lunes, 25 de abril de 2022

MOMENTOS

 

Aprendió a callar y a fingir que todo iba bien. Aprendió a distinguir lo que era real de lo que no. Tuvo que hacerlo.

Quería ser “normal”, llevar una vida como los demás sin correr el riesgo de que la tildaran de “rarita” o de loca. Un día, antes de comprender que, para sobrevivir en aquel mundo lleno de normas, entre las que se encontraban las morales, tenía que aprender a hacerlo. Tenía que aprender a fingir.

Una tarde se sinceró con su madre. Le contó lo que le pasaba. Necesitaba ayuda y creyó que ella podría brindársela.  Ésta, a su vez, se lo contó a su padre. A partir de ese día comenzaron las idas y venidas de una consulta médica a otra. Le pedían, amablemente, que dibuja mientras como si de un juego se tratara, le hacían una pregunta tras otra que ella, como todo niño de jardín de infancia respondía con sinceridad tratando de hacerse entender con su escueto vocabulario. Pero la mente adulta de aquellos médicos, plagada de patrones y estereotipos inculcados por la sociedad de la que formaban parte, no entendían lo que ella les relataba con aquella inocencia que una vez tuvieron y de la que ya no quedaba nada en ellos.

 Si sales del rebaño estás perdido.

A pesar de su corta edad, era bastante avispada y fue comprendiendo que lo que dibujaba en aquellas hojas en blanco que le daban no hacía más que emporar las cosas. Dejó de dibujar fantasmas, gente muerta y comenzó a dibujar árboles, flores, montañas y casas. De repente, todo cambió. Dejó de visitar a toda aquella gente y en su casa las cosas cambiaron para mejor. Ya no la miraban como si fuera un monstruo de feria, ahora lo hacían con amor. A ella le gustaba aquello. Se sentía querida.

Aprendió la lección, vaya si lo hizo. Aprendió a callar lo que veía y sobre todo a no hablar de ello. Aprendió a distinguir los vivos de los muertos cuando se los cruzaba por la calle. Era un alivio poder hacerlo, aunque con algunos les costaba más, sobre todo con los que habían muerto recientemente debido a que su aspecto todavía no se había deteriorado haciendo que las diferencias entre los vivos fueran mínimas. Pero aprendió. Y se sintió aliviada de haberlo hecho.

A veces, cuando estaba sola, le gustaba hablar con ellos. No todos eran malos, algunos estaban perdidos, se sentían solos, desorientados y se pegaban a ella buscando un poco de conversación, nada más. Le contaban sus historias y ella les escuchaba con atención. Algunas de ellas eran realmente fascinantes, llenas de dramas que la hacían llorar. Ellos eran agradecidos y la protegían alertándola de los oscuros, los olvidados. Le enseñaron a distinguirlos. La clave estaba en sus ojos. Oscuros como la noche, oscuros como el pecado. De momento le servía fingir que no los veían. Pero no bastaba con ello. Eran conocedores de la capacidad que tenía ella para ver muertos. Podían tomar una apariencia más humana, solían engatusar con sus dulces y amables palabras que, si les prestabas atención, lograban meterse dentro de ti obligándote a hacer cosas “malas” no sólo a los demás sino a ti mismo. 

En el instituto todo iba bien. Sacaba buenas notas y había hecho muchos amigos.

Le encantaba escribir. Devoraba un libro tras que sacaba de la biblioteca. Su temática preferida era la de terror. Había descubierto un par de escritores de ese género que le fascinaron. Y no paró hasta leer todos sus libros. Aprendió a comprender mejor a los fantasmas con los que vivía diariamente. Descubrió el mundo de las brujas y los demonios. Y comenzó a escribir su propio libro basado en la experiencia de los no vivos con su encuentro con la muerte. Lo tituló: MOMENTOS CASI PERFECTOS PARA MORIR.

Una tarde fue a estudiar a casa de una amiga. Cuando terminaron se dieron cuenta de que se había hecho muy tarde. Había anochecido. Ella no vivía muy lejos, tan solo a dos calles de allí. Los padres de su amiga se ofrecieron a llevarla a su casa. Ella rehusó el ofrecimiento diciéndoles que prefería caminar.

