lunes, 3 de enero de 2022

¿CÓMO COMENZAR DESDE EL DOLOR?

 


 

¿Cómo comenzar desde el dolor?

¿Cómo hacerlo después de conocer la verdad?

Seguramente esas preguntas y muchas más se le pasaron por la cabeza a aquel muchacho después de averiguar la verdadera historia de su corta vida.

Pero no nos adelantemos y vayamos al principio.

Ricardo era un joven de quince años. Vivía a las afueras de un pequeño pueblo, en una casa de dos plantas rodeada de un enorme jardín.

Desde muy pequeño estuvo al cuidado de su padre. Ellos dos solos. Éste le había contado que su madre había fallecido al poco de nacer él. Quedando sumido en una gran depresión por la pérdida de su esposa, se volcó completamente en el cuidado de su hijo recién nacido.

El padre preocupado desde siempre por la seguridad de su pequeño, le relataba historias que terminaban en moraleja. Historias sobre no hablar con extraños, obedecer a sus padres, hacer sus tareas, aplicarse en los estudios…

El tiempo fue pasando y aquellas historias dieron paso a otras más acordes a su edad. En la era de internet y los peligros que acechaban a los jóvenes eran otros y más oscuros.

Un día el padre se presentó en su habitación. El joven estaba ante el ordenador jugando online con otros usuarios.

-Hijo tengo que contarte una historia –le dijo

-Papá –protestó el muchacho- ya no tengo cinco años para tus cuentos de miedo.

-Pero éste es real, Ricardo y creo que te vendría bien escucharlo.

A lo que su hijo le respondió:

-Papá te advierto que tus historias de terror ya no me dan miedo

-Entonces escucha atentamente –le pidió el padre

“Un joven de tu edad, al igual que tú, jugaba por internet con otros usuarios. Un día se fijó en uno, se hacía llamar Inesperado66. Podría haberle pasado desapercibido sino fuera por un detalle a tener en cuenta, siempre estaba conectado, fuera cual fuese la hora del día o de la noche. Era muy bueno, estaba en la posición más alta. Un día comenzaron a chatear. Parecía simpático, incluso le había dicho que era de su misma edad. Hablaban del colegio y de trivialidades del día a día. Le enseñó técnicas del juego y en pocas semanas, había escalado posiciones situándose entre los diez mejores. El día de su cumpleaños aquel jugador le había obsequiado con una gran cantidad de monedas y vidas extras para el juego. Cosa que le halagó mucho y se sintió de alguna manera más cercano a él. Entonces pasó algo que en el fondo deseaba que ocurriera, inesperado66 le propuso conocerse, a lo que el chaval no pudo negarse, porque esa idea ya se le había pasado por la cabeza varias veces. Le dio su dirección.

Sin embargo, aquella noche cuando sus padres llegaron a casa, pensó en contarles lo que había hecho. Se sentía mal por haberle dado la dirección a aquel usuario y las advertencias que, una y otra vez, le hacían sus padres de no dar datos personales a nadie que hubiera conocido por internet, no se iban de su cabeza. Pero para cuando quiso decírselo a su padre, éste se excusó con tener que hacer una llamada importante y que hablarían más tarde. Al intentarlo con su madre le pidió que se lo contara luego porque era la hora de la cena y también la hora del baño del bebé. El joven se ofreció a bañar a Ricardo, su hermano pequeño. Al final fue el único que lo escuchó. Más tarde decidió irse a la cama sin contarlo, pensando que quizá aquel miedo que le rondaba era infundado.”

-Un momento papá –le interrumpió el muchacho- ¿el bebé se llama como yo? Nunca antes habías puesto nombre a los protagonistas de tus historias.

-Quizá porque nunca fueron tan reales como ésta, jovencito.

Aquello desconcertó al joven. Pero su padre prosiguió con su historia zanjando de aquella manera cualquier pregunta al respeto.

“En algún momento de la noche, unos ruidos provenientes de la planta baja de la casa lo despertaron. Parecía que alguien había volcado algún mueble. No se movió. Estaba asustado. Agarrando las sábanas con fuerza, se mantuvo en alerta a la espera de nuevos ruidos. Pero esta vez fueron pasos lo que escuchó. Pasos subiendo las escaleras. Pasos acercándose y el crujido de la puerta de la habitación de sus padres al abrirse. Se tapó la cabeza con las mantas a modo de escudo.

Durante un rato, reinó el silencio. En la cama de al lado dormía su hermano Ricardo. Aquellos ruidos no lo habían despertado.

