jueves, 9 de noviembre de 2023

VAMPIROS

 Mi amiga Elisa estaba obsesionada con los vampiros.

Todo comenzó en su dieciséis cumpleaños.

Nos invitó a ir al cine. Esa tarde de viernes ponían El conde Drácula.

Nos conocemos desde la guardería y os puedo jurar que nunca la ví tan quieta, tan interesada y tan… hipnotizada con una película.

No salió en todo el fin de semana de casa por mucho que le insistí.

El lunes en el instituto le pregunté qué tal estaba. Y me dijo que muy bien. En realidad lo parecía. Estaba radiante. No había ni rastro de la chica tímida que conocía. No sé si había sido la película, que ya tenía 16 años o lo que fuera, pero Elisa se comportaba de manera distinta desde el día de su cumpleaños.

El fin de semana siguiente me pidió que fuera el sábado a su casa. Accedí encantada.

Vimos Blade, por supuesto, una película de vampiros.

Me estaba quedando algo adormilada, apoyada en su hombro, he de decir a mi favor, que a mi los vampiros no me entusiasman lo más mínimo, cuando un grito infernal me despertó. Pensé que provenía de la tele. Pues no. Elisa era la que había gritado.

Estaba pálida. Y me señalaba la televisión.

Fue cuando lo vi. Un tipo más feo que pegarle a un padre y a un abuelo juntos, con unos colmillos enormes. Unos hilos de sangre le corrían por la barbilla. El monstruo aquel se iba acercando poco a poco hasta que tuvimos un primer plano de su cara en la pantalla del televisor. Nos abrazamos muertas de miedo. Pero ahí no quedó la cosa. 

El vampiro arranca su corazón que late entre sus manos. 

Mi amiga comienza a andar hacia el televisor. Yo me quedo muda, incapaz de pronunciar una palabra. Estaba paralizada de miedo.

Elisa se acerca a la pantalla y se come el corazón aquel. Luego él la agarra de un brazo y mi amiga desaparece en el televisor. 

Nunca tuvimos noticias de ella. Ni viva ni muerta.


miércoles, 1 de noviembre de 2023

NOCHE DE MUERTOS

 —¡Mamá, quería un disfraz de drácula, no de murciélago! -protestó el niño. Es de bebés. Si no lo recuerdas ya tengo ocho años.

—Pero si estás guapísimo, cariño —le respondió la madre, mientras lo abrazaba con ternura —Venga, vámonos o llegaremos tarde a la fiesta de Halloween del colegio.

El niño no muy convencido con el cambio de planes en lo referente a su disfraz, se puso el abrigo y subió al coche.

El colegio quedaba a una media hora de su casa. Harían una parada antes de llegar para recoger a Joe, un compañero de clase.

Llegaron en el momento en que se abrieron las puertas del gimnasio para dar paso a la fiesta.

La habían adornado a conciencia. Murciélagos, calabazas, brujas, escobas voladoras, zombies, calderos mágicos…. No faltaba nada.

La música comenzó y los progenitores soltaron a  sus fieras para que se divirtieran.

La mayoría de los papás y mamás se quedaron para ayudar. Uno de los organizadores del evento, Sebastián, se acercó a un grupo de padres que se habían reunido junto a la puerta para evitar que ningún niño saliera de allí sin permiso.

—Faltan cuatro profesores, Ana, Javier, María y Santiago. ¿no los habréis visto, verdad?

Los padres le dijeron que no, que no los habían visto.

Sebastián siguió preguntando con el mismo resultado: nadie los había visto.

Lo más alarmante, si cabe, es que tampoco respondían a su llamada al móvil y no eran de los que dejaban tirada a la gente y sobre todo en un día como aquel.

La fiesta transcurrió con normalidad. 

Cuando estaban a punto de decir el nombre del ganador o ganadora del disfraz más original, las luces se apagaron quedando encendidas sólo las de emergencia.

Las puertas del gimnasio se abrieron bruscamente como movidas por un gran golpe de aire.