Las farolas de las calles se habían encendido. Quedaba unos metros para llegar a su portal cuando descubrió que aquel tramo estaba completamente a oscuras. Las farolas no estaban encendidas. Apresuró el paso agarrando con fuerza su carpeta contra su pecho a modo de escudo. Entonces lo vio.

Había un joven sentado en el bordillo de la acera bajo la única farola encendida en todo aquel tramo de la calle y que, casualidad o no, era la situada justo enfrente a su casa. Ella pasó a su lado sin mirarlo intentando pasar desapercibida. Pero no fue así. Él la llamó por su nombre. Ella, pasmada al escuchar que la llamaba, volteó la cabeza para mirarlo pensando que también lo conocía, quizá del instituto o fuera algún vecino. El corazón le latía apresuradamente en su pecho. Estaba nerviosa.  Era muy guapo, un poco mayor con ella. Le sonreía. Le hizo una seña con la mano para que se sentara a su lado disculpándose al mismo tiempo por haberla asustado. Ella vaciló sólo unos segundos antes de sentarse junto a él. Sabía que aquel muchacho estaba muerto. Pero no le importó. Había algo en aquel joven que la atraía enormemente. El comenzó a preguntarle cosas sobre ella. La había visto por el barrio. Conocía su nombre porque así la habían llamado unos amigos al despedirse de ella en su portal.

La había cogido una mano. La acariciaba con ternura. Sintió una especie de electricidad recorriendo su brazo para luego extenderse por todo su cuerpo seguido de un escalofrío que la hizo estremecer. Aun así, no podía desviar su mirada de aquellos ojos color avellana que la observaban con dulzura.  Se sentía tan a gusto a su lado….

Al mismo tiempo notaba que sus fuerzas se iban debilitando a cada segundo que pasaba. El cansancio cayó sobre ella como una losa. Se sentía débil, a punto de desmayarse. Escuchaba la voz de aquel joven en su cabeza. Él no movía los labios. Algo le pasaba, algo que no le gustaba. Intentó moverse, levantarse, huir de allí. Pero no pudo hacerlo. Era como si su cuerpo se hubiera quedado pegado al bordillo de la acera.

Entonces la voz de su madre desde la ventana se escuchó por toda la calle que en aquellos momentos estaba vacía, salvo por ellos dos. Salvo por ella. Él alzó la mirada. Sus ojos cambiaron de color. Y pudo ver rabia e ira dibujadas en su cara. La fuerza que hasta ese momento había ejercido sobre ella desapareció. Aprovechó aquellos segundos para levantarse con verdadero esfuerzo. Dándole la espalda, comenzó a caminar lentamente hacia hasta que el portal. Escuchó su nombre envuelto en un grito desgarrador, espeluznante, tras de sí. Continuó caminando sin mirar atrás.

Subió las escaleras. Estaba recuperando las fuerzas poco a poco. Entró en casa. Estaba a oscuras. ¡Qué extraño! Pensó.  Encendió la luz. Había una nota sobre la encimera de la cocina. La leyó con manos temblorosas.  “Papá y yo fuimos a casa de la abuela, volveremos pronto”. 

 

 

 

miércoles, 20 de abril de 2022

EL TIEMPO DE LA MUERTE LLEGÓ

 

Se despertó muerto de frio y con un dolor punzante en el pecho. Se lo tocó. Sus manos se impregnaron en sangre. ¡Era suya! Entró en pánico, intentó levantarse, pero…  

Volvió a despertarse.  Esta vez en una habitación enorme rodeada de libros y antigüedades por todas partes. Estaba sentado en un sillón orejero. Frente a él, en otro similar, había un hombre completamente vestido de negro. De edad indeterminada. Lo miraba fijamente. Su mirada le causaba malestar y calor, mucho calor… En medio de los dos, había una mesa de cristal. Sobre ella descansaba un único objeto. Un reloj de arena. La parte inferior estaba completamente llena. Le entraron unas ganas desmesuradas de levantarse y darle la vuelta. Aquel hombre, como si le leyera el pensamiento, le dijo con calma, pero con un tono de voz firme que no daba pie a una negativa:

-No lo hagas. El tiempo de la muerte llegó.