Entonces escuchó pasos que se acercaban a su habitación. La puerta comenzó a abrirse lentamente con un chirrido ensordecedor que no recordaba que hiciera hasta ese momento.

En el umbral apareció un hombre vestido de negro, era muy alto y sus ropas estaban cubiertas de sangre. Llevaba algo entre las manos que arrojó sobre la cama del joven. Eran las cabezas de sus padres.

-Hola querido amigo. –le saludó.

El muchacho reconoció a aquel hombre como su amigo de internet.

Presa del pánico se levantó de la cama de un salto y fue hasta la de su hermano. Lo cogió en brazos y lo abrazó con todas sus fuerzas. El bebé comenzó a llorar.

El hombre se acercó a ellos. Llevaba un cuchillo ensangrentado en la mano y lo blandía amenazadoramente hacia ellos. El joven le gritó que los dejaran en paz. El asesino de sus padres le arrebató al bebé de sus brazos y luego le clavó el cuchillo en el abdomen.

Ricardo dejó de llorar. Miraba al hombre detenidamente mientras intentaba agarrarle la barba con sus pequeñas manos. El hombre también lo miró y entonces el bebé le sonrió. En aquel momento supo que no podría matar a ese niño, supo que criaría aquel bebé como si fuera suyo.

El padre terminó el relato bajo una mirada cargada de dolor, terror y desconcierto por parte de su hijo Ricardo.

No hizo falta hablar, Ricardo comprendió que todas aquellas historias de terror que, noche tras noche, le contaba su padre eran reales.

Se dio cuenta de que aquel bebé era él.

Supo que aquel hombre, no era su verdadero padre y que su madre no había muerto al nacer él. Él la había asesinado.

Supo que aquel hombre, era un asesino serial.

 

 

 

 

 

domingo, 2 de enero de 2022

SI ENTRAS, NO SALES

 

 

 

Era una cálida tarde de verano, cuando los vecinos de aquel pequeño pueblo, vieron pasar una ranchera verde. Al llegar a una gran casa pintada de blanco, situada a las afueras, se detuvieron. Habían llegado.

Del coche se apearon un hombre, una mujer y una adolescente. La muchacha con el ceño fruncido y semblante malhumorado, se plantó delante de la casa mirándola de manera inquisitoria dispuesta a protestar por su aspecto. Pero no pudo hacerlo. Era más bonita de lo que jamás se hubiera imaginado. Tenía dos plantas y hasta donde sus ojos podían ver, un gran jardín en la parte trasera.

-Espera a ver su interior y la piscina –le susurró su padre al oído, mientras cargaba con dos grandes cajas.

Su madre le pidió que llevara sus maletas y procedieron a la apertura de la puerta principal. El padre, introdujo la llave en la cerradura. Al abrirla, hizo una ceremoniosa reverencia invitándolas a entrar en su nuevo hogar.

Tanto la madre como la hija no pudieron menos que reírse. Carol había dejado atrás su enfado dando paso a la curiosidad propia de una chica de su edad, por ver cómo era por dentro.

La joven, comenzó a recorrer la planta de abajo. Y lo que vio le gustó. La cocina era enorme. Tenía una puerta que daba al jardín desde la cual podía ver una enorme piscina. Intentó abrirla, pero estaba cerrada.

Encaminó sus pasos hacia el salón, de un tamaño considerable. En una de las paredes había una gran chimenea que le robó una sonrisa. Los muebles eran nuevos y funcionales, pero había algo que le llamó la atención. En las paredes, había retratos de familias enmarcados. En uno se veía a una joven con un bebé en brazos. En otra, a un matrimonio de mediana edad con cinco niños, tres niñas y dos niños. Otra, mostraba a dos ancianos, un hombre y una mujer y en las otras dos, se veía una pareja con una niña de unos ocho años, en una y la otra estaba vacía. Todos sonreían. A Carol le dio la impresión que sus ojos se movían para mirarla al pasar. Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Le quiso preguntar a su padre si sabía algo de aquello, pero prefirió dejarlo para más tarde y de paso sugerirle quitarlos de allí. Tanto él como su madre estaban muy atareados descargando cajas y bolsas del coche.

Al cabo de un rato, cuando por fin hubieron metido todo dentro, Carol ya había recorrido la parte de arriba y se había enamorado completamente de su habitación. Era enorme, muy soleada y daba al jardín trasero. Escuchó risas en la cocina. Bajó a ayudarles.

La tarde estaba cayendo y las primeras sombras de la noche ganaban terreno, a pasos agigantados, a la luz del sol. Decidieron hacer un descanso y comer algo.

