscosímetro para darse cuenta de la cantidad viscosa que emanaba de ellas. Pensó en ir a su habitación coger el revólver que tenía en la mesilla de noche y pegarse un tirio en la sien. Corrió las cortinas de la ventana, para que nadie lo viera. A contraluz los granos tenían peor aspecto, si cabe. Se quitó el pijama comprobando que no sólo estaban en la cara, el cuerpo entero estaba plagado por aquellas llagas. Aquello era un verdadero arte en lo referente al deterioro del cuerpo humano. Hizo un balance de la situación. No podría presentarse así a la entrevista. Eso, por una parte, la segunda parte sería llamar a la editorial para que conocieran la situación en la que se encontraba y también creía necesario que lo viera un médico. Se encaminó al salón para hacer la llamada, por el camino y debido a su andar lento y tambaleante, tropezó con el bajo que cayó al suelo, dejando escapar unas lánguidas notas. Tras el tercer tono atendieron su llamada. Se escuchaba el llanto de un bebé al otro lado de la línea, seguramente era el pequeño de su editora. Cuando escuchó su voz, le contó lo que le pasaba. Ella lo tranquilizó diciéndole que en media hora estaría en su casa acompañada de un médico. En el tiempo programado vio desde la ventana de su dormitorio como un coche se acercaba a la puerta. Era su editora acompañada por el médico. Un muchacho montado en bicicleta acababa de lanzar el periódico cayendo de lleno en el conuco, destrozando algunas hortalizas. Se dio la vuelta para no ver los desperfectos causados y fue a abrir la puerta a sus invitados.

Tras la exploración, el doctor llegó a la conclusión de que aquello no era contagioso y que su vida no corría peligro. Tomando unos fármacos que le iba a recetar, vería resultados visibles en poco tiempo. La gran pregunta ahora está en cómo iba a asistir así a la entrevista. No podían aplazarla, llevaban meses programándola. Se les ocurrió una idea.

La periodista se dio cuenta de que aquel hombre que se acercaba a ella no era el escritor que espera. Era un impostor. A los demás los podrían engañar a ella no porque había sido su amante durante veinte años.

 

 

 

miércoles, 16 de junio de 2021

MI CUMPLEAÑOS

 

 

 

 

 A la salida del colegio y de regreso a casa, veo una bicicleta roja en el escaparate de una tienda. Me quedo embelesado mirándola, me acerco al cristal y apoyo mi cara contra él para poder verla más de cerca. ¡Es la más bonita del mundo! Mi amigo Marco está a mi lado, también la mira. Frunce el ceño mientras comenta, que no es para tanto. Le doy un empujón y salgo pedaleando hacia mi casa. Él hace lo mismo tras de mí. En dos días será mi cumpleaños y puedo asegurar, sin ninguna duda, que aquel sería el regalo perfecto.