Cuatro encapuchados aparecieron en el umbral. Cada uno llevaba un hacha en la mano.

Una madre entró corriendo en el gimnasio gritando que había encontrado los cuerpos de los cuatro profesores en el baño.

Los encapuchados sonrieron. Se escuchó un grito, luego otro y otro…

La noche de muertos trajo a los sonámbulos del infierno.


miércoles, 18 de octubre de 2023

SOFÍA

      —¿Sofía, estás ahí?

      —¿Quién es Sofía?

     —¡Te quieres callar! -le reprimió María- estoy invocando a un demonio muy malvado, que según dicen en internet nunca viene solo. Trae a sus demonios para hacer bromas sangrientas.

     Alba guardó silencio mientras su dedo índice seguía encima del vaso como si se lo hubieran pegado. No le gustaba nada aquello. De pronto el vaso se movió hasta la casilla donde había un sí en mayúsculas.

     Miró de reojo a su amiga y al ver la expresión de su cara, haciendo un enorme esfuerzo para no echarse a reír, supo que todo aquello era una farsa. Se estaba burlando de ella.

Alba se levantó y se sentó en la cama de su amiga. María la siguió pidiéndole disculpas.

     —Quería gastarte una broma Alba, lo siento. Últimamente estás muy rarita. Además no creerás toda esa tontería de la ouija ¿verdad?. La encontré hace un par de días sobre un banco del parque mientras paseaba a Toby. Perdóname, por favor.

     Se arrodilló delante de su amiga poniendo su cara más angelical.

     Alba se rió y la abrazó.

     —No pasa nada María. Siéntate a mi lado. El problema es mi madre. ¡La odio!. Sabes que es una gran devota. Todo lo que hago es pecado para ella. Arderé en las llamas del infierno por llevar la falda por encima de la rodilla o la blusa desabrochada o si digo un taco y no veas lo que me pasará si le doy un beso a un chico. Engendraré en mi vientre al hijo de Satán eso como poco. Si pudiera la mataría. 

      Su amiga la miró apenada. Una madre así era un suplicio.

     —Con la mía no tengo esos problemas. Es atea. Así que no me dice nada por llevar escotes o la falda muy corta. Pero….

     —Se levantó de la cama y fue hasta su mesilla de noche y sacó un papel varias veces doblado.

     —¿Qué es eso? -le preguntó Alba.

     —Es la gente que me cae mal.

      Su amiga la miró. Había más de veinte nombres allí anotados. Casi todos eran compañeros del instituto, algún que otro profesor y otra gente que no conocía.

     —Tú sólo quieres matar a tu madre y yo a toda esta gente.

     —Mañana es sábado -le soltó María

     —¿Y?

     —Es el cumple de Sara… Nos invitó hace semanas ¿no lo recuerdas?

     —Olvídate, mi madre me dejó muy claro que no iría.


     Sin embargo el sábado por la tarde Alba se presentó en la fiesta. María al verla la abrazó con entusiasmo loca de alegría.

     —Al final te dejó venir -le dijo 

     —Bueno, más o menos -le respondió Alba.

     Después de un par de copas y de bailar más de una hora Alba le hizo señas a su amiga para que la siguiera. Cargaba con una caja que parecía pesada. María la siguió hasta el garaje.

     —¿Qué hacemos aquí? .-le preguntó

     —Gran parte de los que tienes en la lista están aquí

     —Si, lo sé ¿y?

     —Ayúdame a llenar estas botellas vacías de anticongelante. Los chicos acaban de vaciar todo el alcohol en un cubo y lo están bebiendo como si fuera agua. Echaremos el contenido de éstas y nadie se dará cuenta. Podemos ponerle algún refresco a mayores para que no se note demasiado el sabor y morirán todos. ¿Verdad que es una buena idea?

     María la miró durante unos segundos. La estaba asustando. Entonces le hizo una pregunta. La respuesta determinaría si debería asustarse o no.