Fue entonces cuando la joven le comentó a su padre que la puerta que daba al jardín estaba cerrada con llave. El hombre probó cada una de las llaves que le había dado la inmobiliaria, pero ninguna abría aquella puerta. Marcó el número de la joven que le había vendido la casa, pero el móvil no daba señal. No le dio mucha importancia y decidió que por la mañana se acercaría hasta allí.

Pero la joven de la inmobiliaria se había dado cuenta de que no le había dado todas las llaves, en la oficina estaban la que daba al jardín trasero y la del sótano. Así que antes de irse a su casa decidió pasarse por allí puesto que le quedaba de camino.

Mientras tanto en la casa se vieron que los problemas empezaban a mostrar su cara más siniestra. No había electricidad. Encontraron una linterna que funcionaba, en uno de los cajones de la cocina y el hombre se encaminó hacia el sótano donde estaba el cuadro de la luz. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando al ir a abrir la puerta se dio cuenta de que estaba cerrada con llave y él no la tenía. Intentó volver a llamar a la inmobiliaria, pero seguía sin dar señal. Pensó en coger el coche e ir hacia allí, pero era muy tarde y lo más seguro es que hubieran cerrado. No se equivocó.

Decidieron que aquello no le iba a arruinar su primera noche en su nuevo hogar. Rebuscando por los cajones encontraron unas cuantas velas y se dispusieron a cenar amparados por su luz. Se acostarían temprano y al día siguiente solucionarían el problema de la luz y de las llaves.

La joven de la inmobiliaria enfiló el coche por el sendero de grava, que daba a la casa. Estaba muy oscuro dentro. Pensó que tal vez hubieran retrasado su llegada hasta el día siguiente. Pero vio las siluetas de una joven con un bebé en brazos en el salón. Al ir acercándose escuchó música y pudo vislumbrar a una pareja de ancianos bailando. Le pareció bastante extraño todo aquello. Por lo que le había contado el hombre al que le había vendido la casa, allí iban a vivir él, su esposa y su hija adolescente. En ningún momento le habló ni de un bebé ni de unos ancianos.

Se apeó del coche y se dirigió a la puerta de la entrada. Timbró.

Dentro de la casa, poco antes de que sonara el timbre, el equipo de música que había en el salón comenzó a sonar, dejando escapar las notas armoniosas de un vals. Aquello los dejó petrificados.  El padre se levantó y accionó el interruptor de la cocina, donde estaban, que no arrojó luz en la estancia. Linterna en mano fue hasta el salón seguido de su mujer y su hija que por nada del mundo querían quedarse solas en la cocina, estaban muy asustadas.

La música cesó cuando se escuchó el timbre. Estaban en el umbral de la puerta del salón cuando aquello sucedió. Un pequeño grito salió de sus gargantas provocado por el susto que les causó el timbrazo.

Lo primero que se les pasó por la cabeza es que eran los de la inmobiliaria y que les iban a solucionar los problemas de la luz. El padre se dirigió hacia la puerta de la entrada dispuesto a abrirla, pero…. no pudo. Tenía la llave puesta, pero por más que lo intentaba no lograba hacerla girar. Gritó al que estuviera al otro lado de la puerta. Pero nadie le respondió. Escuchó pasos que iban en dirección al garaje. Corrió hacia la ventana para abrirla. No lo consiguió. La temperatura en la casa había bajado considerablemente. Pero lo peor no era el frío que sentían, sino la sensación de estaban siendo observados.

Fuera la joven timbró un par de veces más al ver que nadie acudía a abrir la puerta. La música había cesado.  Se acercó a las ventanas por si veía a los ancianos o a la mujer con el bebé, pero parecía que la casa estaba vacía. No sabía qué hacer. Fue hasta su coche y cogió su móvil. Llamó al hombre que había comprado la casa, pero no daba señal. Fue hasta el garaje. Había un coche allí. Una ranchera verde. Aquello sólo podía significar una cosa: habían llegado ese día.

Volvió a timbrar. Nada. Entonces una idea acudió a su cabeza. Habían salido a cenar al pueblo. No podía haber otra explicación. Sonrió con alivio. Se había puesto nerviosa por nada. Se subió al coche con la idea de volver al día siguiente por la mañana.

Así lo hizo. De camino al trabajo paró en la casa.

Se dio cuenta de que algo no iba bien a medida que se iba acercando con el coche.