Al fin llega el día tan anhelado. Me levanto contento y nervioso al mismo tiempo, con ganas de tener aquella bicicleta entre mis manos y salir a dar una larga vuelta con ella. Pero a medida que van llegando los invitados con los regalos, me doy cuenta de que no hay ninguno que, por su tamaño, me haga pensar que es ella. Es más, no me la regalaron. Ni siquiera mis padres, a los que tanto les supliqué, en su lugar me dieron una cámara de fotos. Está bien, tengo verdadera pasión por la fotografía, pero aquella bici…  Para mi desconcierto, mi amigo Marco llega a mi fiesta con una flamante bicicleta, “mi bicicleta”. No recuerdo haberme enfadado tanto en toda mi vida. Entonces una idea irrumpió en mi cabeza. Me acerco abriéndome paso entre el corrillo de chavales que se formó a su alrededor para contemplar aquella belleza, me planto delante de él y le reto a una carrera. Mi bicicleta no está a la altura de la suya, sé que me ganará, pero tengo una sorpresa para él. Nos adentramos en el bosque siguiendo un viejo sendero que lleva directamente a un viejo puente de madera colgante. Conozco el miedo a las alturas que sufre Marco y mi idea es que lo cruce con su flamante regalo de niño mimado y consentido. Al llegar allí frena en seco, enmudece, mientras su semblante se torna blanco como la cera. Lo llamo a gritos, al tiempo que voy pedaleando por el puente, llamándole gallina mientras imito a una. Mi bicicleta adquiere una gran velocidad. El puente oscila peligrosamente y entonces.... Caigo sobre un jardín, mi bicicleta hace lo mismo a mi lado. Frente a mí, veo una enorme casa. Sacudo el polvo de mis vaqueros, agarro mi bicicleta y me encamino hacia ella. La puerta está abierta así que, sin pensarlo mucho, entro. Dejo la bicicleta en el suelo y miro a mi alrededor. La casa es enorme. Se escuchan unos ruidos similares a los que hacen los muebles al ser arrastrados por el suelo y alguien tarareando una canción, en el piso de arriba. Subo las inmensas escaleras que tengo enfrente, despacio, intentando no hacer ruido. En la habitación hay un hombre de espaldas a la puerta. Va vestido completamente de blanco con una camisa y un pantalón. Sus pies están descalzos y lleva una boina del mismo color cubriéndole la cabeza.  Está pintando un cuadro. Me doy cuenta de que esa pintura la vi en algún sitio.  Es una de las obras que aparecen en mi libro de historia del arte. Puedo recordar hasta el nombre del cuadro: El Guernica. Entonces aquel hombre tiene que ser…. Picasso. Un grito escapa de mi garganta. Aquello no podía estar pasando, por lo que había estudiado aquel pintor estaba muerto. El hombre se gira y me contempla, su cara muestra el enfado que siente en esos momentos. Se va acercando a mí lentamente sin dejar de mirarme a los ojos. No puedo moverme, el miedo que siento me tiene paralizado todo el cuerpo. El hombre está tan cerca que puedo sentir su aliento sobre mi cara. Me agarra de la camiseta. En ese momento salí de aquel trance y corrí y corrí como alma que lleva el diablo sin parar de gritar. Mi madre acudió a mi cuarto alertada por los gritos que profería. Me desperté temblando y bañado en sudor, balbuceando cosas ininteligibles. A mi madre le llevó un buen rato calmarme, estaba muy nervioso y desorientado. Cuando lo consiguió bajamos a la cocina a desayunar. Junto a la nevera había un regalo esperándole. Era mi cumpleaños. Por el tamaño del paquete sabía lo que era. Mi deseada bicicleta roja.

martes, 15 de junio de 2021

LA REINA LOBA

 

 

- ¡Bebé! ¡Mi bebé! –gritó la mujer. Se despertó sobresaltada. Su cuerpo estaba bañado en su sudor. En su mirada se podía ver el terror que le había producido aquel mal sueño, en el cual, veía como una daga atravesaba el corazón de su pequeño, sesgándole la vida al instante. Por suerte, su bebé dormía plácidamente en la cuna que había colocado junto a su cama. Interpretó aquello, como un mal presagio y no se equivocó. La reina Loba, así la conocían en el pueblo, era tan cruel y soberbia, como hermosa. Asfixiaba a la gente del pueblo con tributos para su manutención y la de los suyos. Si alguien se negaba a darle lo que pedía, le quemaba la casa, la cosecha y mataba a toda su familia. Era temida y odiada por todos a partes iguales. Un día los campesinos urdieron un plan para matarla y así acabar con el miedo y la opresión a que estaban sometidos. Faltaba poco para que volviera a bajar de las montañas, donde había levantado su enorme castillo, escoltada por sus secuaces que eran igual de sanguinarios que ella, reclamando lo que le correspondía como dueña y señora de aquellas tierras. Sabían que si fracasaban morirían, pero preferían la muerte a seguir viviendo atemorizados por aquella malvada mujer. Se hicieron con lanzas, flechas, piedras y garrotes y al caer la noche se encaminaron hacia el castillo. Todos en él dormían confiados. Ni por un segundo, la mera idea de que aquella pobre gente osara atacar el castillo, les había pasado por la cabeza. Subestimar a la gente del pueblo les costó caro. Los campesinos acabaron con la vida de todos. Menos con la de la reina, que tras la pesadilla no volvió a dormir. Logró escapar por la ventana con su bebé en brazos, pero en la caída el niño murió. Desde entonces, cada noche merodea por los pueblos cercanos en busca de bebés para robarlos. Luego hechiza sus cunas, provocando en ellas un ligero y eterno balanceo, así como el llanto de la pobre criatura que antes yacía allí y que ya no está.  Aquella maldición sólo cesa al ser quemadas en una hoguera. Lleva a los niños a una oscura y profunda cueva situada en los confines de la montaña donde tiene su morada. Una vez allí se convierte en loba, los mata y bebe la sangre que emana de sus pequeños cuerpos, que según cuenta la leyenda le confiere la eterna juventud y un gran poder.