Entonces… aquella habitación se desvaneció. Se sentía ligero como una pluma. Flotaba. Estaba pegado al techo al lado de un tubo fluorescente. Alguien hablaba. Era un hombre con una bata blanca que, seguramente, en algún momento había estado limpia. Presentaba diversas manchas, de varias tonalidades, pero las que más predominaban eran, sin duda, las de color rojo. Había alguien con él.  Un joven. Hablaban. Se colocó a su lado y escuchó: la causa de la muerte de este hombre fue, sin lugar a dudas, un infarto. Aquel hombre era él.

domingo, 17 de abril de 2022

HUYENDO DE LA MUERTE

 

 

Se vino a vivir aquí hace un par de meses. Hasta entonces éste era el lugar de veraneo para él y su familia. Pasaron los años.  Se divorció. Apareció unas cuantas veces acompañado de sus hijos. Éstos se hicieron mayores y volvía solo.

Llegó aquí, una fría tarde de invierno, para alejarse del mundo. Del ruido, la ingratitud y la miseria humana, de la mentira, la esclavitud psicológica, de la gente en general, de la oscuridad y de la muerte…

La casa situada entre la espesura del bosque, es un lugar idílico para encontrar la paz que tanto anhelaba. No hay teléfono, ni televisor, ni mucho menos internet. Pero ahí está con esa sonrisa permanente dibujada en su cara, satisfecho de estar aquí y feliz de no tener que ver a nadie. Tiene un libro en su regazo, se ha quitado las gafas de leer y contempla el paisaje que, como si de un cuadro se tratase, le ofrece el gran ventanal del salón. Me coloco a su lado para tener una perspectiva más clara de lo que está viendo.

Al pie de la ladera donde está ubicada la casa hay un lago. Descansando en la orilla un bote de remos. El que utiliza casi a diario para ir a pescar o simplemente dar un paseo por aquellas aguas cristalinas que bajan directamente de la montaña.

Respira hondo. Es feliz. Lo siento. Se puede palpar la felicidad que rebosa por cada poro de su cuerpo.

Le gusta aquella ausencia de ruido. El sonido del silencio a su alrededor. Enturbiado, de vez en cuanto, por el canto de algún pájaro o el crujir de las ramas de los árboles al ser mecidas por el viento.

A mí también me gusta esta paz que se respira. Por eso no me he ido nunca de aquí. No encontraría un lugar mejor para pasar la eternidad.

Hay un par de pajarillos ocupados en hacer un nido. Vuelan buscando hojas secas y palitos. De aquellos huevos saldrán nuevas vidas en un mundo en guerra. Un mundo cubierto por el manto de la muerte. Qué ironía. Si no que me lo digan a mí.

Siento el ritmo acompasado de su respiración. Se quedó dormido. Los pajaritos siguen con…. ¿Qué es eso? Una sombra gira en la esquina de la casa. Una figura se cuela por la ventana abierta de la cocina. Lleva un cuchillo en la mano. Esto se pone feo.

Aquella figura completamente vestida de negro. Lleva puesta una capucha. Se acerca muy despacio hacia donde está el hombre dormido. No puedo hacer nada.

Un potente ruido despierta al dueño de la casa. La figura oscura proyecta su mirada más allá de los vidrios del ventanal. Yo hago lo mismo. Es un avión. Vuela muy bajo. Demasiado.

Entonces….

Todo salta por los aires.

Frente a mí, mirándome hay cuatro ojos, abiertos de par en paz, asustados desconcertados.

Ahora me toca explicarles que están muertos.  

 

 

 

viernes, 15 de abril de 2022

OSCURA VERDAD

 


 

Recuerdo aquel fin de semana con una mezcla de sentimientos dispares. Una euforia desatada y un dolor de puñales clavados en el corazón, desgarrador, mortal.

El colegio había organizado una excursión a las montañas. Pasaríamos tres días y dos noches fuera de casa. Estaba feliz, radiante, rebosaba alegría por todos los poros de mi cuerpo. A mis doce años pasar tanto tiempo fuera de casa era toda una aventura. Pero al mismo tiempo, me preocupaba que mi madre se quedara sola. Mi padre viajaba mucho por temas de trabajo.  Y por aquel entonces llevaba fuera de casa más de una semana. Mi madre me prometió que estaría bien, que fuera tranquilo y disfrutara de esos días. Sería una experiencia maravillosa que no olvidaría nunca. Y qué razón tenía. Aquel fin de semana no lo he borrado de mi memoria, ni creo que lo haga mientras me quede un halo de vida.