Las luces de toda la casa estaban encendidas. La puerta de la casa estaba abierta de par en par. Asomó la cabeza mientras lanzaba una pregunta al aire: ¿hay alguien? Nadie respondió

Vio cajas vacías y otras a medio vaciar esparcidas por toda la planta baja.

Fue hasta el salón. Lo recorrió con la mirada y algo le llamó la atención. Los cuadros se habían caído. El suelo estaba cubierto de cristales. Sólo quedaba uno colgado en la pared. Se acercó. En él se veía a un hombre, una mujer y una adolescente. Reconoció al hombre. Era el nuevo propietario de la casa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 28 de diciembre de 2021

PASOS

 

 Cuando aquella mañana, el despertador que descansaba sobre su mesilla de noche sonó, se levantó como cada día, para ir a trabajar. El camino al trabajo siempre lo hacía a pie, apenas distaba unos veinte minutos de su casa. Al ser tan temprano, sólo se cruzaba con dos o tres personas por la calle, siempre las mismas, somnolientas y apretando el paso para no llegar tarde.

Llevaba poco menos de la mitad del camino recorrido cuando se percató de que no estaba solo, alguien caminaba tras él, muy cerca, demasiado para su gusto. Por su manera de andar y por el ruido que hacían aquellos pasos, dedujo que se trataba de un hombre. En un principio no le dio mayor importancia y siguió su camino. El sonido de aquellos pasos lo acompañaron hasta llegar a un cruce. Se paró esperando que el semáforo cambiara de color. La incertidumbre lo estaba matando. Se moría por saber quién caminaba tras él. Su imaginación había echado a volar, mostrándole un abanico inmenso de posibles identidades, cada cual más aterradora, de aquel individuo. Incluso se vio en las noticias de la noche como la última víctima de un asesino serial.  Con cierto disimulo, giró la cabeza para ver de quien se trataba. Pero se llevó una gran sorpresa al comprobar que tras él no había nadie. Estaba solo en la calle. Cuando la luz del semáforo se puso verde, el hombre cruzó. Al llegar al otro lado algo había cambiado en él. Era su semblante. Estaba pálido como la cera. En él se veía reflejado el pánico que lo invadía. Estuvo un rato parado en la acera tratando de aclarar sus pensamientos. Aquella situación en la que se veía inmerso, no le gustaba. Le causaban angustia y mucho miedo. Aquellos pasos eran reales. Los había escuchado claramente. No estaba loco. No se imaginaba cosas. Los había oído. Estaba seguro. Entonces… ¿cómo podía explicar que no hubiera nadie caminando tras él?, es más, ¿cómo podía explicar que no hubiera nadie en toda la calle? Aquel pensamiento, aquella pregunta sin una aparente respuesta, que se repetía en su cabeza una y otra vez, no hacía más que incrementar el miedo que sentía. Un golpe de aire, salido de la nada, hizo que sus cabellos se alborotaran y movieran su abrigo, cesando tan rápido como había comenzado.

Siguió caminando intentando mantener la compostura. Sus pasos se hicieron más rápidos y algo torpes, provocados por el nerviosismo que le embargaba. Su corazón latía desbocado en su pecho, provocándole un dolor intenso. Los apenas diez minutos que distaban de su trabajo los hizo casi corriendo. No dejaba de escuchar aquellos malditos pasos a sus espaldas cada vez más y más cerca.

Su mente intentando aferrarse con fuerza a su lado racional buscaba explicaciones coherentes para aquello.

Se paró en seco. Su respiración era entrecortada. Estaba sudando. Gotas de sudor resbalaban por su frente. Las limpió con el dorso de la mano en un acto reflejo. Respiró hondo e hizo acopio de todo el valor que pudo reunir y se dio la vuelta, otra vez.

No había nadie. La calle estaba vacía.

Echó a correr como alma que lleva el diablo, los apenas cinco minutos que distaban de la fábrica. Cuando llegó a la puerta metálica que separaba la calle del edificio la abrió de un tirón, entró y la cerró rápidamente tras de sí. Se apoyó en ella para tomar aliento. Pero antes de que se cerrara completamente, se coló un soplo de aire, envolviéndolo con su gélido manto. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Sentía una presencia a su lado. Podía jurar que no estaba solo. Se estaba volviendo loco.

Un enorme cansancio se apoderó de él. Arrastrando los pies llegó hasta su despacho. Se dejó caer en el sillón.  La dolía la cabeza. La apoyó sobre la mesa y cerró los ojos esperando que el dolor cesara.

Poco después, cuando entró su secretaria, lo encontró sin vida.