lunes, 14 de junio de 2021

PACTO

 

 

 

 

 

Revólver en mano, el comisario entró en el convento. Un silencio sepulcral reinaba en la casa, sesgado únicamente, por sus pasos y su respiración entrecortada. El primer cadáver apareció a escasos metros de la puerta. Después de inspeccionar todo el edificio encontró un total de 20 cuerpos. Coincidía con el número de monjas que, en esos momentos, vivían allí. Convencido de que aquel día ya no podía ir a peor, no esperaba la gran sorpresa que le esperaba en una de las celdas, concretamente la que quedaba al final del pasillo. Al abrir la puerta se topó con el cuerpo de hombre colgado de una de las vigas. Llevaba un cinturón alrededor del cuello. Le habían rajado el abdomen, las vísceras escaparon de su interior, desparramándose por el suelo. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no salir corriendo de allí. El olor era insoportable. Se apoyó contra la pared en un intento desesperado por tranquilizarse, le costaba respirar. Parecía obra de un animal de una gran fuerza y tamaño.

¿Qué pasó realmente allí?

El hombre trabajaba en el convento haciendo diversas tareas. Cuidaba del jardín y hacía trabajos de mantenimiento tanto dentro como fuera de la casa. Un día cansado, pensando que su vida no podía ser más miserable de lo que ya era, decidió hacer algo al respeto. Llevaba algún tiempo dándole vueltas a una idea que tenía metida en la cabeza. Un día, al atardecer, se encaminó hacia la montaña. Había escuchado a la gente del pueblo que allí vivía una bruja, famosa por su poder para invocar al diablo. No le costó mucho encontrarla. Ella parecía estar esperándolo. Así que sin dudarlo ni un momento y bajo la mirada atenta de aquella mujer que esbozaba una sonrisa un tanto siniestra, hizo un trato con el mismísimo diablo. Quería hacerse rico, tener poder y ser respetado por todos. Las monjas serían su moneda de cambio. Tras hacer la invocación, leyendo un conjuro escrito en un libro muy antiguo, en un idioma desconocido para él, el pacto quedó sellado.  El hombre bajó de la montaña seguido del diablo. Al llegar al convento le abrió la puerta y lo dejó entrar, confiado en que cumpliera el trato. Pero el demonio tenía otros planes muy distintos a los de aquel hombre. El mal quedó impregnado en el lugar. Pronto las monjas se empezaron a comportar de una manera impensable e irracional. El demonio corrompió el alma de cada una de aquellas mujeres, llenándolas de ira, envidia, mentiras, celos. Consiguiendo que se mataran unas a otras. El hombre no consiguió el dinero y el respeto que deseaba. Sólo consiguió una muerte terrible y dolorosa, acompañada por los acordes que arrancaba el diablo de su instrumento preferido, el bajo.

MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...