A pesar de que llevaba poco tiempo en aquel pueblo, unos seis meses creo recordar, había hecho amigos con facilidad. Nos habíamos trasladado allí desde la otra punta del país al morir mi abuela. Mi padre heredó la casa. Era muy grande y estaba muy bien cuidada. En un principio me enfadé un poco por el cambio, dejar a mis amigos atrás, mi escuela, todo lo que conocía. Pero supe adaptarme bastante bien.

Cuando llegamos a nuestro destino montamos las tiendas y pasamos el resto de la tarde zambulléndonos en las cristalinas aguas del lago hasta la hora de cenar. Nos acostamos muy tarde esa noche y la siguiente también, porque las pasamos contando historias de miedo alrededor de una hoguera. Fueron unos días cargados de emociones y buenos recuerdos. El fin de semana transcurrió sin ningún contratiempo. Todo habían sido risas y diversión.

Había anochecido cuando llegamos a la escuela. Nuestros padres nos recogerían allí. Mi madre no estaba. Podía entender que mi padre no fuera a buscarme, lo más seguro es que no hubiera regresado todavía de su viaje, pero mi madre…. Ella siempre venía a recogerme. Comencé a caminar a casa, que no distaba mucho de la escuela, molesto y algo enfadado con ella por aquel olvido.

Los padres de mi mejor amigo se ofrecieron a acompañarme, pero les dije que no hacía falta que si me daba prisa no tardaría en llegar. Les di las gracias y comencé a caminar todo lo deprisa que podía teniendo en cuenta que cargaba con el saco de dormir y una mochila bastante pesada con todas mis cosas a la espalda.

Al llegar a mi casa me extrañó no ver luces dentro. La puerta de la entrada estaba cerrada. Toqué el timbre y llamé a mi madre, pero no obtuve respuesta. Di la vuelta y me encaminé hacia la puerta trasera. La poca luz que arrojaba la luna me permitió ver montículos de tierra por todo el jardín. Alguien había estado cavando. Quien fuera que lo había hecho estaba claro que buscaba algo. Me acerqué al hoyo que tenía más cerca. Había huesos desenterrados. Desconcertado sin saber qué pensar corrí hacia la puerta.

 La abrí y frente a mi vi una figura envuelta en sombras sentada en una silla. Reconocía a mi madre. Quise encender la luz, pero en un hilo de voz me pidió que no lo hiciera. Me acerqué a ella. Sus pies y sus manos estaban atados y su vestido estaba cubierto de sangre. ¡Su propia sangre! Presa del pánico le pregunté qué había pasado mientras intentaba desatarla. Estaba muy mal herida. Tenía la cara llena de moratones. Pero lo peor… lo peor fue ver su mirada clavada en mí llena de pánico, con los ojos vidriosos. Tenía un corte en la garganta. No parecía profundo. La sangre emanaba de ella, llevándose consigo la vida de mi madre.

Conseguí desatarla y la tumbé en el suelo. Grité con todas mis fuerzas pidiendo ayuda. Ella me agarró de un brazo. Intentaba decirme algo. Me incliné para escuchar lo que quería decirme. No podía parar de llorar.

“Cada palabra es una historia que extiende la virtud y la violencia de la humanidad”

Sentí pasos acercándose. Los vecinos escucharon mis gritos y se acercaron. La policía no tardó en llegar. Cuando lo hicieron mi madre ya estaba muerta.

Luego me enteré de que mi padre la había matado. El hombre que yo conocía, el hombre cariñoso que jugaba conmigo, era un asesino.

Cuando mi padre era un adolescente y vivía en aquella casa, habían desaparecido algunas chicas en aquel pueblo. Nunca cogieron al asesino.

Mi padre fue a la universidad. Al terminó viajó por todo el país, viviendo en varios lugares hasta que conoció a mi madre y se quedó a vivir en la ciudad donde nací y de la que nos habíamos ido hacía poco tiempo. Lo que yo no sabía es que allá donde fuera mi padre desaparecía gente. La policía le pisaba los talones. Al sentirse acorralado decidió volver al pueblo, donde todo había comenzado. Pero no quería vivir bajo el mismo techo que mi abuela. Una mujer autoritaria con un carácter muy fuerte y conocedora del secreto que tan celosamente guardaba su hijo. Así que mi padre no tuvo reparos en matarla haciéndole tomar un frasco entero de sedantes que le había recetado el médico para dormir. Debido a su avanzada edad y a la demencia que venía padeciendo los últimos meses, dieron por hecho que había sido ella la que por su propia mano las había tomado, en un momento de enajenación mental.