 

lunes, 20 de diciembre de 2021

LA PELÍCULA

 

Después de pagarle al repartidor, se sentó ante el televisor. Había un girasol dibujado en la caja que contenía la pizza. Le sorprendió comprobar que aquel era el logotipo de la empresa y sonrió ante tal ocurrencia. Cogió un trozo y mientras lo comía, se concentró en la película que estaba viendo, antes de que el timbre de la puerta lo interrumpiera.  Estaba solo, su hermana regresaría a casa en un par de horas, cuando saliera de trabajar. La protagonista, una adolescente, iba montada en la parte de atrás de la moto del “malote” del instituto, llevaba puesto un sombrero que iba sujetando con una mano, para que no volara. Se dirigían a casa de un amigo que había montado una fiesta, aprovechando que sus padres se habían ido de viaje el fin de semana. Era la típica película de terror adolescente, donde un asesino iba matando, uno a uno, a todos los jóvenes que estaban en la casa. La había visto muchas veces, le fascinaba, se sabía los diálogos de todos y cada uno de los personajes que aparecían en ella. Comía despacio, al ritmo de un caracol, concentrado al máximo en las imágenes que iban pasando ante sus ojos.  Cuando los jóvenes de la moto llegaron a la casa, el diálogo cambió, mejor dicho, tenían que haber hablado y no lo hicieron. Le extrañó mucho aquella omisión. En el hall de la casa, recordaba que había una maqueta de un barco vikingo sobre una mesita. No estaba. En su lugar se veía la de un molino. Al abrir la puerta de la calle, se coló un poco de aire, aquello provocó que las aspas comenzaran a girar. Los chicos dejaron sus abrigos en el armario y encaminaron sus pasos hacia otra puerta que daba al salón, donde se celebraba la fiesta. La imagen se congeló en el momento en que los jóvenes cruzaban el umbral, quedando en la pantalla un primer plano del molino cuyas aspas giraban y giraban sin parar. Daría un puñado de monedas de oro, si las tuviera, por saber qué estaba pasando. Fue el último pensamiento que tuvo antes de que el continuo movimiento de aquellas aspas, lo hipnotizaran por completo. No vio la cara pintada de blanco de un hombre en la pantalla de su televisor mirándolo, mientras esbozaba una sonrisa amenazadora y siniestra. Poco después llegó su hermana a casa. En el salón, sobre la mesa que había frente al televisor, encontró una caja con una pizza dentro a medio comer y en la televisión estaba puesta aquella película que tanto le gustaba a su hermano. Hizo una mueca de disgusto, pensando que era enfermiza la obsesión que tenía con ella. Gritó su nombre. Nadie le contestó. Escuchó unos ruidos en la cocina. Pensando que era su hermano quien los hacía, fue hasta el baño con la intención de darse una ducha. Al correr la cortina para abrir el grifo, lo encontró en la bañera en medio de un gran charco de sangre. Gritó con todas sus fuerzas. Se giró presa del pánico, para salir de allí y pedir ayuda, pero en el umbral de la puerta la esperaba alguien. Llevaba la cara pintada de blanco y sonreía. Aquella sonrisa le provocó un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo y la puso en alerta. Abrió la boca para volver a gritar, pero aquel hombre fue más rápido, se colocó tras ella y se la tapó con una mano enguantada, la que tenía libre, porque en la otra llevaba un cuchillo con el que le rajó la garganta.

 


jueves, 16 de diciembre de 2021

NAVIDAD

 

Un ambiente festivo envolvía las calles decoradas con luces de colores y guirnaldas, música de villancicos que se dejaba escuchar, a todas horas, por unos altavoces colocados estratégicamente por todo el pueblo, cortesía del alcalde. Tiendas abarrotadas de gente comprando regalos, niños sonriendo, otros llorando, en el regazo de Papa Noel, todo esto junto con el olor a turrón y mazapanes que se respiraba, era el indicativo de que la Navidad había llegado.

Un anciano, apoyado en un bastón con una empuñadora de oro, en forma de dragón, paseaba entre la multitud. Tenía el pelo muy corto y completamente blanco, era alto y delgado. Vestía un traje caro, de color negro. Unos zapatos del mismo color aparecían pulcramente lustrados.  Una niña pequeña que iba de la mano de su madre, quedó algo rezagada mirando un oso de peluche que había en el escaparate de una tienda, al volver la mirada al frente, después de un ligero tirón de su madre, tropezó con aquel hombre mayor. Sus miradas se cruzaron durante unos segundos, tiempo suficiente para que el miedo invadiera el cuerpo de la pequeña y se pusiera a llorar. La madre después de disculparse con el anciano, la cogió en su regazo tratando de calmar a su hija que lloraba desconsoladamente. El hombre siguió su camino, esbozando una sonrisa que, para cualquiera que lo estuviera observando, la tildaría de siniestra, malvada.

