El hombre blanco había llegado dispuesto a implantar sus
leyes a los habitantes de la tribu que, durante siglos, el corazón de la selva
había sido su hogar.
El jefe de la aldea era una mujer. Tenía una hija cuya
fama de gran guerrera, dotada de una fuerza descomunal y de una enorme crueldad
con sus enemigos, había traspasado fronteras.
El hombre blanco había escuchado rumores sobre la
valentía y destreza a la hora de luchar de aquella mujer, pero lejos de
amendentrarse hicieron apuestas de quien la mataría primero.
Les ganaban en número y en armas a los habitantes del
poblado. Dieron por sentado que la batalla estaba ganada antes incluso de
empezar.
Pensaban atacar al amanecer. Decisión tomada por el
general Marlon tras no llegar a un acuerdo con la mujer que gobernaba la tribu.
Ellos querían su independencia y no yacer bajo el yugo de opresión que ellos
querían imponerles con sus leyes y normas. Eran un pueblo libre y como tal
querían seguir siéndolo.
Comieron y bebieron hasta el amanecer convencidos de que
aquellos aldeanos tenían las horas contadas. Pero al despuntar el alba cuando
el general llamó a sus hombres para preparase para el ataque se encontró que
sólo un par de ellos seguían con vida.
El primer habitante de la tribu había hecho, siglos
atrás, un pacto con el oscuro. Nadie conquistaría aquellas tierras, los
salvaría de extraños e intrusos y vivirían en paz y armonía. A cambio el oscuro
era libre de yacer con sus mujeres y engendrar guerreros inmortales que le
ayudarían en su tarea de conquistar el mundo.
El general Marlon comenzó a caminar hacia la aldea lleno
de ira y rabia. Era un hombre duro que no conocía la palabra miedo. No esperaba
encontrar lo que encontró, ni ver lo que vio. Había muchas estacas colocadas
hilera frente a la aldea, con las cabezas de sus hombres clavadas en ellas. Llegó
la siniestra independencia.
Fue llevado a la aldea donde le tenían preparada otra
sorpresa.
Lo hicieron arrodillar ante un ser monstruoso con grandes
colmillos y garras afiladas que se asemejaba más a un animal que a una persona.
Tenía una calavera entre sus manos. A su lado había una joven muy hermosa. La
reconoció. Era la famosa guerrera de la que había oído hablar.
--Ésta es la calavera del último insensato que, como tú,
quiso conquistar estas tierras. –le habló aquel ser del averno- quiero que
sepas que nadie logrará hacerse nunca con estas tierras. Seremos libres hasta
la extinción del mundo tal y como lo conocemos. Éste es mi reino y el que ose
tan siquiera pensar en arrebatármelo tendrá el mismo final que tus hombres y los
hombres que antes vinieron.
Tras unos minutos de silencio que se le hicieron eternos
al general porque sabía que en ese intervalo de tiempo estaba en juego su vida,
el ser por fin habló.
-No te mataré. Contarás al mundo lo que aquí ocurrió.
Pero tu vida tiene un precio, el de tus seres queridos. En tu tierra nadie te
esperará. Vivirás solo el resto de tus días y cuando llegue la muerte a
buscarte te estaré esperando.