Había anochecido cuando terminó su turno en el hospital.
Sentada en su coche, barajó la idea de volver a casa esa noche. Los pros y los
contras. Finalmente, la balanza le dio la respuesta. No podría volver, no esa
noche. No sabiendo que llegaría a un apartamento vacío de sus cosas donde su
olor seguiría impregnado en todo lo que que tocara, en cada rincón y su recuerdo,
los momentos vividos en aquel lugar, como agujas se le clavarían en el corazón.
Y aquello…. aquello la hundiría todavía más. Miró su móvil. Seguía muerto entre
sus manos. Ni una llamada perdida, ni un mensaje, nada que le indicara que todo
aquello era un mal sueño, una pesadilla. No quería llorar, se resistía a
hacerlo, pero las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Revolvió el
bolso en busca de un pañuelo. Le temblaban las manos. Sus dedos se toparon con
un sobre. Lo contempló ensimismada. Lo había olvidado por completo. Era de él.
Le había escrito una poesía por su cumpleaños. Parecía que había pasado una
eternidad desde aquello, pero sólo había sido una semana. Quitó la hoja que había
dentro. La leyó una vez más. Sabía que aquello le haría más daño. Aun así, lo
hizo.
Tú, que llenas mi
todo
Tú, que invades mi
alma
Tú, poesía
Me embrujas con tu
llamada.
Volvió a meter la hoja en el sobre y arrancó el coche,
sin rumbo, queriendo dejar atrás el dolor, esquivarlo, perderlo de vista.
Durante un buen rato estuvo recorriendo las calles desiertas
de la ciudad por calles desconocidas.
Aminoró la marcha cuando un semáforo cambió de color. No
vio a la mujer que, como una sombra, se cruzó en su camino. Frenó a tiempo de
atropellarla. Era muy joven, una adolescente. Gritaba con desesperación. Aterrada
golpeó la ventanilla del coche. Estaba pálida y tenía la cara desencajada. Se
subió a la parte de atrás del coche, al tiempo que le gritaba para que
arrancara. Alguien quería matarla.
Nerviosa, la mujer aceleró el coche, mientras echaba un vistazo
al retrovisor. Vio salir a un hombre del edificio. Llevaba un cuchillo
ensangrentado en una mano. Pisó el acelerador a fondo y huyó aterrada.
A varias manzanas de allí detuvo el coche. Tenía que
llamar a la policía. Los gritos de la joven habían cesado hacía un rato.
Se giró para ver si estaba bien. La calle estaba mal
iluminada, aun así, se dio cuenta de que estaba sola en el coche. La joven
había desaparecido. Nerviosa, se bajó del coche. La buscó por los alrededores
preocupada. Si se tiró del coche en marcha, lo más seguro es que estuviera
herida. No había rastro de ella.
Desconcertada, decidió volver al lugar donde la había encontrado.
No sabía por qué, pero algo le decía que tenía que hacerlo.
A medida que se fue acercando se dio cuenta de que
conocía aquel sitio. Era su calle. Vivía allí.
Al llegar, vio un coche de la policía y una ambulancia
delante de su edificio.
Se acercó. Dentro del coche policial estaba sentado un
hombre esposado. No pudo verle la cara. A pocos metros, una ambulancia. Dentro,
en una camilla, había un cuerpo tapado por completo. Levantó lentamente la
sábana mientras contenía la respiración.
Vio su rostro en el de aquella mujer.
- ¿Estás bien? –le preguntó una voz.
Sobresaltada se giró. Estaba llorando.
Vio ante ella a la adolescente que se había subido a su
coche.
La joven le ofreció su mano. Juntas caminaron calle abajo,
desapareciendo entre las sombras.