Pero nadie se fijó en él. En medio de aquella ola de gente, era uno más. Pero había una diferencia a tener en cuenta, mientras los demás iban con prisas de un lado a otro, él caminaba despacio, observándolo todo y a todos, intentando atrapar en sus retinas hasta el más mínimo detalle de lo que acontecía a su alrededor.

Sus pasos lo llevaron hasta la reja abierta, de una gran casona, donde una mujer de mediana edad, muy maquillada y envuelta en pieles, le daba un bofetón a una joven porque se le había caído una botella de leche en el camino de acceso, manchándole sus caros zapatos. El anciano sonrió.

Siguió caminando. Sus pasos le llevaron hasta Papa Noel. Había una inmensa hilera de niños que esperaban su turno para hacerle sus peticiones. En esos momentos un niño de unos siete años, estaba sentado en su regazo. Le estaba enumerando una lista infinita de juguetes que quería. Papa Noel lo miró fijamente y le dijo que tenía que dejar algo para los demás niños. El chaval, visiblemente enfadado, le respondió que no le importaban los demás niños y que, si no le traía lo que le había pedido se lo diría a su padre, que era el alcalde, y lo llevaría al calabozo.

Siguió con su paseo. Un coche se detuvo en un callejón oscuro, de él se bajó un joven de unos treinta años, llevaba el cuello del abrigo subido, un sombrero negro cubriéndole la cabeza y una bufanda le tapaba la mitad de la cara. Miró a ambos lados y cuando estuvo seguro de que nadie lo veía entró por la puerta trasera de un famoso prostíbulo. El anciano sabía quién era a pesar de intentar pasar desapercibido. El padre Juan, hombre devoto donde los haya. Pero humano, al fin y al cabo. Portaba una bolsa llena de regalos. Sonrió.

A Martín no le gustaba lo que su padre le mandaba hacer, sobre todo en aquella época del año, pero según él era la mejor para aquel “trabajo”. La gente era más generosa, los remordimientos tenían mucho que ver en ello, soltaban más monedas que de costumbre.  Se colocó en una esquina muy concurrida, vistiendo sus peores ropas, a pedir limosna. Al cabo de una hora allí, tuvo que darle la razón a su padre, la gente le lanzaba monedas como caramelos. Mejor así, porque si no llevaba suficiente dinero esa noche a casa, le daría una paliza y lo mandaría a la cama sin cenar. El anciano le arrojó un par de monedas al niño, mientras le sonreía.

Siguió caminando. Una pareja estaba discutiendo. Ella le decía a su novio, que no quería ver a la hermana de él, que era una arpía y que le caía mal. Él le reprochaba que no quisiera cenar con su familia. Ella rompió a llorar de impotencia. Una mujer se acercó a ellos, era la hermana del joven. Sus últimas palabras al teléfono antes de acercarse a su hermano y su cuñada, fueron “tengo que colgar, querida, he de saludar a la imbécil de la novia de mi hermano, hablamos luego”. Guardó el móvil en el bolso y se acercó a la mujer, le estampó un par de besos en la mejilla, sin dejar de repetirle lo guapa que estaba y lo mucho que se alegraba de verla y que le había comprado un regalo que la iba a dejar sin palabras.

Le encantaba aquella época del año. La Navidad era, sin duda, la festividad donde los hombres más pecaban. Y él se alimentaba de los pecados de los humanos.

El Demonio sonrió y continuó caminando. Estaba disfrutando muchísimo con aquel paseo.

Y la noche, no había hecho más que empezar.  

 

 

 

 

 

lunes, 13 de diciembre de 2021

LA DUALIDAD DE LAS LETRAS

 

UNO


Encendiste mi cielo con tu luz 

apagaste mi infierno con ella 

En tus brazos he vuelto a nacer 

en tus brazos aprenderé de nuevo 

el significado de la palabra Amor.



¡Maldito! 

Encendiste mi cielo con tu luz 

Salí huyendo 

buscando el refugio de la oscuridad 

No quiero tu compasión 

quiero que la apagues para poder morir entre tinieblas.


DOS


La esperanza como escudo para un corazón que aún late de amor por ti.