Mi madre tenía una pasión, la jardinería. Siempre estaba cuidando sus flores y plantando unas nuevas. Recuerdo que unos días antes de irme a aquella excursión había comprado varios árboles frutales. La teoría es que cuando estaba cavando la tierra para plantarlos encontró algún hueso. Eso la llevó a segur cavando y seguir encontrando más y más. Eran los huesos de las jóvenes desaparecidas cuando mi padre vivía en aquella casa.

Cuando llegó de su viaje y encontró a mi madre cavando en el jardín supo que había sido descubierto. Ella le preguntó qué significaba aquello. Él se puso nervioso y la mató. O eso creyó antes de huir. Pero de alguna manera mi madre logró mantenerse con vida hasta que yo llegué.

Mi padre se convirtió en el asesino en serie con más muertes a su espalda que ningún otro conocido, dejando un reguero de cadáveres allá por donde pasara.

Hoy lo ejecutarán. Estaré presente y lo miraré a los ojos hasta que la muerte lo lleve al infierno.

 

miércoles, 6 de abril de 2022

EL LIBRO MALDITO

 

“Los hermanos se mataron como enemigos”. Con aquella frase la abuela terminó de relatarles lo acontecido hacía muchos años a dos jóvenes que habían vivido en aquella casa, mientras apretaba con fuerza aquel libro contra su pecho. Ese libro había sido el origen de aquella historia. Era un libro maldito que sólo traía dolor y muerte para quien lo poseyera.

Su nieto, un adolescente de naturaleza inquieta y extrovertida, lo había encontrado hurgando entre unas cajas en el desván. Aquella historia lejos de amedrentarlo avivó más su imaginación y sus ansias de conocer más detalles de lo que había escrito en aquellas páginas. Esperó paciente a que la abuela saliera a dar su paseo matutino para entrar en su habitación y buscarlo entre sus cosas. Se sobresaltó cuando escuchó una voz tras él pronunciando su nombre. Su hermana lo tenía entre sus manos, retándolo, con una sonrisa irónica, a que se lo quitara. Él corrió tras ella hasta que la alcanzó. Debido al forcejeo el libro cayó al suelo abierto, mostrando una página donde se podía ver un dibujo del mismísimo diablo. No pudieron reaccionar por el miedo que los embargó, cuando una luz muy potente y cegadora, los envolvió y una voz tenebrosa les habló. Aquella voz les dijo que el dueño de aquel libro sería inmortal.

Cuando la abuela regresó a casa encontró a los dos jóvenes sin vida, se habían agredido entre ellos hasta la muerte. La historia se repetía.

Los hermanos se mataron como enemigos.  

martes, 5 de abril de 2022

EL LIBRO

 

Marco no soportaba la idea de quedarse en casa a solas con sus padres más del tiempo justo y necesario. Esto es, por la mañana antes de ir instituto y por la noche para poder encerrarse en su cuarto donde gracias a sus cascos, encontraba la paz que necesitaba. La convivencia con sus progenitores era un verdadero infierno. Su padre bebía hasta perder el conocimiento. Su madre no paraba de llorar y rezar, no sin antes utilizar todo tipo de palabras malsonantes del todo inadecuadas para una persona tan devota como ella.

Habían llegado hacía escasas horas a aquel pueblo, con la idea de comenzar una nueva y mejor vida, una más que, seguramente, iría al saco donde ya descansaban más de media docena de ellas truncadas. Los odiaba a muerte. Incluso por las noches se imaginaba cómo sería su vida sin ellos. Y barajaba la idea de hacerles daño, de que pagaran por todo el sufrimiento que día a día les causaban. Podía estar varios días sin comer sin que les importara. Pero lo peor, era el olor a orina y vómito por toda la casa.

Salió dando un portazo. Habían comenzado a discutir porque su madre descubrió una botella de wiski escondida entre la ropa de su marido.

Estaban allí, para salir adelante con el nuevo trabajo de papá (del otro lo habían echado, al igual que del piso en que vivían por no pagar el alquiler) y alejarlo de sus amigos que lo liaban a beber. Como si él no se liara solo, pensaba el muchacho.

