[-(8-2) +(3+6)], terminó de escribir la profesora en la pizarra, recordándoles que tenían que hacer esa ecuación y dos más para el día siguiente. Sonó el timbre. Había sido un día agotador para aquella mujer. Era su primer día como sustituta de la profesora de matemáticas. Casi no había ni tenido tiempo de colocar sus cosas que todavía seguían dentro de las cajas apiladas en el garaje. Le gustó el colegio y sus compañeros, los otros profesores eran muy atentos con ella. Presentía que se sentiría a gusto allí y eso la animó bastante. Después de preparar la clase del día siguiente, decidió salir a dar un paseo por el parque que no distaba mucho de su nueva casa. Hacía una noche cálida y apacible. En el parque encontró más gente caminando como ella, en grupos y también sola, otros paseaban con sus perros y alguna que otra pareja besuqueándose amparadas por las sombras. A lo lejos, sentada en un banco, vio a una joven, estaba sola y tenía la mirada perdida y triste. Tuvo el impulso de acercarse y hablarle, le entraron unas ganas enormes de abrazarla y decirle que todo iba a salir bien, pero rehusó pensando que la tildaría de loca o algo así. Contuvo las ganas y siguió caminando. Al día siguiente al despertarse la imagen de aquella joven le volvió a la mente y decidió volver al parque esa noche. La encontró en el mismo lugar. Esta vez le hablaría. Se estaba acercando, cuando escuchó que la llamaban por su nombre, era su vecina. Estuvo un rato charlando con ella, y para cuando la mujer se fue, y la profesora dirigió la mirada hacia aquel banco, la joven ya no estaba. La noche siguiente tenía invitados a cenar, hizo la compra y ante de irse a casa para preparar la cena, decidió volver al parque y echar un vistazo, por si la volvía a ver Allí estaba. Ni se lo pensó. Se sentó a su lado y comenzó a hablarle. Al principio, la muchacha parecía asustada, pero poco a poco, se fue soltando. Su hermana y su cuñado, al comprobar que no estaba en casa, salieron a buscarla. La encontraron en el parque, sentada en un banco. Su hermana se acercó a ella, preocupada. La profesora se excusó con la joven y se levantó. La hermana le preguntó con quien hablaba. Allí no había nadie. Desconcertada, soltó la bolsa que llevaba en la mano, sin darse cuenta, desparramándose por el suelo, los ingredientes con los cuales iba a preparar el adobo para la carne. Aquella noche le costó conciliar el sueño. No podía creer que aquella muchacha fuera un fantasma. No estaba loca por mucho que su hermana se lo insinuara. Decidió hacer algunas averiguaciones por su cuenta. Calculaba que tendría unos 16 años, y seguramente estudiaría en el único instituto que había y donde ella daba clases. Sabía su nombre: María González porque ella se lo había dicho. Así que aquella mañana cuando tuvo un descanso, buscó su nombre en la lista de los alumnos del centro. No encontró nada. Lejos de rendirse fue a hablar con el director, pensó que sería la persona más adecuada para preguntarle al llevar allí muchos años dirigiendo el centro. En cuanto le mencionó su nombre, el color de la cara de aquel hombre desapareció, dando paso a una lividez cadavérica. Carraspeó y le preguntó quién le había dado ese nombre. Ella no iba a contarle la verdad, estaba claro, así que le dijo que lo había oído mencionar por los pasillos del centro a los alumnos. El hombre, sin mediar palabra, abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó una carpeta, poniéndola delante de la profesora. Ella lo miró de manera interrogante, él le hizo un ademán de que la abriera. Así lo hizo. En ella había una hoja con el emblema de la policía y una palabra subrayada varias veces: SUICIDIO. La fecha era de hacía un año. Esa noche la profesora volvió al parque con la esperanza de encontrarla de nuevo y pedirle que le contara qué había pasado, qué le llevó a quitarse la vida. Pero la joven no estaba, el banco donde solía sentarse, estaba vacío. Pero había algo…. Se acercó casi corriendo, y encontró una hoja de papel doblada varias veces. Se sentó mientras lo desdoblaba con el pulso tembloroso. Había algo escrito, lo leyó en voz alta: “En la taquilla número 101 pegada con cinta adhesiva en la parte de abajo de la estantería metálica, está lo que necesitas saber”.
La incertidumbre la estaba matando, decidió ir hasta el instituto, sabía que a esas horas el servicio de limpieza estaba allí, daría cualquier excusa para que la dejaran entrar y encontrar aquello de lo que hablaba aquella chica en esa nota. No le costó entrar, se dirigió hacia la taquilla 101, no le costó abrirla porque tenía la cerradura forzada, palpó debajo de la estantería y encontró algo. Efectivamente estaba pegada, quitó la cinta adhesiva con cuidado y encontró un pendrive, lo guardó en el bolso y salió de allí. Cuando llegó a su casa y lo puso en su portátil, las imágenes allí grabadas la dejaron sin palabras. Había sido víctima de abusos sexuales por parte del director del instituto. Era hora de que la policía interviniera y tomara medidas al respecto.