Que aún espera tu regreso

Que aún no se rindió ante tu prolongada ausencia

Que aún recuerda tus caricias sobre su piel

Que aún saborea tus besos sobre mis labios



La esperanza como escudo para un corazón que aún sigue vivo y espera ser rescatado. 

Te lo arranqué del pecho y lo he pisoteado, una y otra vez, 

¿tengo que matarte para que te olvides de mí? 

Dime, ¿es eso lo que quieres?


TRES


Abre la ventana, mi amor

Y túmbate a mi lado

Dejemos entrar a las hadas con su magia

Bañada con el polvo de estrellas

Bañado con el polvo de estrellas

Impregnándonos de amor

Tocaremos el cielo


Invoqué a los demonios en la cueva fría y oscura donde me encerraste.

Escucho pasos. 

Se acercan. 

Les suplico venganza. 

Tu vida como precio.

Bañada con el polvo de estrellas negras y oscuras del averno, 

me libero de las ataduras. 

Te acercas confiado con una daga en la mano. 

Aprieto con fuerza tu cuello con las cadenas. 


CUATRO


Me sumerjo en tus ojos verdes como el mar

Me miras y me derrito de amor

Sonríes pícaramente

Tus ojos brillan

Hay una mezcla de lujuria y pasión en tu mirada

El mundo posee tu cuerpo, pero no tus ojos.

 


El mundo posee tu cuerpo

fantasean con él y tú te deleitas con ello

Tu gélida mirada cargada de desprecio se posa en mí.

El mundo posee tu cuerpo, pero no tus ojos

Ahora son míos

Veo tu alma desnuda a través de dos cuencas vacías

Donde una vez hubo arrogancia y ahora sólo hay oscuridad.



CINCO


La sombra del silencio

Cae sobre mí si no estás

Tu ausencia me envuelve en una espiral de melancolía

Mi alma llora y mi corazón te añora

Cuando estás a mi lado

irradias una luz que

disipa las sombras de mi pena


La sombra del silencio

Extendió su manto

La sombra del silencio

Vino para quedarse

La sombra del silencio

Acalló tus llantos, tus súplicas, tus lamentos

La sombra del silencio

Llegó con la Muerte


SEIS


Nuestras miradas se encuentran

Mis ojos están llorosos

Los tuyos irradian alegría

Me abrazas tiernamente

Me murmuras al oído

Disipando mis dudas

No te vas, te quedas, me iluminas.


Mi mirada, es el reflejo del odio que siento hacia ti

Tu mirada, refleja la ira que sientes hacia mi

Enfurecido me dices “no te vas, te quedas, me iluminas”

Tus palabras son falacias

Tus actos te delatan

No quiero quedarme

Las ataduras a la silla me obligan a hacerlo

Te reto con la mirada y te pregunto

¿Me vas a matar?

A lo que tú contestas

Puede ser



lunes, 6 de diciembre de 2021

PRINCIPIO

 

Sintió una mano fría sobre su muslo derecho. Abrió los ojos asustada, pero no se movió, tenía tanto miedo que, a duras penas podía reprimir el grito que se había formado en su garganta. Estaba en su cama. La luz estaba apagada. Alguien se había sentado en el borde. Se estaba inclinando sobre ella. Podía sentir su aliento sobre su cara. Apestaba a alcohol. Sabía muy bien quién era. También sabía que tenía que hacer algo para terminar con aquello antes de que fuera demasiado tarde. Su madre trabajaba como enfermera en el hospital. Tenía turno de noche. Su hermano pequeño dormía en la habitación de al lado. Su padrastro había regresado del bar donde había estado bebiendo con sus amigos. Sintió el contacto húmedo de su lengua sobre su oreja. Su cuerpo se estremeció de asco y repulsión. No aguanto más. Empujó al hombre que lo cogió por sorpresa. Perdió el equilibrio y terminó de espaldas sobre el suelo. Ella saltó de la cama y salió del cuarto hacia la puerta de la calle. La abrió y echó a correr como alma que lleva al diablo, sin mirar atrás, hasta que no pudo más y cayó rendida sobre el asfalto. Tenía que ir al hospital y contarle a su madre lo que había pasado. Se levantó despacio. Tenía mucho frío. Siguió caminando. Debido a la poca iluminación de la calle, un coche que circulaba a bastante velocidad, la arrolló. El cuerpo de la joven yacía inmóvil a pocos metros del automóvil. El conductor que iba ebrio, se dio a la fuga.

No podía moverse. Le dolía todo el cuerpo y sentía un dolor muy intenso en el pecho. Nunca se imaginó que tal dolor pudiera existir, pero existía, y muy a su pesar aquel dolor lejos de remitir fue en aumento. Perdió el conocimiento.