Le daba pena su madre por lo ingenua que era la mayoría de las veces.

Decidió dar una vuelta por el pueblo. Lo que tenía en mente era encontrar una librería. Su lugar preferido. Allí podía evadirse durante horas de su asquerosa vida, de los problemas e incluso del mundo entero, metiéndose en la piel del protagonista del libro que tuviera entre manos en aquel momento.

Hacía una bonita tarde de verano. Abandonó la larga avenida y encaminó sus pasos por unas callejuelas empedradas de la parte antigua. Pasó por una armería. En el escaparte había un expositor con todo tipo de balas habidas y por haber, pensó él, al ver la gran cantidad que había y todas distintas.

Levantó la mirada para contemplar una enorme cometa sobrevolando los tejados de las casas.

Más adelante pasó por una tienda de deportes. En la puerta había un gran cartel donde se ofrecían viajes en globo. Había una foto de uno a una gran altura, con varias personas en la cesta mostrando su mejor sonrisa mientras volaban sobre un campo de flores. Recorrió la vista por el escaparte y entonces vio algo que le gustó más que un viaje en globo:  unos patines.

Siguió caminando. Se paró delante de una tienda con un gran expositor en el escaparate donde se veían varias fotos del planeta tierra vista desde el espacio. También había un baúl con varias cámaras de fotos junto a un osito de peluche.

Prosiguió su caminar aparentemente sin rumbo. Empezaba a estar cansado. Pensó en preguntarle a alguien en que calle estaba la biblioteca, cuando vio a una anciana sentada en una mecedora en el porche de su casa. Ante ella, sobre una mesa plegable había libros y diversos objetos decorativos, todos ellos en venta. Se acercó para echarles una ojeada por si veía alguno que le interesara.

La anciana tenía el cabello blanco recogido en un moño y vestía completamente de negro. Lo observaba con detenimiento.

Los libros eran de temáticas diversas. Los había de aventuras, extraterrestres, fantasmas, unas cuantas novelas de amor y algún que otro comic. Nada que le impulsara a coger alguno de ellos y abrirlo.

La anciana se levantó de la silla y comenzó a caminar lentamente hacia él.

El chico ni se percató, estaba ensimismado leyendo los títulos de aquellos libros esperando encontrar alguno que le interesara.

Se sobresaltó cuando escuchó su voz. Se giró. La mirada de la anciana cayó sobre él.

Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda cuando sus ojos se detuvieron en los viejos y cansados de la mujer. Eran negros como la oscuridad. Durante unos minutos, que al niño le pareció toda una vida, la mujer no dejó de mirarlo. Luego lo tomó del brazo diciéndole que tenía lo que estaba buscando.

Estuvo tentado de marcharse corriendo, aquella anciana le daba verdadero terror, pero aquel pensamiento igual que vino se fue y se encontró, casi sin darse cuenta, entando en la casa tras ella.

La mujer sacó una llave de entre sus ropas y abrió el cajón de una vieja y apolillada cómoda. Sacó un libro y se lo entregó.

La portada estaba en blanco cuando lo tomó entre sus manos, pero algo pasó. Unas letras empezaron a formarse en ella. Al cabo de unos minutos aquel libro tenía título: VIAJE AL INFIERNO.

Le pareció interesante. Le preguntó por el precio. Ella le dijo que era un regalo y que espera que lo disfrutara mucho. El chico le dio las gracias y se fue

Como no le apetecía volver a casa y unas ganas imperiosas de comenzar a leer aquel libro habían comenzado a crecer en su interior, encontró un parque, se sentó y lo abrió.

El joven terminó de leer en el momento en que el día dio paso a la noche. Se levantó del banco en el que había permanecido sentado durante horas y comenzó a caminar hacia su casa. Algo había cambiado en él. Su paso era más decidido, ya no caminaba encorvado como si su espalda soportara todos los pecados del mundo y su semblante ya no reflejaba la angustia y tristeza de hacía unas horas. Es más, esbozaba una radiante sonrisa.

 

Cien minutos antes de la media noche unos gritos desgarradores alertaron a los vecinos que llamaron a la policía. Pero antes de que ésta llegara una anciana se coló en aquella casa. La escena que vio era dantesca, aunque a ella pareció no importarle. Ni se inmutó. Sabía a donde tenía que ir como si ya hubiera estado allí más de una vez.