     —¿Cómo conseguiste que tu madre te dejara venir?

     —¡Oh! Fue muy fácil. Ella ya no puede hablar.

     —¿Qué has hecho Alba?

     —Alba ya no está, querida. Yo soy Sofía y si no me quieres ayudar no he venido sola desde el infierno me he traído unos cuantos amigos. ¡La fiesta acaba de empezar!

     


     

     


jueves, 12 de octubre de 2023

LA NIEBLA

 El sonido de la alarma de su móvil indicaba que eran las 11 de la noche. El hombre apaga la tele, se levanta del sofá y se dirige al baño. Se da una ducha, se afeita y se pone el uniforme. Su turno de vigilancia en la fábrica comienza a las doce de la noche, tan solo dos manzanas lo separan de su trabajo. En el ascensor se observa en el espejo y sonríe al ver su imagen reflejada en él. Un afeitado perfecto y ni un atisbo de arrugas en su ropa. 

Abre la puerta de la calle y una densa niebla lo rodea. La visibilidad es nula a su alrededor.  Un pitido en su móvil le indica la llegada de un mensaje. Lo lee. Su compañero lo está esperando frente a su portal en el coche como viene haciendo cada noche en los últimos seis meses que llevan trabajando en aquel lugar. 

Armando pone un pie en la calle. Enciende la linterna del móvil esperando que arroje algo de luz sobre aquella niebla. Logra llegar al coche. Al abrir la puerta nota que algo o alguien lo agarra de la camisa con mucha fuerza. Una vez dentro se da cuenta de que está rota a la altura del hombro. Asustado mira a su compañero y le explica lo que le ha pasado. El otro hombre está muy quieto. Tiene la mirada ausente en un punto más allá del parabrisas del coche… donde sólo hay niebla.

Armando lo zarandea con fuerza para que salga de su ensimismamiento. El conductor gira la cabeza y lo mira. Armando se da cuenta de que algo no va bien. Nada va bien. Presenta una palidez cadavérica y donde antes había dos ojos ahora sólo quedaban las cuencas.

Se apresura a abrir la puerta del coche. Grita cuando el hombre lo agarra por la ropa con una fuerza descomunal. Intenta soltarse, forcejean durante un rato, caen rodando por la acera. Armando logra darle una patada en su cadavérica cara y logra huir. Se mete dentro del portal y sin esperar a ver aparecer a su compañero tras el cristal de la puerta, sube corriendo como alma que lleva el diablo por las escaleras hasta llegar a su apartamento. Se asoma a la ventana al escuchar unos gritos desgarradores pidiendo ayuda en la calle. No puede ver nada a través de los cristales. Pero en esos momentos supo con certeza que la niebla nocturna convierte en asesino a cualquier persona que en esos momentos anden por la calle.


miércoles, 4 de octubre de 2023

LA HERENCIA

 Ifigenia no sólo odiaba su nombre sino también a toda su familia. Aborrecía a su padre, y odiaba a muerte a su madre. Por las noches en la penumbra de su habitación acurrucada bajo las sábanas se imaginaba una vida muy diferente a la que tenía, una vida llena de lujos, viviendo en un gran palacio  y asistiendo a fiestas elegantes con el nombre de Afrodita. Los jóvenes caían rendidos a sus pies y era fruto de la envidia de todas sus amigas. 

Por la mañana la realidad le abofeteaba la cara al despertarse. Seguía viviendo en una vieja casa destartalada, húmeda y sucia. Hacía meses que no se compraba ropa porque sus padres preferían gastarse el dinero en cervezas. 

Un buen día (para ella, no para sus padres) un accidente de coche sesgó la vida de sus tan odiados progenitores.

Su vida cambió desde entonces.

En día del entierro un lujoso coche negro aparcó en el cementerio. De él se apeó un hombre uniformado, abrió la puerta de atrás y una anciana, muy delgada y con el pelo completamente blanco salió de dentro. Se acercó a ella arrastrando los pies, la abrazó y se presentó como su abuela paterna, Ifigenia. Ahora entendía el motivo por el que la habían bautizado con aquel horrible nombre. Le comunicó que se iría a vivir con ella. 