Había oído hablar mucho sobre el tema de la muerte. Su madre, a veces, le contaba historias de gente que fallecía en el hospital. A ella siempre le fascinaron.  Había leído mucho acerca de lo que pasaba cuando te morías. La luz al final del túnel. Familiares que vienen a buscarte. Imágenes de tu vida como si de una película se tratara. Pero, ahora estaba en esa situación y era muy distinto a lo que había leído y escuchado. Se vio en el quirófano, varios doctores estaban haciendo todo lo posible para salvarle la vida. Una vida que ella ya sabía que había perdido y que aquellos hombres y mujeres ya no podrían hacer nada para devolvérsela.

Estaba flotando, muy cerca del techo. No había túnel, ni familiares conocidos ni desconocidos. Estaba sola. Se observó a sí misma, tan joven, con tantas cosas por hacer, tantas experiencias por vivir…. todo se había acabado en unos pocos y dolorosos minutos.  Una enorme ira y un odio intenso hacia aquel conductor la embargó. Las luces del quirófano se encendían y apagaban mientras ella luchaba por controlarse. Un grito sordo salió de su garganta y las luces dejaron de iluminar quedando el lugar completamente a oscuras. Se hizo un gran revuelo en el quirófano. Se fueron dejándola sola. Le daba igual.  Le preocupaba más su madre y su hermano viviendo bajo el mismo techo con aquel monstruo. Ojalá pudiera avisarles. Pero cómo hacerlo.

Taparon su cuerpo con una sábana.

Ojalá todo hubiera sido distinto y papá no hubiera muerto. Mamá no tendría que trabajar tanto y estaría más con ellos. Y sobre todo volvería a sonreír. Echaba mucho de menos su risa que se podía escuchar por toda la casa. Cuando papá estaba vivo ella era feliz.

Cerró los ojos y lloró, no se sorprendió que pudiera hacerlo. Visto lo visto ya nada le sorprendía.

Aunque era muy pequeña, apenas 6 años, sabía que el infarto, que causó la muerte de su padre, había sido por su culpa.

Jugando con sus pastillas, se le habían caído. Su padre nunca las dejaba a su alcance, pero aquella mañana se había olvidado de guardarlas, debido a las prisas. Vio el franco e intentó abrirlo. Lo logró al tercer intento, pero había hecho tal fuerza que, al quitar la tapa, salieron disparadas desparramándose por el suelo del cuarto de baño. Temiendo que le riñeran, las rellenó con otras que llevaba su madre en el bolso. Eran del mismo tamaño y color así que pensó que lo notarían.

Le gustaría volver atrás y reparar el daño causado. Pero ya era tarde.

Contempló su cuerpo y se recostó sobre él. Todavía estaba tibio. Lo echaría de menos. Le gustaba como era a pesar de su cabello rebelde, sus granos y su poco pecho.

 

-¡!!¡Carolina, levántate o llegarás tarde a la escuela!!!!

Abrió los ojos de golpe. Le había parecido escuchar la voz de su madre. Pensando que era un sueño se dio la vuelta en la cama para seguir durmiendo. Entonces escuchó otra voz. La voz de un hombre, una voz que hacía mucho tiempo que había dejado de oír. Se sentó en la cama y se pellizcó en la cara, el dolor que sintió en su mejilla derecha, le hizo saber que no estaba soñando. Se quitó las mantas de encima y bajó de la cama. Lo hizo tan rápido que perdió el equilibrio durante unos segundos. Profirió un grito, cuando se dio cuenta de que sus piernas eran pequeñas, demasiado pequeñas para tener 16 años. Corrió hacia el espejo que había en su armario. Lo que vio la dejó atónita. La imagen que vio reflejada era la de una niña de unos seis años.

- ¡Carolina! –su madre la volvía a llamar, esta vez con más insistencia y visiblemente enfadada.

Corrió al baño. Allí estaban las pastillas de su padre. Las contempló como si estuviera viendo un fantasma o a algo así. Las cogió con delicadeza. Arrimó la banqueta al lavabo, abrió la puerta del armario que había colgado encima y las colocó en el último estante junto con las otras medicinas.

Se lavó la cara, se visitó y bajó corriendo las escaleras deseando abrazar de nuevo a padre.

MASACRE

  —¿No los habéis visto? Gritaba una mujer enloquecida corriendo entre la muchedumbre congregada en la plaza de Haymarket el 1 de mayo, conm...