Un hombre y una mujer yacían sin vida en el suelo del salón en medio de sendos charcos de sangre. Los habían sido apuñalado reiteradamente. Se acercó al muchacho que contemplaba la escena desde una esquina. Agarrando las piernas con sus manos no dejaba de llorar al tiempo que repetía una y otra vez: No fui yo, no fui yo.

-No, no lo fuiste –le espetó la mujer- fueron los demonios que habitan dentro de ti. Tus deseos se han cumplido. Date por satisfecho. Eres libre.

Cogió el libro que estaba tirado en el suelo con manchas de sangre. Lo contempló durante unos segundos. Satisfecha al ver que el titulo había desaparecido, sonrió.

-Me lo llevo, otro niño pronto lo necesitará igual que tú.

Meses después una niña tuvo aquel libro entre sus manos. El título en este caso rezaba: LAS PRINCESAS NO MUEREN.

 

 

lunes, 4 de abril de 2022

VISIONES

 

Aquel era su primer día de trabajo como vigilante en el centro comercial. Su turno comenzaba a las 12 de la noche. Llegó puntual y comenzó la ronda. En la planta baja, había varias personas paseando, al igual que en la primera. En la segunda, donde estaban los restaurantes, todavía se podía ver gente cenando.

Nadie le prestaba atención. Tampoco le importaba.

Cuando recorrió el último piso y comprobó que todo iba bien, regresó a la planta baja y se dirigió a la máquina de café que había cerca de la entrada. Le esperaban muchas horas por delante y una buena dosis de cafeína le vendría bien.

Escuchó unos pasos corriendo hacia él. Por el sonido que hacían parecían los de un niño. Se giró y efectivamente, delante de él había una niña pelirroja, de unos cinco años, con el pelo recogido en una coleta. Tenía unos grandes ojos negros que lo miraban nerviosa y asustada. Él se agachó y se puso a su altura. Tenía una marca de nacimiento al lado de la oreja derecha con forma de mariposa.  Le preguntó qué le pasaba. La niña rompió a llorar. El hombre trató de calmarla. Ella lo abrazó con fuerza. Estaba temblando. Entre sollozos logró explicarle que un hombre estaba persiguiendo a su mamá con un cuchillo. El vigilante la contempló durante unos instantes sin dar crédito a lo que la pequeña le estaba contando. Ésta al ver que no le creía lo agarró de una mano y comenzó a tirar de él.

- ¡Por favor, dese prisa, quiere matar a mi mamá, tiene que ayudarla! –le suplicaba.

El hombre pensó que no perdía nada en ir a comprobar qué le pasaba a la mamá de la pequeña.

- ¿Dónde está? –le preguntó.

-En el parking –le respondió ella.

La cogió en brazos y se dirigieron hacia el ascensor. Cuando llegaron al aparcamiento le preguntó dónde la había visto por última vez. Pero no hizo falta que le respondiera porque escuchó unos gritos desgarradores, no muy lejos de donde estaban, pidiendo ayuda. El aparcamiento estaba vacío.

Le pidió a la niña que no se moviera de donde estaba mientras él iba a ayudar a su madre. Llamó a la policía pidiendo ayuda. Sospechaba que aquel hombre era peligroso y, recordando lo que le había dicho la niña, era posible que fuera armado.

Salió de la parte iluminada y se adentró en una zona oscura. Encendió su linterna. Caminó en silencio durante un buen rato. Escuchó a alguien corriendo. Le gritó que se detuviera. Sintió una respiración en su nuca. Se giró alumbrando con la linterna. Profirió un grito de terror al verse reflejado en aquel rostro. Sintió un fuerte dolor en la cabeza y luego el silencio más absoluto.  Ese silencio con sus códigos de misterio, indescifrables, en sentencia firme inapelable.

Se despertó sobresaltado al ser zarandeado.  Dos policías lo miraban fijamente. Les preguntó por la niña y su madre. Ellos le respondieron que habían peinado la zona y que allí no había nadie. El centro comercial quedaba vacío a partir de las once de la noche.

Años después, aquel hombre se casó y tuvo una niña pelirroja, con una mancha de nacimiento en forma de mariposa al lado de su oreja derecha.

 

MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...