Cuando llegaron a su destino la muchacha no podía creer lo que veían sus ojos. Estaba ante un palacio muy parecido al que había soñado durante sus quince años, noche tras noche.

Los siguientes meses fueron como un sueño para ella. Era feliz. Le gustaba aquella vida de lujo y ocio. Pero una tarde de octubre, a la puesta del sol, su abuela se encontró mal. Entre la ama de llaves y ella la llevaron hasta su dormitorio y llamaron al médico.

Le pidieron que saliera de la habitación mientras el doctor le hacía un reconocimiento. Pero se enteró de todo escuchando tras la puerta.

Su salud era muy delicada y seguramente no llegaría para ver la primavera. Escribió en una hoja de papel la medicación y la dosis que tenía que darle diariamente y se la entregó a Lucía, la ama de llaves. Por el ojo de la cerradura la joven vio como la guardaba en uno de los bolsillos de su vestido negro. 

Días atrás había estado revisando los papeles que su abuela guardaba en su habitación y había encontrado su testamento. Ella era la heredera de toda su fortuna.

La joven Ifigenia no se sacrificaría por la herencia de su abuela. La quería muerta para dar grandes fiestas en el palacio, cosa que tenía terminantemente prohibido por su abuela.

Las semanas posteriores a la visita del galeno, la muchacha había conseguido el papel  que había guardado Lucía y había realizado una copia. cuando la fiel ama de llaves se iba de la habitación de su abuela tras darle la dosis ella le llevaba una de las infusiones que tanto le gustaban con más dosis de medicamento. 

La anciana murió a los dos meses. 

Cuando el notario leyó el testamento la nieta se llevó una gran sorpresa al comprobar que su abuela había realizado un segundo testamento donde le dejaba todo a su ama de llaves y en caso de que ésta muriera, desapareciera o no lo aceptara ella sería la que heredara.

Mantuvo la calma durante la lectura. Lucía estaba pletórica de alegría y ella fingió alegría. El notario volvería al día siguiente para que firmara los papeles de conformidad con el testamento. 

Abrieron un buen vino para la cena para celebrar tan buenas noticias, la idea fue de Ifigenia y Lucía aceptó de muy buen agrado.

En la segunda copa de vino el ama de llaves cayó fulminada sobre el pollo asado que había preparado la cocinera. Estaban solas en el palacio. 

Arrastró su cuerpo hasta el jardín, cavó un hoyo y la enterró allí.

Al día siguiente cuando regresó el notario a la casa encontró a la joven hecha un manojo de nervios y llorando desconsoladamente. Tenía una nota en la mano húmeda a causa de sus lágrimas. El hombre la leyó detenidamente. Lucía explicaba que no podía aceptar la herencia de doña Ifigenia por no considerarse digna de ella. Se llevaría algunos objetos de plata y volvería a su tierra natal para empezar de nuevo.




miércoles, 20 de septiembre de 2023

CONJURO




    Sus ansias de poder  no tenían límites. Andrés Tobarro era un constructor de prestigio, con un gran éxito profesional a sus espaldas, logrado no siempre dentro de los cauces de la ley. Los sobornos y la extorsión eran su pan nuestro de cada día.

      Estaba obsesionado con un pueblo minero en el que tan sólo vivían unas pocas familias que se negaron a abandonar aquel lugar que los vio nacer.

        Andrés Tobarra tenía un proyecto en mente para aquel lugar y que quería llevar a cabo costara lo que le contara: una urbanización de lujo y un gran centro comercial.

         Tras innumerables negociaciones con aquella gente no lograba que abandonaran el lugar. 

            Se convirtió en una obsesión para él aquel proyecto.

           Desesperado acudió a ver a Eloisa una mujer anciana con fama de hacer conjuros vudú.

       Le explicó lo que quería. Ella lo escuchó atentamente. Al terminar de relatar el motivo que le había llevado hasta allí,  ella le dijo que podría ayudarle.

          Andrés se sintió aliviado ante la respuesta de la mujer. Pero su semblante cambió cuando ella le dijo que aquel ritual tenía un alto precio para pagar, y que no se refería al dinero.

           Al día siguiente volvió a la vieja cabaña perdida en el bosque con su primogénito y la guitarra de éste. 

           Ella le dio a beber una sustancia amarga al chaval que se quedó dormido al momento.

        Luego hizo sendos cortes en las palmas derechas de las manos del padre y del hijo y dejó que la sangre que emanaba de ellas cayera sobre la guitarra.

         -Ve con ella a la iglesia a las 12 de la noche. Cuando la gente del pueblo está dentro cierra las puertas y comienza a tocarla en el altar. Te aseguro que al amanecer no quedará nadie en el pueblo.

El conjuro vudú sonó en la guitarra infernal “cogí la guitarra como quien podía haber cogido el revólver de tener más valor o, simplemente, menos sentido del humor”

 una y otra vez hasta que los primeros rayos del sol comenzaron a arrojar luz sobre las sombras de la iglesia que, al igual que el pueblo, estaba vacía.


miércoles, 6 de septiembre de 2023

UN ASESINATO ANUNCIADO

 

El día que murió mi madre supe que mi vida ya no sería la misma a partir de aquel momento. Soy la mayor de cuatro hermanos. Mi padre pasaba la mayor parte del tiempo en la carretera y cuando volvía no se ocupaba de nosotros. Pegaba a los más pequeños para que estuviesen callados y a mí me trataba como si fuera su criada. Luego se sentaba en el viejo sofá a ver la televisión, bebiendo una cerveza tras otra, toda la noche. Tuve que dejar de ir a la escuela para ocuparme de mis hermanos. Cada día que pasaba el odio que sentía hacia él iba creciendo poco a poco. Me imaginaba mil y una maneras en que moría cada cual más cruel que la anterior. Estaba dispuesta a matarlo si con aquello terminaba la pesadilla que estábamos viviendo. Porque ese hombre no merecía vivir. Incluso una noche en que no podía dormir, una de tantas, me imaginaba nuestra historia en la televisión titulado «cuatro relatos de un asesinato se contaron». Cerré los ojos y pensé en esas posibles cuatro maneras: envenenado, acuchillado, ahorcado, atropellado…

Una noche intentó entrar en mi habitación. Me asusté mucho y logré poner la cómoda delante de la puerta. Me insultó, aporreando la puerta como un loco. Mis hermanos se despertaron y entre todos intentaron disuadirlo. Estaba tan borracho que intentando pegarles se enredó con sus propios pies. Cayó hacia atrás precipitándose por las escaleras. Al escuchar el ruido de la caída salí de mi cuarto. Mis hermanos se abrazaron a mi llorando desconsoladamente. Mi padre yacía inmóvil al pie de las escaleras. Me acerqué. Sangraba mucho por la cabeza. No respiraba. No sentía la euforia que me había imaginado que sentiría cuando se muriera. Tenía miedo. Por mí, por mis hermanos. Tenía que hacer algo.

Lo metí en la camioneta. Conduje hasta un descampado que había tras el cine Riazor y lo dejé allí tirado esperando que cuando alguien lo encontrara por la mañana pensara que la causa de su muerte había sido por una caída estando borracho. No muy lejos de allí estaba la bodega de la que era un habitual.

La policía vino a vernos al día siguiente. Habían encontrado el cuerpo de nuestro parte. Nos dijeron que el forense había llegado a la conclusión de que había sido un asesinato, lo más seguro que por un ajuste de cuentas, debía dinero a mucha gente debido a su afición al juego.

Mis hermanos y yo nos pusimos a llorar. Nos habíamos librado de esa. Nos fuimos a vivir con una hermana de mi madre.

 

MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...